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Historias mínimas de un aeropuerto sin prisas

Los turistas llegaban ayer con sus vidas de otros lados, entre PCRs y certificados de vacunación, a un Tenerife Sur que seguía a medio gas
Una guagua de TUI a punto de zarpar.
Una guagua de TUI a punto de zarpar.

Uno puede haber vivido en el otro lado del mundo, pero coger en soledad la autopista del sur de Tenerife para hacer un reportaje siempre tiene algo de road trip, con ese vértigo de paisaje árido y carretera larga donde se pierden las frecuencias de las emisoras de radio. Al otro lado, el motor gripado de la economía isleña, el turismo, las ciudades de las múltiples nacionalidades, del sol, de la música electrónica, de los apartamentos y hoteles a pie de playa o encaramados en la montaña. Y una puerta de entrada, el aeropuerto, que ayer seguía a medio gas. Si no conté mal, hubo 17 vuelos internacionales. En junio de 2019, antes de la pandemia, llegaron 361.087 pasajeros desde otros países. Con la actividad reducida, los detalles se notan más: una familia haciendo un picnic con una enorme botella de jugo Don Simón, una guagua de Transportes Canarios Mary, el cielo inusualmente plomizo, una señora de pelo rojo que fuma con su cigarrillo electrónico iqos, dos obreros con los pantalones llenos de pintura que descansan en un banco, una ambulancia amarilla, un señor que me pica el ojo.


Junto a una papelera, ahumándose con tabaco convencional, están Daniel y Eline. Él es inglés, de Leicester, y ella es holandesa. Él tiene 30 y ella 21. Él tiene la voz quebrada, los dientes ennegrecidos y la piel seca, como si hubiera vivido mil batallas. Ella rezuma juventud saludable. Me pregunto si vienen juntos o si se conocieron en el avión. Hasta que me cuentan que vienen de Ámsterdam y van a estar en un hotel del Sur, que trajeron la PCR, que TUI la incluye en el paquete de viaje por solo 40 euros, que tenerla que pagar aparte podría ser una razón para no venir, que pensaron en ir a una isla griega, pero no salió porque estaba peor la incidencia del virus, que quieren visitar el Teide.


Marteen tiene 36 años y viene de Bélgica con Hinderkie. Es la primera vez. “Teníamos ganas de viajar y nos apetecía probar algo nuevo”, dice él. “Para nosotros, es importante ir a un sitio donde las condiciones sanitarias y el sistema de salud sean buenos”, asegura ella.


De Holanda llegan Piero y Glynis, con una hija en brazos y dos niños correteando alrededor del carro de equipajes. Él trabaja en tecnologías de la información y ella en temas de belleza. Parecen relajados, compenetrados. Piero es sirio, pero llegó a Holanda con pocos años. Hasta que empezó la guerra, solía ir de visita a su país. “Uno siempre está ligado al sitio donde nació”, me dice con ternura triste. “Tengo tías que viven allí”. Pero estamos con las vacaciones: “Si te soy sincero, teníamos pensado irnos a Ibiza, pero allí, los coches de alquiler están muy caros”, cuenta. “Tampoco nos daría miedo viajar más lejos. De hecho, estuvimos en Dubai. Tenemos cuidado, pero no dejamos que el virus domine nuestras vidas”.


Sentados en la mesa de la cafetería, Ivan, de 28 años, y Lia, de 29, esperan su vuelo de vuelta a Alemania. Llegaron hace unos diez días con su PCR, que les paga el Estado de Bavaria. “Creo que es uno de los pocos que lo hacen”, cuenta ella. Tenerife les ha dejado un poco indiferentes porque les parece demasiado turística, lo mejor fue Anaga. Pero antes viajaron por La Palma y La Gomera, que les encantó.


“Los sábados quizá estén algo más animados, pero la cosa no está ni a medio gas”, dice Alberto, conductor, en el sector del transporte desde hace 24 años. “Hay que esperar a que vengan los ingleses”. Alberto no ha dejado de trabajar durante la pandemia. “Eso es bueno y malo. Hay gente que está en ERTE y no tiene ganas de volver. Esto es un trabajo de 12 horas al días. Y a muchos les va a costar. Llevan meses disfrutando de la familia, de la playa, las caminatas, el gimnasio, la tranquilidad. Y los 350 euros de diferencia son poco más de lo que me gasto en desplazarme al garaje de la empresa con mi coche o en el menú del almuerzo, que son 7,5 euros. El otro día, un compañero me decía: ‘Yo, este año, me he visto Sálvame Naranja, Sálvame Limón y Sálvame Deluxe, y ahora tengo que volver’”, cuenta Alberto, que recuerda la incertidumbre y el miedo que pasó en los primeros momentos del estado de alarma, evacuando turistas, escoltados por la Guardia Civil, con autorizaciones, controles y el miedo a que “el virus fuera a aparecer por ahí”, lo que le provocaba incluso aprensión para coger las maletas.


Ayer venían varios vuelos de Polonia. Y Nikos, que nació allí, pero vive en Tenerife desde hace ocho años, estaba esperando a unos compatriotas con las llaves de un piso que alquila. Antes, se dedicaba exclusivamente al sector turístico, pero ahora también está haciendo reformas. Hay que ganarse la vida. “Yo creo que empezará a venir más gente cuando quitemos las mascarillas en espacios abiertos”, dice quejándose de lo estrictas que han sido algunas normas en España, también durante el confinamiento.


“La verdad que sí que molestan un poco”, reconoce Kasia, de 27 años, que viene de Varsovia, aunque vive en Postdam. Trabaja en una compañía. Está vacunada. “Es el primer viaje después de la pandemia”, dice. También está vacunado Marcus, consultor, que tiene 30 y viene de Alemania con su amigo Jasper, de 29, que no lo está y ha traído un test de antígenos. Los dos hablan español. “Preguntas mucho”, me dice Jasper. Hace vídeos y fotos. Su madre vive aquí. Dice que quiere aprovechar estos días para surfear y hacer montañismo. En un muro, otra Lia espera junto a su novio a que salga la guagua. También se vacunó. Dice que pensó ir a Baleares, pero que hace demasiado calor y “hay muchos alemanes borrachos”. Así que se apuntó a un par de cursos de golf en Tenerife. “Ahora, yo no me iría de viaje a un lugar lejano”, manifestó.


De camino al parking, veo a dos señoras mayores junto a un gran cenicero. Son alemanas. “Mis padres vivieron aquí mucho tiempo”, dice una de ellas, aunque le cuesta hablar. “¿Cómo sé quién es usted?”, dice. “Soy muy supersticiosa. He vivido en muchos sitios. En Nueva York, en México…”. “Somos dos extranjeras en un país extranjero”, explica la otra disculpándose. “Pero gracias por preguntar”.


Las dejo fumando tranquilas y me marcho. En la autopista, no hay demasiado tráfico. A la altura de Fasnia, el sol de la tarde se mete en el coche. La radio se escucha mejor. Volvemos a casa. Se acabó el viaje.

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