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El ‘señor’ del agua de La Guancha

Esteban Cabrera León tiene el mapa de las tuberías en la cabeza ya que durante 31 años fue el fontanero del Ayuntamiento

Dicen en el Ayuntamiento de La Guancha que cuando Esteban Cabrera León ‘el fontanero’ se jubiló, el municipio comenzó a tener otra vez problemas con el agua.
Esteban trabajó durante 32 años en el Consistorio y pasó por los tres alcaldes de la época democrática, los tres de partidos políticos diferentes: José Grillo (PSOE), Elena Luis (CC) y Antonio Hernández (PP).

Sus labores como fontanero empezaron por casualidad. A finales de 1977 salió del paro para realizar todo tipo de servicios, desde juntar papeles, hacer pretiles y coger hierba en los caminos durante seis meses. Le prorrogaron otro medio año el contrato pero como no estaba de acuerdo con estas tareas que le habían asignado se quejó al exconcejal Pepe Cañada. La casualidad hizo que el compañero que se dedicaba a la fontanería justo se marchó y alguien le sugirió que lo llamaran a él.

Cañada le ofreció este puesto y el director del IES La Guancha, Jerónimo Morales, le advirtió de que ese trabajo era como el de la funeraria: “las 24 horas, porque el agua no tiene espera”.
Él lo aceptó con las ideas claras: Si lo podía llevar, continuaba, caso contrario, se iba. Y siguió hasta febrero de este año, cuando se jubiló.

Cuando empezó, no sabía casi nada de fontanería en las calles pero sí de las viviendas, aunque el trabajo es muy distinto. “En ese momento solo era un manitas”, dice. Los cursos para aprender y perfeccionarse los hizo después. De gas, de propano, de formador de formadores y de fontanería específica.

Su primer trabajo como fontanero fue en el barrio de Las Cucharas, donde empezó a instalar fontanería de fundición, y el último, de mantenimiento en la red general del municipio.

Y Jerónimo tenía razón. No paraba de trabajar. Lo llamaban a cualquier hora, incluso de madrugada y los fines de semana. Su mujer, “que es muy tranquilita para todo”, nunca le hizo ningún problema aunque le daba pena que se tuviera que levantar. A él no le importaba. “Fue tanto el cariño que le cogí al trabajo que me daba igual echarle horas”, confiesa.

Muchos fines de semana lo pillaban cazando en la cumbre -su otra gran pasión- y tenía que dejar los perros con su compañero, bajar a solucionar el problema y luego, volver a subir.

Esteban cree que el agua es lo primero que tiene que garantizarse “porque es vida y un recurso de primera necesidad. Si falla la luz, quizás no sea tan problemático”. Por eso insiste en que hay que cuidar el servicio “y poner las personas que haga falta.

Si de algo puede presumir en todos sus años en el Ayuntamiento es de no haber tenido nunca quejas de alcaldes, concejales ni vecinos.

Piensa que el pueblo de La Guancha no puede lamentarse del servicio de agua que tiene. Cuando él llegó al Consistorio, casi todos los barrios ya tenían agua potable a excepción de Lomo Blanco, que tenía muy poca porque las tuberías eran muy estrechas, de 20 milímetros. Pero más tarde se cambiaron en toda la carretera por otras de 40 milímetros y el agua quedó “de paquete”.

Un municipio pionero

Además, fue uno de los municipios pioneros en tubería de fundición y tres redes; una primaria, que es la más gorda y la que alimenta a todo el pueblo, una secundaria, que sale de ésta a la acera, y la terciaria, que llega a las viviendas.

La localidad norteña cuenta con 5.000 metros de tubería en una orografía compleja. “Hay un chorro de agua y no te enteras”, apunta Esteban. Y pese a que no había muchas fugas, todos los días se ocupaba de tomar lecturas de entrada y de salida en los depósitos para prevenir cualquier inconveniente.

“Yo siempre decía: Si a mí no me falla el agua y tengo los depósitos llenos, vivo como un marajá”. Para conseguirlo, por las noches echaba a andar la máquina para detectar las fugas, puesto que le preocupaba que a los vecinos les faltara el agua. Se quedaba hasta las cuatro de la mañana y a veces, “ni siquiera llegaba ni a calentar la cama” porque a las pocas horas estaba en pie para arreglar lo que había encontrado la noche anterior.

Hubo dos problemas que marcaron su paso por el Ayuntamiento: La rotura de cargas que dejó a todo el pueblo sin agua durante varias horas hace unos cuatro años y que logró solucionar gracias al “empuje” de su compañero José Miguel, y otro anterior, ocurrido en el depósito de Monte Frío. En este caso, tras hacer la limpieza correspondiente, la llave no cerraba y el agua comenzó a salir. Fue necesario cambiarla pero el margen de tiempo que tenían era muy corto porque no se podían vaciar los depósitos.

“Estuvimos todo el día sin comer, porque la situación se complicó y llegamos a la noche, hasta que lo conseguimos. Pero Jose te daba ánimos, él es mecánico y como se le daba bien la soldadura y tiene muchas ideas buenas, cada vez que podía y si el encargado lo autorizaba, lo iba a buscar”, comenta.

Hace dos años Esteban cayó en cama y volvió a renacer. Una pastilla para el azúcar le provocó una reacción alérgica que lo obligó a estar en el hospital durante 18 días, amarrado y con la cabeza “perdida”. Recuerda que fue un viernes, se encontraba mal, mareado, y no supo qué le pasó. De repente, apareció entubado.

Fue justo hace dos años, cuando La Guancha vivió uno de los problemas con el servicio más graves que se recuerdan debido a una importante rotura en su red principal de suministro que dejó sin agua a más de 2.000 vecinos.

Este guanchero de nacimiento se prometió a sí mismo que al cumplir los 65 años se iba para su casa y así fue. Tenía ganas de descansar, aunque después lo echó de menos. Cuando pasaban los días, se decía a sí mismo: “¿qué hago ahora?”.

Acostumbrado a recibir entre 20 y 30 llamadas al día, Esteban pasó “a tener una tranquilidad absoluta” e ir poco a poco organizándose una nueva rutina. Ahora los jueves y los domingos, va de cacería, otros días acompaña a su mujer a hacer la compra, se pone a fregar la loza, y a veces, cuando llegan las zafras, le ayuda al consuegro o a algún amigo a coger las papas.

Las herramientas han avanzado y las llaves han cambiado. Son mejores, más finitas y eso permite coger mejor cualquier pieza. También el servicio, donde ahora hay dos personas. El nuevo fontanero tiene una ayuda que él nunca tuvo.

Pero Esteban todavía sigue siendo el ‘señor’ del agua en el pueblo. Tiene el mapa de las tuberías en la cabeza y reconoce a la perfección una municipal de una privada. Sus compañeros le consultan los inconvenientes que surgen, y ante la duda, les aconseja siempre que hagan la muestra del cloro, porque eso no falla. Y si el agua “no sale rosadita o naranja, no deben hacer nada porque no es del Ayuntamiento”, sostiene convencido.

“Los peores días eran cuando llegaban las elecciones”
Detrás de un señor aparentemente serio, hay alguien a quien le gusta mucho hablar, sobre todo de su trabajo, y que tiene un montón de anécdotas. Esteban nunca se quejó de su trabajo y quizás por eso cuesta arrancarle algo negativo, ya que tiene una explicación o justificación para cualquier inconveniente que surgiese. “Cuando yo empecé no era como ahora. No había ni teléfono, solo una emisora y ante cada problema, los vecinos llamaban al Ayuntamiento”. Al final, confiesa que “los días más amargados de la vida” eran cuando llegaban las elecciones. “Había personas que no habían conseguido el agua y ese día llegaba el alcalde o alcaldesa y para no perder los votos, me mandaban a ponerla y yo no daba abasto y porque estaba solo”, relata

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