la palma

El doctor Cavadas y la valiente Adara

La niña palmera, tras someterse a infructuosas operaciones en Tenerife, halló una solución a su problema con el afamado cirujano

Prácticamente desde su nacimiento, Adara, una niña palmera de 10 años, se ha sometido hasta a nueve intervenciones quirúrgicas. Nació con el labio leporino y el paladar hendido, dos defectos de nacimiento muy comunes. Sin embargo, las operaciones que le efectuaron en un hospital tinerfeño no salieron según lo previsto y, una vez tras otra, “a la semana se le abría la fístula”, por lo que su calidad de vida, lejos de mejorar, empeoraba. No podía levantar cabeza. Así lo cuenta a DIARIO DE AVISOS Cristina, la madre de la pequeña, que ha recorrido miles de kilómetros buscando el bienestar de su retoño, “la mejor herencia que le podemos dejar”.

Echando la vista atrás, Cristina solo recuerda ver a Adara de profesional en profesional. “Es una niña acostumbrada desde chiquitita a médicos”, reconoce, al tiempo que relata la frustración que le generaba que, tras desplazarse en repetidas ocasiones a Tenerife, sus problemas continuaran igual, pero con las molestias que el viaje y el paso por el quirófano traían consigo. Más tarde, ante la infructuosidad de los esfuerzos de los médicos, la derivaron a otro centro hospitalario, sin embargo, a pesar de que describe como “muy bueno” el trato del cirujano que le atendió en esa segunda clínica, “tienes el miedo en el cuerpo”, motivo que le impulsó a buscar alternativas.

Ahí fue donde se topó con el afamado doctor Pedro Cavadas, conocido por subsanar lesiones severas y efectuar intervenciones de suma complejidad. “Nos cansamos, yo como madre y mi marido como padre, de ver a nuestra hija sufrir”, prosigue. Y al haber leído sobre el facultativo y sus sonadas proezas, decidió ponerse en contacto con su oficina. “Busqué el teléfono por Internet, llamé, y su secretaria, muy amable, me cuadró fecha”, dice. Entonces se vio forzada a emprender rumbo a Valencia, con el consiguiente gasto al tratarse de un centro privado.

“La primera vez vas con la incertidumbre, no sabes lo que te espera”, describe. Por ello acudió acompañada de su tía, dado que su marido, que es autónomo, se quedó a cargo de los otros dos hijos que ambos comparten. Y las dudas del inicio, el saber que estaba en la Península rezando para que esa vez fuera la buena, se disiparon en el momento en el que entró en la consulta. “El doctor Cavadas te transmite tranquilidad, porque cuando vio la boca de la niña ya sabía lo que tenía que hacer”, dice, si bien aclara que únicamente puede hablar por su caso concreto, puesto que tiene conocimiento “de otros niños a los que han operado en el mismo servicio que a Adara en Tenerife y han quedado estupendos, pero con mi hija no pudo ser”.

Ya cuando la nueva cirugía estaba planificada, y de nuevo tenía que trasladarse a tierras valencianas, explica que fue sola porque su esposo no le podía acompañar. No obstante, se sintió segura, e incluso más en el postoperatorio: “Las otras veces que la operaron, a la semana estaba comiendo, y ahora se pasó cerca de un mes sin comer. Y aun así, tardó en comer cosas molidas”, muestra, a su juicio, de que se respetan mejor los plazos de reposo. Es más, afirma con orgullo que la herida ha cerrado bien y ve luz al final del túnel, también para otras patologías que tiene Adara y que el doctor Cavadas asegura que podrá tratar con acierto.

Preguntada sobre el balance de tal sacrificio, ya no solo logístico, sino económico, cuenta que “es un coste muy elevado, pero ha merecido la pena. Bastante. Hemos quedado muy contentos”. “Siempre se lo decimos a ella: la mejor herencia que le podemos dejar es que la siga operando el doctor Cavadas. Después de nueve intervenciones en Tenerife seguía fallando la técnica y no se le cerraba, nunca quedaba bien, y ahora le ves la boca por dentro a mi hija y parece otra diferente; es como una nueva”, manifiesta. Pero no deja de mostrar su disgusto con el hecho de que “te tienes que botar fuera de tu Isla para buscar el bienestar de un hijo”, un sentimiento de desamparo que no solo invade a personas como Adara y su madre; también a tantos otros que, dentro de un sistema sanitario que presume de ser puntero, por una u otra razón, a veces deja atrás.

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