crisis migratoria

“El Gobierno de Senegal no hace nada para impedir que los jóvenes emigren”

Fall Mamadou, tras ser deportado en 2010, preside desde hace seis años la asociación de migrantes expulsados de España y lucha contra “la inmigración ilegal y la pobreza” para que los senegaleses “no hagan la tontería de coger un cayuco; pero no nos escuchan, ni siquiera los líderes”
Fall Mamadou se dedica hoy a comprar y vender pescado en su Saint Louis natal, la ciudad de donde parten la mayoría de senegaleses que llegan a nuestras costas. Cedidas
Saint Louis, cerca de la frontera con Mauritania, es un enclave de pescadores, plagado de enormes cayucos que son utilizados para huir de noche a Canarias / DA

“El Gobierno de Senegal no hace nada para impedir que los jóvenes emigren”, así de rotundo se manifiesta Fall Mamadou, presidente de la asociación de inmigrantes expulsados de España, desde Saint Louis, donde reside, después de intentar también “la aventura europea” en 2006, cuando llegó a Canarias en un cayuco y fue condenado a cuatro años de cárcel, que cumplió en Tenerife II, porque “se me acusó de ser el patrón del cayuco, sin prueba alguna”.

Mamadou Fall pasó esos cuatro años en la prisión de La Esperanza, mientras muchos de sus compañeros de viaje siguieron rumbo a “España, Bélgica o Francia, que es a donde realmente quieren ir los senegaleses, no quedarse en Canarias”, apuntó. Asimismo, recuerda que “insistí en que yo solo era un pescador de Saint Louis, que no era ningún patrón, pero me condenaron igualmente, aunque después de salir de la prisión el tribunal de Madrid me quitó todos los antecedentes penales, en los que se me obligaba a estar cinco años sin pisar suelo europeo, al que ahora pienso regresar algún día, aunque de manera legal”.

En aquellos cuatro años en prisión, este senegalés, que hoy tiene 46 años, aprendió el español, estudió leyes y trabajó en varios oficios, pero en 2014, tras la condena, fue repatriado a Senegal y volvió a las artes de pesca, aunque con la firme idea de luchar “contra la inmigración ilegal y la pobreza”, para fomentar “la salud y la cooperación”. Sin embargo, relata que “apenas hemos recibido ayuda del Gobierno, porque todo el dinero que llega de la cooperación con la Unión Europea se queda en unos cursos de tres días, por lo que te dan seis euros y luego te quedas tocándote los huevos”.

Para él, la nueva avalancha de cayucos desde Senegal y Mauritania hasta Canarias -también vienen pateras desde Marruecos- no se entiende, porque “cuando yo fui en 2006 en España había trabajo, pero ahora, por la pandemia, España está más jodida que África”. Igualmente, señala que “esos jóvenes ven las casas bonitas y las tiendas llenas y piensan que allí todo es idílico, que el dinero se recoge del suelo, pero no conocen la realidad de que en Canarias y en España hay mucha gente sin trabajo. Por mucho que se lo decimos no nos escuchan y el Gobierno, además, no hace nada por impedir que se jueguen la vida en un cayuco”, no hacen presión contra los mafiosos que se aprovechan de esos jóvenes que “pagan unos 400.000 francos sefar para viajar”. En total dan entre todos los 10.000 euros que cuesta un cayuco de 30 metros, más los dos motores que deben llevar.

Mamadou Fall sitúa la política de su país como la causante de que Senegal se haya convertido otra vez en puerto de salida de miles de africanos provenientes también de Malí, Mauritania o Guinea, porque “no hay orden de pararlos, excepto alguna patrulla española de la Guardia Civil”. Pero añade a todo ello que “Saint Louis, al norte de Senegal, cerca de Mauritania, vive casi exclusivamente de la pesca y hoy no se puede faenar pues no podemos hacer 400 kilómetros para competir con los grandes barcos europeos y chinos, cuando Senegal acaba de renovar un acuerdo con la Unión Europea para que barcos españoles y franceses sigan pescando aquí durante cinco años más de 100.000 toneladas. Sin pesca, no hay dinero, y sin dinero, no hay comida para la familia, ese es el gran drama que empuja a los jóvenes a coger un cayuco en busca de una vida mejor, por mucho que no valga la pena jugarse la vida. Cuesta decirlo, pero la esclavitud ha vuelto”, sentencia.

Pero no solo se queja de que la pesca se haya dado a europeos y chinos, sino que, además, alerta de que “cuando fue repatriado en 2011 a Senegal me puse en contacto con Veterinarios Sin Fronteras y confirmaron que grandes empresas cultivan y crían ganado en Senegal, pero para exportación, sin que apenas se quede nada en nuestro país, sin que se cumpla con lo que tanto presumen desde Europa, conseguir la soberanía alimentaria de África”, concluye Mamadou Fall, quien lucha para que sus compatriotas no hagan lo que él hizo en 2006.

Cuatro años de cárcel

Fall Mamadou llegó a Tenerife el 5 de julio de 2006 en un cayuco procedente de Novadhibou (Mauritania) y poco después fue condenado a cuatro años de cárcel por ser considerado el patrón de la embarcación.

“Me metieron en prisión sin hacerme un juicio justo, porque yo simplemente era un pescador, un padre de familia, nadie era el patrón de aquel barco, ya que ellos cobran y se quedan en Senegal. Ahora, en todos los cayucos que vienen, se pueden ver vídeos diciendo que son los patrones, eso podría ser una prueba, pero a mí me condenaron sin prueba alguna, tanto que después de cumplir la condena, el Tribunal Supremo de Madrid suspendió los antecedentes penales”.

“Salí para tener una vida mejor y pasé cuatro años en la cárcel. Cuando salí me mandaron a Senegal, sin que mi país hiciera nada por mí, lo que me llevó a crear unos años después la asociación de inmigrantes expulsados de España”, expuso.

Fall ha vuelto a dedicarse, desde que fue deportado en 2010 a su país, a la pesca, aunque ahora lo hace como empresario “comprando y vendiendo pescado” en Saint Louis, una ciudad de 300.000 habitantes al lado del río Senegal y la frontera con Mauritania, Patrimonio Mundial de la Humanidad, el primer enclave (1959) francés en África, dividida en tres grandes barrios (Sor, Ndar y Guert N’Dar) llenos de cayucos para pescar, incluso, el sueño de llegar a Europa a través de Canarias.

Cherif Seck, en la playa de Punta Larga, de hamaquero. DA
Cherif Seck, en la playa de Punta Larga, de hamaquero. DA

Cherif Seck llegó en 2006 y lleva una empresa de hamacas y sombrillas

Mejor suerte que su sobrino Fall Mamadou corrió Cherif Seck, que también llegó en 2006, en esta caso a Lanzarote, desde donde fue traslado al CIE de Hoya Fría. Desde entonces reside en Tenerife, ganándose la vida en los últimos años como empresario de un servicio de hamacas y sombrillas en la playa de Punta Larga, en Candelaria, como antes lo hizo en Las Teresitas, aunque también vendió gafas por la calle e hizo de traductor de la Policía Nacional.

Su nombre, de origen árabe, Cherif Seck, significa el sabio, y, aunque no presume de ello, se nota que estamos ante una persona inteligente, emprendedora y educada: “Ser amable con la gente tiene siempre su premio, es la mejor garantía de triunfar en el trabajo”, comenta mientras esboza, como siempre, una enorme sonrisa cuando se quita la mascarilla sanitaria.

Cherif Seck, al igual que su sobrino mayor Fall Mamadou, es natural de Saint Louis, una ciudad que vive por y para la pesca, aunque también es uno de los lugares más turísticos de Senegal, por su consideración de Patrimonio Mundial de la Humanidad. “Los tres barrios de la ciudad viven de la pesca y hoy en día no hay nada que pescar, porque los líderes políticos de Senegal le han entregado este oficio a europeos y chinos. No se puede competir con barcos que cuestan cada uno de ellos dos millones de euros y que tienen una gran tecnología, ni que te paguen 25 céntimos por el kilo de atún rojo cuando el barco lo vende a 15 euros”. Además, añadió que “hace unos días se renovó el contrato por cinco años más con Europa para que puedan pescar 45 barcos, casi todos franceses y españoles, en nuestras aguas y así es lógico que nuestros pescadores se decidan a buscar el sustento familiar emigrante a Europa, como en su día lo hice yo para buscar una vida mejor”.

Entiende Seck que “Senegal debería exigir, como hace Marruecos, que esos barcos lleven pescadores senegaleses, pero tampoco lo hacen”.

“Todos estos jóvenes que están llegando ahora vienen engañados, porque ahora aquí no hay trabajo. Son personas de Saint Louis que dominan el mar, tienen un don especial para navegar, no necesitan patrones, no así los que salen del sur, que son los que se pierden por el camino. Me da mucha pena. Con lo que tiene Senegal no necesitamos salir, ya que tenemos todo, pero en manos de Francia. Todavía no somos libres”, sentencia Seck.

 

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