
Por Claudia Simón
El 14 de marzo de 2020 es una fecha histórica en la que la vida cambió radicalmente. La situación de emergencia sanitaria declarada por la pandemia de la COVID-19 desembocó en un confinamiento domiciliario repentino que recluyó en sus hogares a millones de personas. La vida comenzó a girar en torno a las cuatro paredes de cada casa, donde los trabajos esenciales empezaron a ser más valorados, donde las tecnologías jugaron un papel esencial en nuestras relaciones y disfrute personal. Este aislamiento tiene muchas consecuencias y, especialmente, potencia algunos factores de riesgo que pueden provocar un empeoramiento de la salud mental, tanto en la población general como en aquellas personas que ya tenían alguna situación de malestar psíquico. La población se ha enfrentado a la soledad de sus hogares, así como a la prohibición y/o limitación de algunas libertades y derechos para garantizar la salud pública, pero, ¿habrá servido para valorar qué significa realmente vivir en libertad? Muchas personas creyeron que estar confinadas era igual que vivir en una cárcel… Pero, ¿cuántas personas decidieron pasear a sus mascotas más veces de las habituales para sentir el aire fresco de la calle? ¿Cuántas personas aprendieron a utilizar las videollamadas grupales para hablar con sus familiares en cualquier momento? ¿Cuántos panes o pasteles caseros se degustaron?
LA SALUD MENTAL EN EL CONFINAMIENTO EN PRISIÓN
Son en torno a 900 personas las que viven privadas de libertad en la prisión de Tenerife, de las cuales hay constancia de que 80 tienen un problema de salud mental, aunque puede existir un número mayor de personas que están experimentando situaciones de malestar psíquico y aún se desconocen o no han sido diagnosticadas y/o tratadas de forma adecuada. Sin embargo, su situación no es comparable con el confinamiento que vivió la población en sus hogares. Son personas a las que la alerta sanitaria agravó sus circunstancias penitenciarias: sufrieron un alejamiento mayor de sus familiares, ya que las comunicaciones presenciales se suspendieron y las llamadas telefónicas fueron la única opción para comunicarse; se procedió a la suspensión de todas las salidas y permisos penitenciarios, sin ser posible la entrada al centro de profesionales del exterior que desarrollan habitualmente actividades terapéuticas; aumentaron las dificultades para mantener las rutinas dentro del centro penitenciario, donde los días se hacen más eternos porque no se pueden llenar con hobbies caseros, y donde la atención a la salud mental se vio más mermada aún por las dificultades en la prestación de servicios sanitarios psiquiátricos. Sin embargo, existe tal desconocimiento de las rutinas dentro de prisión, de lo que significa la pérdida real y total de libertad, que, tras sentir los límites impuestos por la crisis sanitaria vivida, se ha comparado con la vida en la cárcel y han aumentado más aún las falsas creencias que giran en torno al sistema penitenciario.
Algunas personas con sufrimiento psíquico que cumplen condena en Tenerife II cuentan que “la sociedad no sabe lo que pasa día a día en prisión, hay que vivirlo en carne propia”; “aquí no puedes salir, confinado puedes acceder a Internet, estar con tu familia, ir a comprar… No hay recuentos, te acuestas y te levantas cuando quieras…”.
Al igual que ellas, son muchas las personas con problemas de salud mental que viven privadas de libertad, una experiencia mucho más intensa y dura que un largo confinamiento, cuya información sobre la prisión, antes de su ingreso, era igual de sesgada que la del resto de la población, puesto que afirman que “pensaba que en la prisión estaría mejor”, de hecho, indican que cuando ingresaron pensaron tomárselo como el servicio militar, pero “prefiero cumplir 20 milis antes que esto”.
Ahora han podido conocer que “aquí no regalan nada, el que quiere el carné de conducir tiene que pagarlo…”, y quieren cumplir dignamente, con sus obligaciones y también sus derechos, luchando contra un estigma que, en múltiples ocasiones, continuará sobre sus espaldas, aunque hayan finalizado su condena.
Las personas internas, aun “cumpliendo una pena por errores de la vida”, “se sienten abandonados, que lo han perdido todo”, “que no tienen vida”. Ahora “valoran la libertad de otra forma”. Explican que la prisión no es el mejor método de reinserción social, menos aún si tienes un problema de salud mental que no es tratado de la forma más adecuada, circunstancias que aumentan el autoestigma, dificultan la recuperación y la vida en libertad. Además, tienen que enfrentarse a los prejuicios sociales sobre las personas que han estado en un centro penitenciario, que se vuelven más complejos por el doble estigma asociado a las personas reclusas y con un problema de salud mental, lo que implica demostrar más aún su capacidad de resiliencia, recuperación y reincorporación comunitaria.
Muchas de las personas que viven o han vivido en el centro penitenciario se han visto abocadas a ello por sus situaciones personales, familiares, sociales e institucionales, personas que expresan que “no siento ni el miedo, ni la incertidumbre, ni la pérdida de control. Desde los 5 años estoy en la Casa Cuna, centro de menores… Estoy acostumbrado. Vivo encerrado en mí, mi propia cárcel, no abro la puerta de mí a nadie”.
La desconfianza se ha instalado en sus vidas, ha limitado la forma de relacionarse y distorsionado la interpretación del bienestar. Personas que huyen de las personas, que se esconden de la sociedad; una sociedad que les ha dado la espalda mucho antes de su entrada en prisión, que las ha invisibilizado, olvidándolas entre las rejas. Son personas que tienen sueños, aspiraciones y expectativas de su vida fuera de prisión, que desean “salir y arreglar cosas pendientes con la familia, buscar un lugar mejor para vivir que no sea el mercado de la droga”, porque quizás no han tenido más opciones en otro momento, porque quizás desconocen que existen otras opciones.
EL PAIEM Y EL PROGRAMA PUENTE
La institución penitenciaria tiene en marcha en el territorio nacional dos programas de actuación específicos para trabajar con la salud mental en los centros penitenciarios: el Programa de Atención Integral a Enfermos Mentales (Paiem), que reúne las directrices a la hora de abordar la asistencia de los problemas de salud mental en las prisiones, y el Programa Puente de Mediación Social en los centros de inserción social. En Tenerife ambos programas se desarrollan en el Centro Penitenciario Tenerife II y en el Centro de Inserción Social Mercedes Pinto, respectivamente. Promueven la multidisciplinariedad y abren la participación a todas las administraciones, organizaciones y entidades del tercer sector implicadas en la recuperación de las personas con diagnósticos psiquiátricos para facilitar el enlace con los servicios especializados de la comunidad y fomentar la reincorporación social.
La psicóloga del CIS Mercedes Pinto valora que el Programa Puente es “un camino entre la institución penitenciaria y los distintos recursos de salud mental disponibles a los que las personas residentes pueden acceder, fomentando la autorresponsabilidad, el autocuidado y la integración nuevamente al medio social”. Reconoce que es fundamental “abordar los distintos casos que se presentan en prisión, no se puede perder de vista otros factores como la drogodependencia o la situación sociofamiliar de cada persona. Por ello, creo que una mejora sería fomentar la educación para la salud y un tratamiento holístico/integral de cada caso”.
TRABAJO COMUNITARIO
También se apuesta, desde el Servicio de Gestión de Penas y Medidas Alternativas, por valorar y analizar las diferentes opciones para el cumplimiento de condenas a través de la realización de acciones sociales, como son los trabajos en beneficio de la comunidad. Una manera de reeducar, formar, informar y reinsertar a las personas dentro de su misma comunidad, con el objetivo de mejorar las relaciones sociales, disminuir los estigmas asociados a quienes han pasado por un centro penitenciario y, por supuesto, favorecer una mejor atención a la salud mental en aquellos casos en los que sea necesario.
Para la realización y desarrollo de estos programas el trabajo interdisciplinar es esencial para la creación de redes que faciliten la reincorporación en la comunidad de las personas que, tras cumplir una pena privativa, recuperan sus derechos y libertades y, por tanto, la posibilidad de continuar su tratamiento en lo recursos sociosanitarios y de asociaciones como AFES Salud Mental.
AFES Salud Mental y el proyecto Ícaro
Es por ello que en 2015, esta entidad impulsa el Proyecto Ícaro para colaborar de forma activa y conjunta con el PAIEM, el Programa Puente de Mediación Social y la acogida de cumplimientos de Trabajo en Beneficio de la Comunidad. El objetivo es acompañar, atender y dar respuesta a las personas con problemas de salud mental judicializadas, y, por lo tanto, mejorar la calidad de vida de quienes participan en estos programas y de las personas vinculadas, además de ofrecer asesoramiento y sensibilización a los profesionales penitenciarios.
El Proyecto Ícaro permite conocer de cerca las vivencias de las personas con malestar psíquico que se encuentran privadas de libertad en un centro penitenciario de régimen cerrado, las dificultades de inserción social de quienes se encuentran en régimen abierto o las necesidades de quienes cumplen una medida alternativa de su condena. También ofrece apoyo a quienes, habiendo finalizado su pena, vuelven a su entorno y recuperan su libertad, aunque siguen siendo presas de los prejuicios, necesidades sociales y falta de recursos que les impiden retomar sus proyectos de vida con absoluta plenitud y dignidad.
Para ello AFES Salud Mental trabaja para sensibilizar contra los estigmas existentes en el ámbito judicial y penitenciario, así como a la red de salud mental; y reclama una mayor coordinación entre las administraciones y organizaciones que facilite el acceso a los recursos y proyectos adecuados y adaptados a las necesidades de atención, también como forma de cumplimiento alternativo a la pena de prisión.
Todo ello para que los centros penitenciarios no se conviertan en lugares marginados y marginadores, creadores de exclusión, sino que sean lugares para la reflexión, reeducación y reinserción que apuestan por la atención a la salud mental y favorezcan el cumplimiento de las condenas acorde a los derechos humanos.

La salud mental en prisión a través de un cómic
El viaje de Rayco es la historia ilustrada sobre el paso de un joven por un centro penitenciario y el acompañamiento psicosocial que recibe al tener un trastorno mental.
La historia de Rayco nos cuenta cómo una infancia con dificultades, adicciones en la adolescencia u otras situaciones de riesgo pueden llevarnos a “volar demasiado alto” y ocasionarnos daños. El relato refleja cómo la rehabilitación psicosocial y el desarrollo de habilidades saludables con apoyo profesional pueden favorecer la autonomía personal y la recuperación de un proyecto de vida con significado tras cumplir una pena privativa de libertad.
A lo largo de esta tira de viñetas, Javitxuela, el autor de cómic, nos conduce por una historia de ficción basada en la interpretación del mito del vuelo de Ícaro y en las distintas vivencias de las personas que participan en el proyecto Ícaro-Atención a la salud mental de personas privadas de libertad, desarrollado por AFES Salud Mental, y que muestra parte de su trabajo.