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Caca en la tienda

Una señora ha defecado en un rincón de una tienda, porque no le permitieron usar el váter del establecimiento. La señora, presa de un enorme apretón, se acuclilló en un lugar del local y echó lo que le sobraba, eso sí, muy azorada. Y ante la consternación de los empleados, poco comprensivos a la hora de facilitar el alivio de la clienta. “¿Por qué no ha ido a un bar?”, le preguntó una airada dependienta. Y la señora le dijo: “Idiota, ¿no ves que no llegaba?”. Este coronavirus nos va a volver locos a todos, porque hasta usar un baño se ha convertido en una misión imposible. A mí me ocurrió una vez, hace años, algo parecido: no llegaba, pedí un baño y me lo negaron. Y me meé. No por un afán de provocar un patiñero en el suelo, sino por absoluta necesidad. Sencillamente, no aguanté más. Hui como pude del lugar, con la suerte de que dejé atrás un reguero y no un charco, que es más escandaloso. Perdonen por lo escatológico del relato, tan real como la vida misma. Digo yo que las tiendas deben disponer de un baño para los casos de apuro. Desde luego, en los establecimientos elegantes sí que lo tienen. Pero pida usted un váter en el banco, por ejemplo. Lo mandan al bar más próximo y si no llega pues no llega. Y, en mi caso, que soy bastante laxo de esfínteres, vivir así es vivir en un sinvivir. Las repeticiones son intencionadas, como podrán deducir. No sé cómo salió la señora de allí, ni tampoco si le hicieron recoger el postre o si los negacionistas se emplearon a fondo para eliminar los restos. España es un país con pocos retretes públicos y los que hay están tan mal gestionados que no se puede entrar. Se trata de otros de nuestros déficits.

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