Fue en 1993 cuando Manuel Marrero, biólogo del Parque Nacional del Teide, vio por primera vez una violeta que le llamó especialmente la atención. En ese momento el agente medioambiental jefe le llevó un pliego de una parte de una flor bien prensada, una violeta “rara” que crecía en lo alto de Guajara.
Cuando la vio, inmediatamente pensó que tenía muy poco que ver con lo que se conocía como la Violeta del Teide pero ahí se quedó porque no se atrevía a darlo como una especie nueva ya que los ejemplares que había en ese momento eran muy pequeños y crecían dentro de un codeso.
Dos décadas después, las investigaciones que él lideró y en las que participaron sus compañeros José Luis Martín Esquivel, Manuel Suárez y José Ramón Docoito, -estudios genéticos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria de por medio- corroboran que esa flor que siempre rondó en su cabeza es la viola guaxarensis o violeta de Guajara, un nuevo endemismo del que la Isla puede presumir.
Esta nueva especie debe su nombre al lugar donde se encuentra, a pocos metros de la montaña del mismo nombre, un lugar de singular belleza desde el que se puede disfrutar de las mejores vistas del Teide y los Roques de García.
Aunque se descubrió entre las décadas de los 70 y los 80 y previamente también había sido evaluada por otros autores como Wilfredo Wilpret y Victoria Eugenia Martín, hasta el momento no había sido objeto de un análisis taxonómico detallado.
Fue en 2020 cuando se describió para la ciencia pero el confinamiento dictado como consecuencia de la pandemia de Covid-19 impidió que se pudiera visitar. El viernes, un año después, se pudo comprobar in situ la espectacular floración -empieza en febrero y culmina en junio- con todas las precauciones gracias a una visita organizada por el Cabildo de Tenerife, responsable de la gestión del Parque Nacional, junto a dos de sus descubridores.
Fueron éstos quienes explicaron las diferencias con las otras dos especies del género Viola que crecen en alta montaña: la cheiranthifolia o violeta del Teide, descubierta para la ciencia por Alexander von Humboldt y su compañero Aimé Bonpland cuando visitaron Tenerife a comienzos del siglo XIX, y la viola palmensisson o violeta de La Palma, aunque ambas son parientes cercanos.
Pese a que a simple vista puede presentar similitudes con la primera, la violeta de Guajara es una planta mucho más pequeña en la que las flores se levantan unos cinco o seis centímetros por encima de la fronda de las hojas, mientras que la que crece en el hábitat del Volcán del Teide-Pico Viejo quedan a ras. Tiene los pedúnculos largos, la coloración en muchos casos es más intensa y lo que verdaderamente la define es que junto a las hojas tiene varias estructuras llamadas estípulas y de gran tamaño mientras que la cheiranthifolia tiene solo una y muy pequeña. “Este es un rasgo diferencial que ha permitido describirla como nueva especie”, subraya Marrero.
Principales enemigos
Los herbívoros salvajes, sobre todo conejos y muflones, son sus principales enemigos. De hecho, no las dejaban crecer y su tamaño era ínfimo, razón por la cual los investigadores también dudaban en que se pudiera tratar de una clase diferente de Viola.
Gracias a un vallado que se colocó hace unos siete años para protegerla que impide la entrada de estos animales, los ejemplares empezaron a crecer, a ganar en tamaño de forma natural y aumentaron el número hasta el punto que actualmente hay censados cerca de 2.800 en lo alto de Guajara, a 2.6670 metros de altura, y siguiendo el filo de Las Cañadas, casi en el cambio de vertiente, en el lugar conocido como Topo de la Grieta hay otra pequeña población más pequeña que también se cercó y se espera que tenga la misma recuperación.
Marrero subraya que este punto es el único lugar del mundo donde crece la viola guaxarensis, igual que el codeso, otro endemismo cuya su distribución ya es más amplia. “Si se pierde, se perdió para siempre, no se puede traer de otro país o territorio”, apunta, aunque cree que con los esfuerzos que se realizan en la actualidad y que continuarán, su conservación está en gran parte garantizada.
No obstante, tanto él como su compañero José Luis Esquivel recuerdan que hay factores de amenaza más allá de los herbívoros salvajes, que están ahí y tienen difícil solución, como el cambio climático, al que resulta ser extremadamente sensible por tener su hábitat en la cima de una montaña alta.
Medidas de adaptación
En opinión de este último, “tienen que ser estrategias globales, coordinadas por los gobiernos que apunten a buscar medidas para combatir el impacto de CO2 a la atmósfera”. En el Parque Nacional, detalla Martín Esquivel, se implementan estrategias de adaptación, como por ejemplo trasladar una planta que esté en retroceso en el Sur de Tenerife al Norte, donde el clima no está todavía tan caliente. También se esforzan por restaurar los bosques después de un incendio para que crezcan de nuevo y de esa manera se crea una masa forestal que ayuda a secuestrar CO2”.
En el caso concreto de la viola guaxarensis se conoce hace poco tiempo y todavía se investiga qué es lo que se puede hacer para evitar que desaparezca. La única opción es encontrar otro hábitat donde pueda desarrollarse y si finalmente se logra, llevarla allí, pero reconoce que no es un reto fácil -no por ello imposible- dado que es una planta adaptada a vivir en las altas cumbres, precisa el biólogo.
La importancia del vallado para confirmar que es una nueva especie
Los dos biólogos que trabajan en el Parque Nacional del Teide subrayan la importancia que ha tenido vallar el lugar en el que se descubrió esta variación genética de Viola para protegerla de los herbívoros salvajes y confirmar así que se trata de un nuevo endemismo.