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Las otras calamidades que el Archipiélago sufrió

El libro ‘Canarias insólita’ cuenta, a través de varios historiadores, cómo antes de la pandemia de la COVID-19 la población isleña tuvo que enfrentarse a males como la peste, la viruela o el cólera
Santa Cruz de Tenerife fue el primer banco de pruebas para la vacuna de la viruela en 1803 gracias a la histórica y exitosa expedición que llevó a cabo el médico español Francisco Javier Balmis. DA
Santa Cruz de Tenerife fue el primer banco de pruebas para la vacuna de la viruela en 1803 gracias a la histórica y exitosa expedición que llevó a cabo el médico español Francisco Javier Balmis. DA
Santa Cruz de Tenerife fue el primer banco de pruebas para la vacuna de la viruela en 1803 gracias a la histórica y exitosa expedición que llevó a cabo el médico español Francisco Javier Balmis. DA

Una nueva enfermedad, la COVID-19, obliga desde hace un año a la población canaria a modificar su forma de vida para así intentar protegerse y proteger a los demás ante el virus. Aún en plena campaña de vacunación, el coronavirus sigue siendo la principal preocupación del canario y no es para menos, pues más de 700 personas han fallecido ya en las Islas a causa del virus. Pero antes de esta pandemia, la salud de los isleños ya se había visto amenazada. Así lo recuerda el libro Canarias Insólita, donde se recuerdan los efectos de enfermedades como la peste, la viruela o el cólera.

LA PESTE
De esas calamidades, la de mayor importancia fue la peste, que como cuenta Germán Santana Pérez, acabó con la vida de la mitad de la población europea en la segunda mitad del siglo XV. Aunque en las Islas, por su carácter montañoso e insular, que permitía aislar a las comunidades afectadas, las consecuencias fueron más limitadas.

Entre todas las pestes que sufrió el Archipiélago, la Peste Atlántica que llegó a principios del siglo XVII fue la más tremebunda. Solo en la Península arrasó con el 10% de la población y a las Islas entró a través de dos barcos españoles que habían llegado a Garachico.

Los cabildos eran los responsables de planificar las actividades sanitarias y principalmente se vigilaban los puertos y el cumplimiento de las cuarentenas. Unas medidas que se establecían antes de que la enfermedad llegara a cada Isla.

Una vez que la peste comenzaba a afectar a la población, se cerraban los caminos para impedir que la población entrara o saliera de cada núcleo.

Las siguientes pestes que afectaron a las Islas mermaron el crecimiento poblacional, con consecuencias peores en los más débiles, población de menos recursos e indígenas.

LA VIRUELA
El capítulo sobre la Terrible epidemia de viruela en La Palma en el siglo XVIII, escrito por Jesús Lorenzo Arrocha, recoge cómo las epidemias que Canarias ha sufrido a lo largo de cinco siglos de historias han sido referentes negativos para “menoscabar” el carácter de “ínsulas afortunadas”.

En este sentido, Lorenzo Arrocha expone cómo La Palma fue “triste escenario” de varias de estas epidemias, como los brotes de viruela ocurridos en todo el siglo XVIII. Sólo en 1787 murieron en Santa Cruz de La Palma 145 personas a causa de la enfermedad. Como es conocido, esta enfermedad fue finalmente erradicada en 1980 gracias al uso de las vacunas.

Entre 1803 y 1810 la llamada Expedición de la Vacuna, promovida por el médico español Francisco Javier Balmis, llevó tanto por el país como por el mundo el antídoto contra la viruela. El 9 de diciembre de 1803 el barco de la expedición llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, lugar en el que realizó tres vacunaciones generales antes de partir, el 6 de enero, hacia América.

EL CÓLERA
El capítulo La epidemia que el mar arrastró a las orillas del sur de Tenerife, escrito por Cirilo Leal Mujica, está dedicado a la epidemia de cólera que a finales del siglo XIX enfrentó la población tinerfeña. Se narra cómo, al principio, la enfermedad era un “acontecimiento muy lejano” y “los rumores nunca podrían constituir un peligro real”. Pero aquel mal que apareció en Ganges y se propagaba rápidamente por la superficie del agua, terminó llegando a Arona, al Valle de San Lorenzo y a la Montaña de Guaza.

Fue el 29 de septiembre de 1893 cuando arribó en Santa Cruz de Tenerife el vapor italiano Remo, procedente de Argentina, para aprovisionarse de agua y refrescar los víveres. En Los Llanos quedó fondeado para allí pasar una cuarentena, ya que se conocía en la Isla la existencia de la epidemia del cólera en Europa y ya se habían planificado medidas de prevención.

Sin embargo, se produjo algún incumplimiento y la población tinerfeña comenzó a contagiarse, dándose los primeros casos el 11 de octubre de 1893. Pero no quedó ahí la situación, que la enfermedad acabó por afectar a centenares de familias tinerfeñas, según señala el investigador José Manuel Ledesma Alonso.

Entre las medidas que se tomaron para tratar de frenar el avance de la epidemia estaba la desinfección de las viviendas, ciudadelas, calles y barrancos. Aún así, la enfermedad del cólera siguió expandiéndose entre la población y el resto de islas terminaron por cortar sus comunicaciones con Tenerife para evitar verse afectadas.

San Andrés, El Cabo y Los Llanos fueron zonas muy afectadas, aunque en Canarias Insólita se narra cómo el Sur de Tenerife fue la zona “olvidada”. Y es que la economía de ese núcleo, dependiente del cultivo de la cochinilla, como cuenta la historiadora Carmen Rosa Pérez Barrios, fue muy golpeada por la epidemia.

Para tratar de aislarse, vecinos de Güímar llegaron a construir en la carretera una pared de piedras, pero la enfermedad se propagó igualmente a Candelaria, Fasnia, Arona y Vilaflor. Como curiosidad, en el libro se recoge la existencia de varias tumbas a las víctimas de la epidemia del cólera en 1893 en la Montaña de Guaza.

Historias sobre epidemias, tiburones gigantes, y temporales

El libro Canarias Insólita. Bestias, fenómenos y calamidades, de la editorial Herques, reúne hasta 55 crónicas increíbles de todo el Archipiélago, firmadas por medio centenar de investigadores y profesorado de las dos Universidades canarias. La obra cuenta, además, con un prólogo escrito por Alberto Vázquez-Figueroa, Eduardo Balguerías, Antonio Tejera Gaspar y Francisco García Talavera. Entre las historias curiosas está la del Carcharodon megalodon, una especie de tiburón gigante, la de la tormenta tropical Delta que asoló las Islas en 2005 o la de la existencia de Petrus Gonsalvus, considerado “el hombre lobo” de Canarias.

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