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La lucha por sobrevivir: así afrontan la crisis los pequeños negocios de Canarias

La actividad de hosteleros, tiendas y peluquerías de La Laguna se ha activado estos días, pero existe una enorme incertidumbre
Un hombre carga una mampara. Sergio Méndez
Un hombre carga una mampara. Sergio Méndez
Un hombre carga una mampara. Sergio Méndez

Pasear por el centro de La Laguna en esta semana de la Fase 0 de desescalada, que ha permitido la apertura limitada de algunos establecimientos, es como presenciar un acto de fe, voluntad y rebeldía: sin saber nada de lo que les depara el futuro, algunos comerciantes han empezado a poner en marcha sus negocios, con las plantillas menguadas, protocolos de seguridad y algunas deudas de más. No hay prisas, la gente habla, se nota que está blandita, con ganas de compartir, de escucharse, de cuidarse. Y asoman algunos clientes, felices del reencuentro, en medio de la incertidumbre de lo que está por venir.

“No hay nada como ver la cara de placer de un cliente cuando vuelve a tomar su café favorito, esa sensación de primera vez”, cuenta Ariadna, periodista que un día decidió parar y montó La Cafeína. Está contenta. No esperaba vida tan pronto. “Nos estábamos preparando para lo peor”. Fuera, en la cola, manteniendo las distancias, la gente espera feliz a que llegue su café: “Es el primero que me voy a tomar en un mes y medio, un lujo”, cuenta Diana bajándose un poco la mascarilla por debajo de la nariz.

Algo parecido al deseo abandona la reclusión, algo parecido a la esperanza se instala en La Cafeína. Pero en realidad, Ariadna y su pareja nunca pararon. En pleno confinamiento, siguieron abriendo un par de horas al día para servir pedidos de café a granel. Los lunes y los jueves hacían reparto por las casas. Y le dieron un empujón al comercio online, con envíos a otras islas. “No hemos parado de trabajar, pero hay que adaptarse. Y el comercio online es una buena manera. Si atiendes bien al cliente, lo fidelizas”, cuenta. Prevé que, con suerte, lleguen a final de año al 50% de la facturación de 2019, así que han hecho ajustes renegociando el alquiler, aplazando el pago de algunas facturas y trabajando ellos dos solos. Antes tenían dos empleados más.

Dice Víctor, de La Tronja, que está preocupado, a pesar de que la facturación ha ido mejorando algo con los días. Antes tenía a 10 trabajadores y solo puede sacar ahora a 3 del ERTE. Pidió un crédito del Instituto de Crédito Oficial (ICO) de 20.000 euros de los que ofreció el Gobierno español tras el estado de alarma y ya solo le quedan 7.000. “Suma seguridad social, sueldos, gastos fijos, se acaba enseguida”. El lunes sacan las mesas de la terraza para diez personas, el 50% de lo habitual, un recuerdo diluido de lo que ha sido este bar bullicioso que ha dado una enorme vida a esta parte de la calle San Agustín.

Tampoco espera demasiado de las terrazas, pero no solo por un tema de aforo: “Con esto del virus, la gente está con miedo a pedir comida. Además, nosotros teníamos muchos clientes que eran mayores, y ese sector de gente ahora ni se para, no quieren correr riesgos”, cuenta. Aun así, han puesto en marcha el servicio de comida para llevar y piensa mantenerlo. “No va a quedar otra que trabajar mucho”. Más optimista parece Suso, su empleado, detrás de la barra con cristales transparentes que ahora separa la calle del interior del bar y que tiene una visera de pantalla: “La gente está desesperadita, quiere salir, tomarse una cañita, un vinito, verse el ‘jocico’”.

45.000 euros dice José que se gastaba en nóminas todos los meses para pagar a los 17 trabajadores fijos del Bar Venecia, más alguno temporal de refuerzo. Toda la plantilla está ahora en un ERTE y solo trabajan él y su hermano, más dos repatidores llevando comida. Otra reinvención para sacar el 20% de la recaudación habitual. Estos días, todo el mundo dice en La Laguna: “Qué putada lo del Venecia, que lo reformaron y al mes ocurrió esto”. José , que también ha pedido su crédito ICO, agradece mucho la preocupación pero evita lamentarse: “No te vas a amargar la vida. Además, lo último que tiene que hacer uno es dar pena”, afirma mientras defiende con vehemencia que los dueños de los locales deberían ser comprensivos con el pago de los alquileres. “Tener un inquilino, con una crisis así, revaloriza el local. Como no lo pueda pagar y se tenga que ir, ese local a lo mejor no se alquila tan fácilmente. Además, es el momento de ser solidarios”.

También tiene un crédito ICO Lauri, la dueña de la tienda de ropa Fiammetta. Y le costó, porque el primer banco al que fue no se lo dio. No se le ve mal. “El lunes fue un día triste, gris, de vacío, casi peor que antes de empezar la desescalada. Pero la semana se fue animando. Y el miércoles fue un día muy bueno, como los de antes”. Las redes sociales han sido fundamentales para mantener el vínculo con la clientela. “Me han servido para mantener el latido”, cuenta, eligiendo las palabras cuidadosamente. “Nos llegó parte de la mercancía nueva unos días antes del estado de alarma. Y dos cajas durante el confinamiento. Yo la sacaba toda alegre en las redes sociales y luego me echaba a llorar”, relata. Pero esa gente que la animó en redes, está ahora de vuelta en la tienda comprándole: “Antes no nos iba mal, ahora estaremos en manos del banco. Pero tenemos que reivindicar el valor del comercio pequeño, donde no hay aglomeraciones y el trato es personal. Yo, cuando pido la ropa pienso en los gustos de las clientas”.

A pocos metros, en la peluquería Carolina Villena, están bastante ocupadas. Atienden a unas ocho personas al día y tienen una buena facturación, pero hay una persona menos en plantilla. “Es por los metros cuadrados, no podemos atender a más gente”, cuenta Carolina. Ahora va clienta por clienta, mientras que antes atendía a tres al mismo tiempo: lavado aquí, tinte completo acá, mechas allá. “Me estreso más así. Además, está toda la seguridad: las mascarillas, las batas desechables, los geles, las desinfecciones. Hemos tenido que eliminar las ofertas y subir algo el precio para cubrir estos gastos extras”. Pero las clientas vienen y se sienten seguras: “Yo es la primera salida que hago desde el 11 de marzo”, cuenta Isabel llena de platinas.

El lunes abre Juan Báez el taller que tiene en la calle de La Higuera. Con todos los adminículos posibles para desinfectar volantes, sillones y palancas de cambio. Los primeros días espera que le lleguen los coches que se han ido averiando a lo largo del confinamiento, pero sabe que luego van a disminuir. “Y van a ser pequeños arreglos, porque lo primero es comer”.

Rodeada del mejor café de La Laguna, Ariadna traza un paralelismo entre la situación actual y el Kintsukuroi, el arte japonés de reparar objetos rotos con laca de oro. Son precisamente esas vistosas cicatrices doradas las que le dan valor al objeto. Puede parecer naïf, pero se agradece una metáfora bonita entre tanta preocupación.

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