“Mira, cuando murió mi hermana, con 24 años, yo no había cumplido 18 y entonces quise vivir muy deprisa. Como si me fuera a faltar tiempo para hacer todas las cosas que quería. Por eso quizá estés ante una mujer que es capaz de luchar hasta la extenuación para sacar adelante uno de los proyectos de mi padre, Félix Rodríguez, que tiene 89 años: las Bodegas El Lomo”. Estoy en Los Limoneros con Clara Rodríguez Medina (Santa Cruz, 1964), una bodeguera atípica, que es capaz de abrir un restaurante en tiempos de pandemia, que se metió en esto por amor –a su padre-, sin tener ni idea de enología, sólo lo que él le iba contando poco a poco. Y que ahora, en los tiempos del virus, lidera un proyecto muy hermoso. Fuera de los apuntes, una frase que quedó grabada en mi WhatsApp, tras la entrevista: “Quien no te conoce te juzga sin piedad”. Pero no supe si se refería a ella o a su entrevistador. También me telefoneó después para decirme que no le gustaría que nuestra conversación quedara en una entrevista personal, sino profesional. Se trata de una indudable falta de experiencia: todo se solapa. O, si quieren, el contenido de una conversación periodística acaba mezclándose en un punto, al final. Gracias por el vino, Clara, estaba delicioso.
-¿Cómo nace una bodega?
“Nace, al menos la nuestra, de la vocación, del entusiasmo, de la capacidad de crear que siempre ha tenido mi padre”.
-¿Y no te cansas? Porque en estos tiempos no debe ser fácil.
“No, no lo es. Y sí, me siento muy cansada. Pero en cuanto me acuerdo de ese amor con el que nació la bodega se me quita el cansancio y me entran unas ganas enormes de salir adelante, de combatir mi propio cansancio”.
-¿Podemos presumir de buenos vinos?
“Claro que podemos. Tenemos bodegas muy serias que logran caldos excelentes. Y, por otra parte, sigue habiendo fraude, pero mucho menos, sobre todo en el vino a granel. Pero yo no quiero hablar de ese tema, no me gustaría y además no me compete”.
-Mujer y bodeguera. Antes era impensable.
“Pues ahora hay muchas y la mayoría muy bien consideradas”.
-He tenido que mirar en el diccionario lo que es el hollejo: la materia sólida que queda tras el prensado de la uva.
“¡Y qué importante es! Por ejemplo, a la hora de darle el color al vino”.
-Repites mucho que no eres enóloga.
“Y no me quiero meter en el terreno de los profesionales. Andrés, a mí no me avergüenza decir que cuando pruebo un vino y quiero corregir algo en la bodega, lo trago. Quiero captar el gusto hasta el final. Es mi bodega y es mi vino. Cuando cato para un concurso, lo degusto y no lo trago. Si creen los expertos que estoy equivocada, pues también estoy dispuesta a discutirlo”.
-Los franceses, lo digo siempre, han conseguido elevar el Beaujolais –nouveau— a la categoría de mito en todo el mundo. Se cultiva su uva cerca de la Borgoña, al norte de Lyon, y es aceptado en todo el planeta. Cada noviembre, su salida a los mercados se convierte en un espectáculo. Y aquí hay como 11 o 12 denominaciones de origen. ¿Qué pasa?
“Pues que no nos ponemos de acuerdo. Yo voto por una sola denominación de origen, la de Islas Canarias, con los subgrupos que hagan falta. Pero aquí muchas bodegas no desean eso. Unos cosecheros y bodegueros opinan lo mismo que yo y otros se oponen frontalmente”.
-Y eso que hacemos vinos tan buenos y agradables como el Beaujolais.
“Y mejores. Pero, por ejemplo, a la hora de exportarlos, todos son pegas y más pegas. Y a la hora de unificar la producción, de venderla bajo una misma denominación de origen, algunos se oponen. No te olvides de que vivimos en Canarias y en Canarias hacer las cosas bien y unificar criterios comerciales es muy difícil”.
-Aquí hay un organismo que se llama Gestión del Medio Rural. ¿Lo hace bien?
“Bueno, se trata de un organismo de la Consejería de Agricultura que vela por el sector primario y agroalimentario. Pero, ¿sabes lo que te digo? Que si una cosa trabajaba bien, ¿para qué cambiarla? ¿Para qué actuar exclusivamente desde una plataforma on line? ¿Por qué no dejamos quietas las cosas que iban bien? Es mi opinión; respeto otras”.
-¿Inventaste eso del crazy wine?
“No, no. Lo que ocurre es que en la bodega hemos innovado, sobre todo pensando en los más jóvenes. Hacemos un tinto que se llama Chiquita locura; un vino de maceración que se llama Disparate; un rosado que henos bautizado como Rósame, con ese. Y hasta tenemos un Corazón negro”.
-Por cierto, han creado ustedes unas nuevas etiquetas; me parecen preciosas.
“Pues las ha diseñado mi hijo, que tiene 28 años y es escultor”.
(Me muestra, por el móvil, esculturas de su hijo realmente interesantes. Está vendiendo ya fuera de España. Unas de coches me parecen realmente muy logradas. Su hija, de 34 años, ha estudiado Historia del Arte y trabaja en la bodega. Hoy la espera para ir de compras, pero, por mi culpa, a Clara y a su hija se les fastidió la tarde).
-Dame fechas claves en la historia de El Lomo, que por cierto –no lo había dicho— está en Tegueste, fuera de la ruta de los turistas, muy a su pesar.
“Te diré dos. La de su fundación por mi padre, en el año 1989, cuando yo era todavía muy joven, pero ya te conté que quería vivir muy deprisa. Y la de 2018, cuando cambiamos el chip, le dimos la distribución a la empresa Torres, contratamos a un gerente con el que estamos muy contentos, estrenamos nuevas etiquetas y todo se convirtió en novedoso, en un nuevo lanzamiento. Hasta hoy, que estamos luchando más de la cuenta, igual que la mayoría de las bodegas, por culpa de la pandemia y de la economía del Archipiélago. Tendremos que esperar a que lleguen tiempos mejores”.
-¿Cosechas en tus propias fincas?
“Tenemos dos fincas propias y otra arrendada”.
-¿Tinto o blanco?
“Vamos a ver, yo prefiero el tinto, pero para nada desprecio el blanco que se hace en Canarias, entre ellos el nuestro. Hemos logrado un blanco estupendo con una uva excelente que traemos de Santiago del Teide”.
-Clara, en esto del vino, el merchandising (la comercialización) es fundamental. ¿No crees?
“Por supuesto. Mira, teníamos la ruta del vino, que era una maravilla, y se dejó de lado, se fue abajo el proyecto, no sé por qué. Y luego, con el volumen de visitantes que recibía Tenerife, es una pena que algunas bodegas quedaran fuera de la ruta habitual del turista. Si tenemos un sector, como el vinícola, tan atractivo, sería bueno que no se aprovecharan de él solo unos pocos, sino que deben ser todos quienes recojamos los beneficios que están a nuestro alcance”.
-¿Te llega a quitar el sueño la gestión de la bodega?
“Sí, yo duermo muy mal. A mí todo me quita el sueño, pero debo seguir adelante porque los problemas se resuelven y ya está. Esta fuerza la heredé de mi padre, que tuvo una gran empresa y al que varias crisis le afectaron, como a todos”.
-¿Qué años se suelen catalogar como buenos en la cosecha de la uva y en la obtención del vino?
“No es una regla estricta, pero siempre que hay poca uva se consigue más calidad en el vino que se obtiene de ella. Suele ser la norma”.
-Antes hablabas de fraude. ¿Puedes concretar?
“También te dije que no quería hablar de eso. Me refiero al vino a granel que se despacha por ahí como vino canario y que resulta que lo traen de algunas regiones de la Península. No todo el mundo es serio. Por supuesto que las bodegas están sometidas a controles estrictos, pero no algunos puntos de venta disfrazados de casas de comidas”.
-Por cierto, que en tiempos de pandemia has sido capaz de abrir un restaurante, con muy buena fama, en la propia bodega.
“Sí, La Cepa 18, y estamos muy contentos hasta el momento. Nosotros lo que hicimos fue arrendar el espacio y está funcionando muy bien y espero que vaya mucho mejor”.
-Has pasado por momentos difíciles en la vida. Y eso te rompe el alma, ¿no?
“A mí se me ha exigido mucho. En realidad, se te pide que trabajes en función de tu capacidad. Familiarmente, la muerte de mi hermana nos partió el corazón, sobre todo a mis padres, que recibieron un gran impacto. Yo era muy joven, no había cumplido los 18 años, pero la echo mucho de menos. Y con la retirada de mi padre, por razones de edad y de enfermedad, me tocó a mí sacar adelante sus empresas en una época realmente desoladora. Y en eso estoy, luchando y animada en unos tiempos en que escasea el ánimo; no sólo para mí, sino para casi todo el mundo”.
(Los camareros de Los Limoneros adoran a esta mujer, que llegó a la mesa cargando tres cajitas de vino. Una para Mariano Ramos, el propietario del restaurante; otra para Toni Miralles, un veterano empresario metido a camarero, que fue dueño de dos discotecas de Bajamar, a las que Clara iba de adolescente; y otra para mí, que me bebí este fin de semana con un par de amigos, siguiendo estrictamente el protocolo del COVID-19, que algunos llaman ‘la’ COVID, no sé por qué, porque se trata de un virus).
-¿Una etiqueta vende?
“Sí, por supuesto, ayuda mucho. Aunque hay bodegas, que llevan años y años en el mercado con la etiqueta de origen. Yo creo que de vez en cuando es bueno darle un repaso a la marca. Por ejemplo, nosotros antes poníamos Bodega El Lomo en singular. Y ahora somos Bodegas El Lomo, en plural. Es cuestión de estudios de mercado y de todo eso. Cada uno puede tener una opinión distinta al respecto”.
-Me atribuyo el “Corazón negro”. Por lo que dicen, porque la realidad es que ahora soy un angelito.
“No creo que tengas que atribuirte nada. Yo vine aquí con cierto temor, con un poquito de recelo, porque te precede alguna fama periodística de duro, pero confieso que has sido muy agradable y muy atento conmigo. Ahora sólo falta que las fotos me hagan justicia”.
(Es Sergio Méndez el que hace las fotos en esta ocasión. Clara tiene los ojos color miel, que cambian con la luz. Esto me dice. Responsabilizo a Sergio del asunto, pero debo añadir que se trata de una mujer muy atractiva. Atractiva, inteligente y cansada, no sé en qué orden. Pero estuvimos sentados en Los Limoneros desde las dos y media hasta pasadas las seis de la tarde. Se le arruinaron las compras a Clara y a su hija, pero hablamos de lo divino y de lo humano. Lo que pasa es que una parte de la charla se quedó en el confesionario. Mi verdadera vocación fue siempre ser obispo, pero obispo trabucaire).