granadilla de abona

El molino de Granadilla: un siglo moliendo gofio

El Molino de Granadilla cumple 100 años, y hoy sigue elaborando el alimento típico canario con herramientas artesanales; en las décadas de los 60 y 70 llegó a enviar hasta dos contenedores al año a Miami
Juan Manuel Casanova, propietario del molino (izquierda) y su hijo Semidán, hoy al frente del negocio. DA
Juan Manuel Casanova, propietario del molino (izquierda) y su hijo Semidán, hoy al frente del negocio. DA

Un siglo. Nada menos que 100 años se cumplirán, en apenas tres meses, desde que las piedras molineras comenzaron a producir gofio en la plaza de San Pedro, en Granadilla de Abona. Entonces compartía instalaciones con el antiguo Torreón de Luz (conocida como La Eléctrica), situado en el número 4 de la plazoleta que, a través de dos motores, generaba luz para todo el pueblo y una parte de Arico. El impulsor de ambas instalaciones fue Antonio González Martín, vecino granadillero que acabaría por separar ambas dependencias. Los documentos sitúan oficialmente la inauguración del molino el 14 de junio de 1921.

El molino lleva más de 50 años en su actual ubicación y hoy es un referente en el sur de Tenerife. La labor de su fundador la continuó su esposa, Carmen Mora Betancourt, primero, y su sobrino Javier después. Juan Manuel Casanova, que fuera empleado de los tres y que comenzó a trabajar en la pequeña empresa en los años 60, asumió el traspaso del negocio en 1992 y hoy, ya jubilado con 73 años, es su hijo Semidán, de 42, quien lidera el molino centenario.

“Mi padre había sido albañil, pintor, trabajó en el cine de Charco del Pino y fue taxista; al principio no quería dar el paso de ponerse al frente, pero al final se entusiasmó y estas paredes siempre han sido su ilusión, de hecho viene todos los días”, explicó a este periódico Semidán, pilar de la empresa desde 2006, siete años después de que empezara a moler, tostar, empaquetar y distribuir gofio por la Isla. “Él ha sido mi maestro molinero”, resume.

Semidán Casanova estudió un ciclo superior en Administración y Finanzas, pero hoy no se imagina su vida en un lugar donde no se escuche el machaqueo de las piedras molineras ni huela al aroma tan característico del alimento más representativo de las Islas, que se remonta a la época prehispánica. “No me arrepiento de haberme quedado aquí, trabajo donde me gusta, descubrí que mi pasión era el gofio, este es mi sitio”, afirma, aunque reconoce que es una labor “muy sacrificada, que te tiene que gustar porque requiere muchas horas al día”.

El local se ha modernizado, pero sin perder la esencia del pasado. La producción se inicia con el tostado del cereal (millo, trigo, centeno avena, cebada) por unas máquinas calientes. Este va cayendo a la zona de almacenamiento, donde dos grandes piedras se encargan del molido. El envase en la parte superior del inmueble completa el proceso de elaboración del producto.

Sobre el secreto del éxito de la pequeña industria familiar, Semidán lo justifica en el “sabor tradicional, el de toda la vida, que da la auténtica piedra molinera”, de ahí que apueste más por la calidad que por la cantidad. “Producimos una media de 500 kilos al día, porque los molinos artesanales son muy lentos”. El local cuenta con cuatro unidades de producción y una quinta, de carácter industrial, con capacidad para moler 100 kilos en una hora y que solo se usa para las harinas integrales y los frangollos.

La otra gran clave está en la materia prima. “Cuantos más cereales tenga una mezcla, el producto tiene mayor demanda” y cita como alimentos estrella el gofio de tres cereales con garbanzos y el de ocho ingredientes, que incluye frutos secos. “Es cien por cien natural: el cereal nos llega, se tuesta y se muele. No hay más”, aclara.

Un cartel explicativo a la entrada del local recuerda que el Molino de Granadilla abastece a “infinidad de colegios y supermercados de las Islas, la Península e incluso exportando a Miami”. Y es que en los años 60 se abrió una próspera línea de negocio con Estados Unidos a través de un ciudadano lagunero que vivía en la capital de Florida y que se encargaba de distribuirlo entre la comunidad de emigrantes isleños.

“Mi padre me ha contado que se enviaban con la marca El Guanche y salían dos contenedores al año, cada uno con 40.000 cajas. ¡Ya era gofio!”, exclama Semidán, que recuerda que, cuando el alimento cruzaba el charco y llegaba a su destino, se ponía en frío (aunque no se llegaba a congelar) para garantizar su buena conservación.

Ahora, los envíos también se realizan a distintos puntos de la Península y del extranjero, entre ellos a Holanda e incluso a Estados Unidos, aunque a cuentagotas, ya que responden a peticiones de consumidores. “Sale carísimo con el transporte, pero lo pagan”, puntualiza. “Casi todas las semanas preparamos dos o tres pedidos que salen por correo a la Península o a algún país”. Lo mismo ocurre en las Islas, aunque donde más trabajamos es, además de Tenerife, en Fuerteventura, ya que tenemos un distribuidor”.

Semidán ve con realismo el futuro de esta actividad. “Sinceramente, diría que lo veo complicado, porque depende de ti y de tus posibilidades”. Por eso reclama “un poco más de apoyo” de las autoridades, “con medidas para abaratar los costes, además de más campañas de promoción”.

Hasta la plaza de San Pedro acuden personas de todas las edades. “Normalmente, la clientela más joven y de mediana edad suele comprar entre uno y dos kilos; en cambio, los mayores piden cuatro y cinco, porque suelen desayunar y cenar leche con gofio. Muchos me dicen: ‘Ay, mi niño, cuánta hambre nos mató”.

Respecto a la época del año con mayor volumen de ventas, Semidán asegura que la demanda aumenta en diciembre y en “la cuesta de enero”. “Son los dos meses más fuertes. El gofio se dispara con el frío. En cambio, en verano es cuando más aflojan las ventas, porque la gente no hace tanto escaldón ni potaje”.

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