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Estábamos en guerra, pero algunos se confiaron demasiado

Con la pandemia desbocada, ahora suenan ridículos aquellos discursos corrosivos de Abascal y Casado contra el estado de alarma o los reproches de Torra y Díaz Ayuso
Imagen de los aplausos de varias sanitarias en el HUNSC durante el mes de mayo. Sergio Méndez
Imagen de los aplausos de varias sanitarias en el HUNSC durante el mes de mayo. Sergio Méndez
Imagen de los aplausos de varias sanitarias en el HUNSC durante el mes de mayo. Sergio Méndez

Hace unos meses, cuando el Gobierno central empezó a utilizar la metáfora de la guerra para hablar de la lucha contra el virus, salió mucha gente en medios y redes afirmando que no les gustaba, que les parecía inapropiada, que les resultaba muy masculina.

Yo he de reconocer que no me incomodaba. No sé si es un residuo machista o una querencia católica por las jerarquías. Prefiero creer que es mi anglofilia, que me trasladaba a la resistencia antinazi del pueblo británico durante la II Guerra Mundial. Me emocionaba ese aplauso a las siete de la tarde, me tranquilizaba que el Gobierno hablara todos los días, escuchaba con atención a Fernando Simón, respiraba aliviado con los ERTE. Y veía que las cifras empezaban a controlarse, poco a poco, a pesar de que la pandemia nos había cogido despistados por una mezcla de desconocimiento, debilidad del sistema sanitario y prepotencia. Seguramente, los sanitarios sin EPI no estaban tranquilos ni contentos con el Gobierno, pero yo me sentí protegido.

Con la pandemia desbocada, ahora suenan ridículos aquellos discursos corrosivos de Pablo Casado o Santiago Abascal contra el estado de alarma. O los reproches de Isabel Díaz Ayuso, Quim Torra o Urkullu a aquel mando único circunstancial de Salvador Illa, que parecía de repente el Ejército Soviético invadiendo Checoslovaquia. Incluso aquí tuvimos nuestro rebote tuitero cuando pareció que el filósofo Illa nos echaba para atrás el plan de desconfinamiento. Ayer contaba Carlos Cué en El País que el Gobierno central le ha dicho a las autonomías que sean ellas las que gestionen ahora los rebrotes y la vuelta al cole, pese a los últimas críticas de Ayuso y Casado para que Sánchez se implique más.

En este permanente ejercicio de chovinismo partidista -más que territorial- que afecta a todos los partidos en función de las circunstancias, se ha debilitado un espíritu de resistencia y responsabilidad cívica que nos metió en casa disciplinadamente durante semanas en las que muchos se dedicaron a cuidarse unos a otros. El primer síntoma de esa quiebra fueron esos pijorros que salían por el Barrio de Salamanca defendiendo su libertad a estar en la calle. El último, la manifestación terraplanista contra las mascarillas. Y en medio, un comportamiento social irresponsable. Sobre todo, entre los más jóvenes. Pero no solo.

Efectivamente, nuestra sociedad funcionó mucho mejor en la disciplina de la guerra, con cientos de muertos diarios y las redes llenas de radiografías con pulmones reventados por el virus, que en la autogestión de la nueva normalidad. Por mucho que la patronal hotelera canaria esté como loca pidiendo PCR en los aeropuertos isleños, en un extraño frente ante Madrid que tiene aroma a CC, los contagios se producen, fundamentalmente, en nuestros barrios, nuestras fiestas clandestinas, nuestras viviendas pequeñas. Claro que las PCR ayudan, pero no son la panacea, igual que Jorge Marichal no es un representante diplomático del pueblo canario, sino de los intereses empresariales. Legítimos, por supuesto. Pero hasta la vacuna, nada va a ser normal. Todo será escaso, insuficiente, urgente, rescatable.

Es probable que la moral de resistencia bélica no llene las terrazas, pero estaría bien que los Gobiernos, español y canario, explicaran mejor que nuestra hecatombe económica está anestesiada por los ERTE. Que dijeran con crudeza lo que tenemos encima, el desplome brutal de la economía, sectores fundamentales que no sabemos cuándo se van a reactivar. Abismos que llevan a tirar de cuestionables proyectos mastodónticos de trenes, como el de Gran Canaria y Tenerife, para estimular la obra pública en plan keynesiano. Incertidumbres sobre por dónde ir, fosilizados en las rutinas de un viejo modelo de desarrollo, sobre todo en Canarias, que ahora no tiene “las condiciones materiales”, que diría Marx, para funcionar.

Escuchar eso nos prepararía para la resistencia común en lugar de para la evasión nocturna. Para buscar voces que nos ayuden a dibujar el futuro. Para lavarnos las manos, para coger la mascarilla y no soltarla nunca. Para volver a la guerra.

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