Lo que la mayoría asumimos como una pausa temporal para contener la epidemia ahora se ha convertido, como mínimo, en el año de la pandemia. El virus no atiende a razones ni entiende de calendarios, con lo que nos toca aceptar que aún navegamos por aguas turbulentas a pesar de tener la vuelta al cole a la vista, junto al creciente anhelo de recuperar nuestras añoradas rutinas.
El coronavirus continúa su fatídica marcha, arrasando con ella nuestro modo de vida. Los hábitos, costumbres y automatismos que antes eran nuestra normalidad, han visto alterado su curso. Y ahora las normas, recomendaciones, prohibiciones o restricciones han tomado el protagonismo de lo que debemos hacer o no hacer en cada momento. En estos tiempos de incertidumbre, nadie pone la mano en el fuego para asegurar que nuestra realidad dejará de estar sujeta a cambios. Algo que nos obliga a sortear los vaivenes de nuestro estado de ánimo y equilibrio emocional.
CONMOCIÓN COLECTIVA
¿Te sientes abrumado, estresado o agotado? Si la respuesta es afirmativa, déjame decirte que no estás solo. La situación que vivimos está afectando a millones de personas en todo el mundo, o por lo menos así lo relevan los estudios que se están llevando a cabo en numerosos puntos del planeta. Como el que han realizado desde el Grupo de Investigación en Procesos Electorales y Opinión Pública de la Universidad de Valencia, sobre la situación, valoración y percepción de casi 8.400 participantes sobre la COVID-19.
A través de una encuesta online realizada una vez finalizado el confinamiento, una de cada tres personas manifestó haber sentido miedo al salir de casa. Recordemos que el miedo es una respuesta instintiva del ser humano, y que cuando sentimos que no tenemos la percepción de control de la situación se dispara el estrés y la ansiedad como respuesta a las preocupaciones e incertidumbre que hemos estado experimentando durante estos meses. Por lo que no es de extrañar que hasta un 43% de los encuestados, también hayan visto afectados sus hábitos de sueño. Y que el 73% del colectivo de estudiantes sientan que su rendimiento y motivación han disminuido durante el confinamiento.
SÍNDROME DEL ENCIERRO
Los sentimientos de miedo, frustración, irritabilidad, aburrimiento o desasosiego que sufrieron muchas personas durante el confinamiento son normales, pero sus efectos pueden seguir acompañándonos más allá del encierro, variando en intensidad y nivel de malestar según cada persona y sus circunstancias. De ahí que muchos podamos llegar a experimentar algunos síntomas del llamado “Síndrome de la Cabaña”, producto del aislamiento, el distanciamiento social, la soledad y la monotonía. Este estado mental nos lleva a sentirnos desganados, abatidos, susceptibles, malhumorados o, como se suele decir, a subirnos por las paredes. Síntomas que conocen bien las personas que viven en clausura en zonas peligrosas o en guerra, las que tienen limitaciones físicas que les impiden moverse o salir con facilidad, los astronautas o los que viven largas temporadas en el mar.
En EEUU, el país que lidera el ranking de víctimas y contagios por causa del virus, estudios realizados tanto por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud, que monitorea los cambios en la salud mental y psicológica de la población, y por la Kaiser Family Foundation, organización independiente dedicada a la investigación y cobertura informativa en temas de salud, han informado que hasta un 45% de los estadounidenses tienen sentimientos de preocupación, estrés y ansiedad relacionados con el COVID-19 que han afectado negativamente a su salud mental. Y que más de un tercio han mostrado signos clínicos de ansiedad o depresión desde que comenzó la pandemia.
AGOTAMIENTO VIRAL
Estos datos nos desvelan la radiografía de la angustia emocional que late en el interior de millones de personas en todo el mundo, y que prolongada en el tiempo puede llevarnos al agotamiento extremo. Lidiar con emociones intensas día tras día debilita nuestra energía y causa la llamada “fatiga pandémica”, un tipo de agotamiento que puede surgir por la tensión, preocupaciones y estrés a partir de las restricciones impuestas, el miedo a enfermar o a contagiar a otros, la amenaza de una situación económica inestable, el temor a perder el trabajo, etc.
Vivimos en un escenario cuya trama bien podría ser parte de la película más taquillera del año, o del mayor experimento social jamás visto. La mayoría estamos aprendiendo a gestionar todo lo que nos viene sobre la marcha. Aprendizajes que para muchos trascienden de lo superficial, transformando el dolor en fortaleza, y el cambio en oportunidad. Ya lo aseguraba Albert Einstein cuando decía que “Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia”.
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