
Yo no me acuerdo ni de su nombre, ni por dónde apareció este hombre, pero hace ya casi cincuenta años que compré la foto de los tres caballeros ingleses, reunidos probablemente en el patio del hotel Marquesa, el establecimiento hotelero más viejo de cuantos existen en el Puerto de la Cruz. Le compré dos fotos, la que aquí se publica y otra de una mujer, apoyada en una gran calabaza, probablemente en la azotea de este mismo edificio, con el fondo de la Montaña Miseria, más conocida por la Montaña del Taoro.
El Puerto de la Cruz, que nadie lo dude, fue escenario principal de mi vida, hasta los veinte y dos años, más o menos. Luego me convertí en alguien itinerante. En el año 1970 entré a trabajar en el diario vespertino La Tarde. Y les aseguro que nada como una foto de don Imeldo Baeza con un pie lírico de don Víctor Zurita. Baeza, nieto del pintor, aprendió con Adalberto Benítez y yo creo que superó al maestro. Tenía una obsesión por el lavado de las fotos, tras revelarlas. Por eso han durado tanto. Se conservan a la perfección y su archivo está dividido: una parte la tiene su hijo mayor, Imeldo, y la otra la viuda de su hijo menor, Marcos. Tuvo también una hija guapísima, María Elvira, que murió joven. Y no sé con qué tinta firmaba las fotos, pero lo cierto es que su nombre no se borra jamás.
Una foto de Imeldo Baeza, dedicada, fue portada de uno de mis libros, que se vendió todo en el Puerto de la Cruz. Toda la edición. Se titula El Puerto de la Cruz en blanco y negro y hay en él varias fotos suyas, algunas pertenecientes al archivo de Isidoro Luz, el gran alcalde portuense, del que yo había escrito una breve biografía que desapareció en pocos días de las librerías. Son dos libros de culto para mis paisanos.
Vamos a la foto de los tres caballeros, yo supongo que ingleses, pues más que de ninguna otra eran de esta nacionalidad los visitantes del Puerto de la Cruz en el siglo XIX. Si tenemos en cuenta que los primeros daguerrotipos aparecieron allá por 1833, esa fotografía la conseguí en papel. Por la vestimenta de los caballeros, uno de ellos muy joven, con la marca del sombrero en su pelo rizado y los otros dos muy elegantes, sitúo la foto alrededor de 1850, pero no es una fecha que se pueda dar como exacta. Se publicó en el diario La Tarde y de ahí, como suele suceder, alguien la ha tomado ‘prestada’ alguna vez. Pero mis cuartos me costó conseguirla, porque en esa época los periódicos no pagaban un duro por una foto como esta. Y ahora tampoco.
He querido traer a estas memorias un recuerdo para Imeldo Baeza, en realidad Imeldo Bello Baeza, acompañado de una de sus fotos del paisaje que mejor retrató acaso: el muelle pesquero portuense. Lleva, cómo no, su firma y pertenece a mi colección. Está tomada sobre finales de los 50 del siglo XX. De vez en cuando, don Imeldo me regalaba alguna foto suya, singularmente cuando yo acudía a su estudio a hacerme las fotos de carné. Hubo una época en que te pedían fotos de carné para todo: para el colegio, para el DNI, para el pasaporte, para un certificado médico, para otro de la Guardia Civil sobre tu buena conducta. Supongo que en el archivo se conservarán miles de fotos de carné de personajes portuenses, algunos de ellos muy interesantes. Tengo ganas de que alguien se anime a publicar un libro con las mejores fotos de Baeza, pero no solo las de montañas, cacerías y paisajes lunares de Las Cañadas, sino las del Puerto de la Cruz. El Instituto de Estudios Hispánicos tenía –y supongo que tiene— unos álbumes con fotografías de los personajes célebres de las ciencias, artes y letras que pasaron por su sala de conferencias. Todas fueron tomadas por Baeza.
Las fotos en blanco y negro de este hombre tenían una luz especial, que no se logra con el color. Inmortalizó paisajes que jamás volveremos a encontrar. Es la historia gráfica de una ciudad bellísima, que aún lo sigue siendo, en su estilo. Yo no conozco al actual alcalde portuense, me han dicho que es una buena persona y que no lo está haciendo mal. Soy amigo de su padre, Sebastián, que me demostró su fidelidad y su amistad en un par de ocasiones de nuestras vidas. Anda maltrecho de salud el pobre y le deseo que viva muchos años. Y le recuerdo a su hijo que es esencial que se publique una selección del archivo de Baeza para que quienes visiten el Puerto en el futuro vean cómo éramos. Que nos conozcan tal como éramos.

LIBRO DE FOTOS
Hace poco tuve ocasión de publicar un libro con algunas fotografías de otro gran fotógrafo, cuya hija Helga donó al Archivo Municipal la colección de su padre: Johannes Morgenstern, que está enterrado en el cementerio protestante de La Chercha. Lope Afonso, el alcalde anterior, tuvo la sensibilidad de editar un librito, cuyo texto yo escribí, con su historia. Con Johannes han cumplido, pero con Baeza no lo han hecho y Baeza era una institución en la ciudad portuense.
¿Quiénes eran los misteriosos caballeros de la vieja foto de un desconocido autor? ¿Directivos de Reid, o de Yeoward, o familiares de los White, de los Archibald, o miembros de la familia Cologan? No lo sé; nadie lo sabe. Ojalá pudiera yo recabar información sobre sus procedencias y sobre sus biografías, pero me parece tarea imposible. ¿Eran acaso españoles? No lo creo, porque aquella elegancia parece impropia de gentes de este país. La foto se ha conservado con cierta dignidad, a pesar del tiempo transcurrido. Estamos hablando de unos 170-180 años y el posado parece de lo más periodístico, nada de lo cursi y estático de las fotos de familia que los fotógrafos tomaban en la época, con una maceta con flores detrás y los retratados sentados en un sillón de mimbre. Esta vez, el reportero exigió naturalidad a los caballeros captados en el patio del famoso hotel, que aún sigue en servicio y es bellísimo.
¿Acaso fue esta la primera fotografía que se tomó en la Isla? Tampoco lo sé y bien que lo siento. El Puerto estaba abierto a todas las culturas y a los modernos inventos europeos. En busca de un buen clima venían en los barcos fruteros británicos personas de todo el mundo. Incluso miembros de la familia real rusa, holandeses con dinero, mercenarios, frailes trabucaires, otros hombres piadosos y hasta burgueses que se establecieron en el Valle ubérrimo para obtener frutos con destino a sus países de origen, el famoso malvasía que se cosechaba en la costa llamada hoy de Yeoward y otros productos, como la cochinilla. Dos pregones he escrito para las fiestas patronales portuenses, uno con tintes modernos y otro dedicado al ilustre cronista José Agustín Álvarez Rixo.
ARTÍCULO MAGISTRAL
Yo solo sé que compré esta foto a aquel hombre, cuyo nombre he perdido, y que la publiqué en uno de los suplementos de La Tarde que me curré sobre el Puerto de la Cruz. Recuerdo que en uno de ellos -¿o fue ya en los comienzos tinerfeños del DIARIO DE AVISOS, en 1976?— escribió un artículo magistral el gran don Mariano Daranas, uno de los grandes periodistas que han dado las Islas Canarias, corresponsal que fue en París del diario ABC. Ya retirado, con don Mariano Daranas, que era amigo de mi padre, tuve sabrosas conversaciones en el hotel Miramar, propiedad de la familia Luz, que mi padre dirigía. Tenía una pluma prodigiosa, era un narrador nato y me emocionaba contándome episodios de la Segunda Guerra Mundial desde París. Desde los tiempos en que Óscar Domínguez, el gran pintor surrealista lagunero (pero criado en Tacoronte), se subió a un árbol en los Campos Elíseos para insultar a Hitler, cuyo ejército hacía su entrada en la Ciudad de la Luz. No lo fusilaron allí mismo porque nadie entendía lo que decía y lo tomaron por loco.
Una pena que no conozca, pues, a los tres caballeros de la foto, delgados, elegantes, que parecen protagonistas de un lienzo y no de una gráfica, acaso en los inicios de la fotografía. Más tarde, he conseguido otras, incluso algunas eróticas, en mercadillos de Buenos Aires, donde hallé la más impresionante colección de postales de Tenerife, que hace muchos años doné a la Biblioteca Municipal de Garachico, tras la publicación de mis libros sobre el Tenerife del siglo XIX y principios del XX a través de la postal. Creo que fueron seis los libros publicados y promocionados por El Corte Inglés, en los tiempos en que lo dirigía mi gran amigo Vicente Gómez Carrero, a quien le tengo un eterno cariño. Las fotos de aquellas presentaciones son realmente espectaculares. La impresión y el diseño de esos libros corrió a cargo, como ha ocurrido con casi todos los míos, de Litografía Romero, con su grandísimo equipo de profesionales, como fueron y son M.A. Fernández del Pino, Jaime Hernández Vera, Mercedes Fernández, Nazario Hernández y tantos otros con los que traté y que tanto me ayudaron.
En fin, que todo esto forma parte de la pequeña historia. Qué decir de la fotografía de Imeldo Baeza de un muelle que ha cambiado poco, por fortuna. Yo vivía a cien metros de este recinto, abrigo de las barcas que llevaban –y que llevan— a la Virgen del Carmen cada mes de julio. En todo su esplendor, la Casa Yeoward, con su enorme balcón, que lindaba con la casa de mi abuelo, en plena plaza del Charco, que no puede observarse en la foto. Hay una bonita falúa, cubierta, típica de los 50-60, en el agua, y en primer término las nasas de los hombres de mar que surtían de pescados los mostradores de Luisa, de María del Carmen y de Candelaria, que eran las tres mujeres ranilleras que los descamaban y vendían en un singular tinglado, junto al mismo muelle.
Viejos tiempos, viejas fotos, tomada una en el siglo XIX, allá por su mitad, y la otra en los años cincuenta del siglo XX. Muchos años las separan, pero estamos hablando de un pueblo bellísimo, que luego fue –con Benidorm—la ciudad que inventó el turismo en España. ¿Se ha estudiado lo suficiente este fenómeno? No lo sé, pero ahí queda esto para el recuerdo; en el caso de una de las fotos, allá hasta donde alcanza mi memoria. En el caso de la otra, nadie puede dar fe de los detalles que rodean al tiempo en que fue tomada.