La jornada lluviosa de esta semana, en el marco del paso de la borrasca Filomena por Canarias, está siendo muy bien recibida por los agricultores, que se ven con nuevas reservas para las épocas del año en las que no cae ni gota. Sin duda, tras un 2020 marcado por la pandemia y la paralización de la práctica totalidad de las actividades productivas debido a las restricciones impuestas por las autoridades para prevenir contagios de la COVID-19, el sector primario no puede ver con malos ojos unas generosas precipitaciones, siempre que no vengan aparejadas de destrozos en los terrenos ya cultivados o en los invernaderos.
Sin embargo, como dice el refrán, nunca llueve a gusto de todos. Mientras los trabajadores del campo celebran el esperado aguacero, los empleados de establecimientos de hostelería y restauración ven la ruina cada vez más cerca. No solo han tenido que afrontar un confinamiento duro, domiciliario, como parte del combate de una epidemia al estilo medieval, que les abocó a admitir únicamente reservas a domicilio o la modalidad take away, es decir, recogida para consumir en casa. También han padecido unas severas y cambiantes medidas restrictivas, con control de aforo, adaptación de las instalaciones para cumplir la distancia entre comensales, instalación de dispensadores de gel hidroalcohólico o desinfección de mesas entre un cliente y otro.
A ellas se unía a pocos días del 24 de diciembre una pauta exclusiva para Tenerife que, ya de partida, tenía como consecuencia el cierre -temporal o permanente- de míticos bares y restaurantes: prohibido utilizar las estancias de interior. Aquellos que no disponían de terraza, por tanto, tenían vetada la opción de, con las fiestas, recuperar algo de la facturación que habían visto mermar durante los nueve meses anteriores. Otros optaron por sacar de los salones sus mesas y sillas, aun a riesgo de que se deterioraran por las inclemencias del tiempo. Era eso o cerrar. Y la mayoría de las que sí contaban con mobiliario de exterior, se proveyeron de calefactores y otros elementos para hacer más agradable el terraceo en pleno invierno.
Es precisamente por estas dificultades que, de manera escalonada, no han dejado de crecer en número, por lo que la patronal del sector hostelero ha emitido quejas hacia las instituciones, si bien es cierto que algunos ayuntamiento sí se pusieron manos a la obra, desde el anuncio por parte del Gobierno canario de las nuevas restricciones para Tenerife, a fin de habilitar más zonas que las previstas para terrazas en sus municipios, emitiendo licencias exprés.
Ayer, cuando en el centro de La Laguna se podía ver un intermitente uso de las terrazas, pues en ocasiones parecía que se aproximaba una apocalipsis y en otros momentos reinaba la calma, los camareros no paraban de limpiar las mesas, con la esperanza de que algún cliente se atreviera a salir a comer un sábado de frío lagunero, bajo una sombrilla pensada fundamentalmente para proteger del Sol, y con esas precipitaciones que se convirtieron, por minutos, en leve granizo. De ahí que en uno de sus días más duros, los hosteleros dieran más importancia a las palabras que, en la edición de DIARIO DE AVISOS de ayer, entonaba el presidente del Cabildo de Tenerife, que rompía una lanza en favor de dichos establecimientos.
En concreto, el líder insular defendió que, una vez pasadas las Navidades, temporada en la que se preveía que pudieran producirse más contagios de coronavirus, “se podría tener un trato flexible sobre el aforo para que puedan afrontar los próximos meses tras el varapalo de esta campaña”. Una demanda que, dijo, hará llegar al Ejecutivo autonómico, para su estudio el jueves, al igual que otra petición para que se articulen ayudas para la actividad, del mismo modo que lo han hecho desde la Corporación. Objetivo: salvar el tejido local.