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Un mural tan grande como Andrés

La Asociación de Vecinos El Pescador busca financiación y una pared para inmortalizar al vecino de San Andrés más ilustre, querido y añorado: Andrés Domínguez Baute, ‘Andresito’

Resulta complicado relatar en solo una página de periódico quién era Andrés Domínguez Baute, Andresito, para todos los que tuvieron la suerte de conocerlo. Fue, probablamente, la persona más carismática que ha engendrado el pueblo de San Andrés. Y miren que hablamos de un núcleo poblacional con más de 520 años de antigüedad. Pues en todo ese tiempo, el viejo Valle de La Higuera jamás tuvo a un vecino como Andrés. Nació el 26 de enero de 1962 y falleció el 27 de diciembre de 2019. Es decir, murió con 56 años, una edad relativamente extraña de alcanzar para una persona con síndrome de Down. Su muerte fue una tragedia para un pueblo que aún hoy acompaña los entierros a la antigua usanza. Ese día, un viernes, las calles se silenciaron en señal de luto por la pérdida de su vecino más ilustre, a quien hoy se le sigue recordando. Tanto que la Asociación de Vecinos El Pescador quiere convertir a Andrés en inmortal. ¿Cómo? Pintando en una fachada un mural gigante con una fotografía suya, obra de Toto Morín.

Pero para llevar a cabo este proyecto hay dos impedimentos. El primero encontrar en el pueblo la pared ideal para que el retrato de Andrés quede allí fijado para siempre. Y segundo, la financiación. La propia Asociación de Vecinos comenta a este diario que no será sencillo encontrar el dinero necesario para sufragar el coste del mural, que bien podía ascender a 2.000 o 3.000 euros.

Pero habrá que intentarlo hasta conseguirlo. Las cosas en San Andrés funcionan así: se hacen realidad casi por agotamiento. La Asociación de Vecinos repartirá la próxima semana huchas por todos lados para recaudar dinero. Pero quizás eso solo no sea suficiente, por lo que ayudaría mucho que o bien las instituciones o bien una empresa privada sufraguen una parte del coste.

La iniciativa, enmarcada dentro del proyecto Vistamos San Andrés de 1.000 colores, promovida por la propia Asociación de Vecinos, ya ha encontrado el total respaldo del pueblo. Justamente ahora el debate se centra en dónde ubicar esta pintura. Eloísa, una de las hermanas de Andrés, ya ha ofrecido una pared de su vivienda para que se pinte allí, pero es consciente de que quedaría “algo escondida”, como relata a DIARIO DE AVISOS.

Este periódico reunió en la casa del propio Andrés a dos de sus hermanas, a la propia Eloísa y a Ángeles, a una de sus sobrinas, Luzma, y a Juana Mary, vecina y amiga de la familia. Entre todas, con historias y anécdotas, ayudaron a componer la semblanza de una persona irrepetible.

“El médico le dijo a mi madre cuando nació que quizás no llegaría ni a los 40 años. Se equivocó. Llegó casi a los 60 y fue muy feliz toda su vida. Todo el mundo lo conocía, lo quería y se enteraba de todos los chismes. Luego venía a casa y nos contaba”, recuerda Eloísa sonriendo, mientras que su hermana Ángeles rememora los bailes del pueblo. Cada orquesta lo subía al escenario para que cantase con ellos algún tema. Pero no solo eso, sino que le traían la misma indumentaria que lucían los componentes de la orquesta.

Y es que la música acompañó indisolublemente a Andrés. Pero no cualquier clase de música. Siempre la de verbena. Su artista preferido era Pepe Benavente y sus canciones sonaban constantemente en su casa. La puerta de su domicilio siempre estaba abierta, costumbre esta que se está perdiendo, y él, en el salón, permanecía atento a la gente que transitaba por la calle mientras recortaba papeles, otro de sus hobbies favoritos. Acumulaba montañas y montañas de folios. Los recortaba en tiras y decía que era para tirarlos cuando fuera al Heliodoro Rodríguez López a animar al CD Tenerife. “Una vez vino a casa César Gómez. Alguien le dijo que Andrés quería tener una camiseta suya y él mismo vino a traérsela. La guardamos con mucho cariño”, recuerdan.

La vida de Andrés tuvo a la música como un denominador común. Siempre estaba metido en cualquier actividad lúdica que se organizara en el pueblo. Él sacó muchos años por las calles a una murga en época de carnavales. Murga por la que pasaron generaciones de lagarteros. En las procesiones de Semana Santa estaba junto a la banda de música o junto al santo. Todos los años se ganaba el premio en las hogueras de San Juan. Era miembro fijo del Grupo de Teatro Ibaute, donde actuó durante muchos años en festivales y fiestas. No se perdía un ensayo del Grupo Folclórico Paiba. Y disfrutó de innumerables tenderetes. Comía y bebía de aquí y de allá, porque todo el mundo lo invitaba.
También sus últimos años de vida fueron felices, a pesar de que el alzheimer hizo mella en su estado de salud. Su muerte dejó un enorme vacío en San Andrés, pero quizás un mural tan grande como Andrés mitigue, en parte, ese dolor.

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