El comienzo de un nuevo calendario supone un cambio emocional y psicológico para las personas, como una especie de reinicio mental que nos lleva a replantearnos proyectos, formular nuevos objetivos o establecer propósitos ilusionantes. Sin embargo, en una época en la que la calidad de vida del mundo occidental parece ser superior a ninguna otra que hayamos conocido, todo a nuestro alrededor nos hace pensar que necesitamos más cosas para ser felices.
Las empresas y marcas, a través de las redes sociales, la televisión, el cine, etc. nos incitan a consumir, a desear el último modelo de smartphone, una casa más grande, un coche último modelo, el robot de cocina más avanzado o a estar a la última en cuestión de vestimenta o apariencia. Es lo que consideramos “normal”. Cuantos más recursos tenemos, más podemos consumir, más cosas podemos tener, más exitosos somos, más estatus adquirimos y más felices nos sentiremos… o al menos eso es lo que nos han hecho pensar.
MENOS, ES MÁS
La otra cara de la moneda representa un varapalo contra las seductoras estrategias de marketing y publicidad. El minimalismo nos invita a reexaminar nuestro concepto del éxito y a salir de la espiral de consumismo y materialismo que impera en la sociedad, proponiéndonos un estilo de vida que nos anima a vivir sólo con lo necesario, bajo el mantra “menos es más”.
Quizás el término nos resulte más familiar asociado a un estilo particular de decoración, pero esta parcela del concepto nos ayudará a ejemplarizar todavía mejor en qué consiste el movimiento minimalista como filosofía de vida. Como es bien conocida, la decoración minimalista se caracteriza por su sobriedad, simplicidad y funcionalidad, así como por su predilección por los espacios diáfanos y la austeridad en el número de objetos a emplear en la decoración de las estancias. De esa misma forma, el estilo de vida minimalista promueve centrarnos en lo esencial, descartar lo superfluo y eliminar lo que sobra. Aprender a vivir con menos.
Es posible que el minimalismo, en nuestro presente, sea como una especie de llamada de atención en un momento crítico de la historia de la humanidad, en el que optimizar, simplificar y ser más sostenibles parece la mejor ruta posible a transitar para garantizar nuestra supervivencia. Vivimos en un mundo rápido donde consumimos mucho y desechamos con facilidad. Un mundo donde prima la comida rápida, las relaciones superfluas, las prisas, las modas pasajeras o la tecnología efímera. Los minimalistas sugieren un estilo de vida material y mentalmente más simple, con menos cosas, menos desorden, menos estrés, menos deudas, menos frustración y menos distracciones, pero también con más tiempo libre, más libertad financiera, más relaciones gratificantes, más crecimiento y mayor bienestar.
Se trata de prescindir de todo aquello que de verdad sobra en nuestro día a día, librarnos del exceso de cosas (muebles, objetos, ropa, papeles, accesorios, zapatos, aparatos, etc.) para que sólo permanezca lo esencial. Esto nos llevaría a ser más conscientes de las cosas que poseemos, las que compramos y cómo invertimos nuestro tiempo y dinero.
LA SIMPLICIDAD DE LAS COSAS
La escritora minimalista y fundadora del “Proyecto 333”, Courtney Carver, fue diagnosticada de esclerosis múltiple en 2006, causando un gran impacto en su vida. A partir de ahí, comenzó a transformar su día a día en una realidad enfocada en el amor, la salud y la simplicidad. Para ella, vivir con menos significa ser más nosotros mismos, disponiendo de más espacio y más tiempo para dedicarnos a las cosas importantes de la vida. Esto cambió por completo su existencia, mejorando su salud y calidad de vida. En 2010 lanzó en internet el “reto 333”, consistente en utilizar tan sólo 33 prendas durante 3 meses. La respuesta del público fue asombrosa, miles de personas en todo el mundo se sumaron al desafío.
El auge del movimiento minimalista en los últimos años ha embarcado a muchas personas en la búsqueda de la felicidad a través del camino de la simplicidad, bajo el argumento de que ni el dinero ni las cosas, por si mismas, nos proporcionan el ansiado elixir del bienestar. Pero, ¿cómo dar los primeros pasos para “convertirnos” al minimalismo?
La transición de un estilo de vida materialista, también conocido como “maximalista”, al minimalista puede resultar todo un reto. Desapegarnos de objetos o bienes materiales implica mucho más que hacer una limpieza de armarios o arreglar papeles. Consiste en renunciar al consumo irracional y a la acumulación de todo aquello que no revierta una utilidad real en nuestro día a día. De manera que la presencia de todo aquello que nos rodee, esté justificada de alguna manera positiva, desprendiéndonos no sólo física sino también emocionalmente. ¿Te lo imaginas? Todo camino empieza por un primer paso.