Kay González: “Tenerife tiene mucho de isla exótica, con infinitas posibilidades para vivir”

Lingüista, investigador, profesor de la Universidad de Illinois y comprometido con el turismo sostenible
Kay González: "Tenerife tiene mucho de isla exótica, con infinitas posibilidades para vivir". Tony Cuadrado
Kay González: “Tenerife tiene mucho de isla exótica, con infinitas posibilidades para vivir”. Tony Cuadrado

Yo pensaba mantener con Kay González-Vilbazo (Marburgo, Alemania, 1968) una entrevista sesuda, hablando del neokantismo, movimiento que nació en la misma ciudad que él, y de la epistemología kantiana, que estudia el conocimiento humano, aspectos que ha tratado en sus conferencias y en sus publicaciones. Y de ese ser bilingüe que, según él, todo el mundo lleva dentro. Pero resulta que, sentados al fresco de Los Limoneros, Kay González, profesor titular de la Universidad estatal de Illinois (en Chicago, USA), licenciado en Filología Alemana, máster en Astronomía y doctor en Lingüística General por la Universidad de Colonia (Alemania), me revela que es nieto de don Felipe González Vicén. Y entonces se me cruza el cable y ya no me interesa el lingüista, sino el humanista, y el hombre que regresa a su tierra, aún joven, para iniciar un proyecto precioso de turismo sostenible, del que sí hablaremos más tarde. Y entonces lo del lenguaje humano –se puede tomar su estudio como una ciencia moderna— queda aparcado y me centro en los recuerdos, en su abuelo, en su proyecto y en sus vivencias. Por eso ahora no sé si le va a gustar el resumen que hago de la charla. Yo fui alumno y admirador de su abuelo, cuyas clases duraban 15 minutos. Había que asistir a ellas con chaqueta y corbata y todos los alumnos nos levantábamos cuando don Felipe, mugiendo como un toro, entraba en el aula lagunera y ocupaba la enorme mesa situada sobre una tarima. Y llorábamos con él cuando narraba la muerte de Sócrates. Creo que su nieto me dijo que se llama Kay porque así bautizaron también a un nieto de Werner Wilhelm Jaeger, el filósofo nacido en Alemania (falleció en Boston, en 1961), a quien don Felipe admiraba tanto. Decían que Werner trajo al mundo el tercer Renacimiento. Cuando estudié brevemente la República de Weimar, que fue una democracia inacabada, para mi libro Dos guerras y un destino (Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, 2019), Werner, sin que yo lo citara para nada, era la tecla principal del piano.


-Yo soy un admirador eterno de tu abuelo.
“Está presente su recuerdo en mí; era un niño cuando me dictaba sus artículos y yo los pasaba a máquina”.


-Tu padre, Alberto González Doerner, cumple hoy 80 años. Como tú, tiene una vida muy rica.
“Él es doctor en Química, de la Escuela de don Antonio González, el científico tinerfeño que estuvo a las puertas del Nobel. Mi padre trabajó para Bayer y para otras empresas, es un fuera de serie y goza de una salud estupenda; y sí, hoy cumple 80 años”.


-Bueno, si hablamos de premios Nobel, Illinois, tu universidad, tiene muchos. ¿O me equivoco?
“No, no te equivocas, tiene exactamente 16 en distintas disciplinas”.


-Kay, ¿cuántos idiomas habla este profesor de lingüística, semi retirado prematuramente, que tengo delante?
“Español, inglés, alemán, francés, holandés y catalán; flojeo algo con el italiano”.


-¿Catalán?
“Viví un tiempo en Barcelona con mi familia. Y he dado algunos saltos, por mi profesión de profesor, por ese mundo”.


-Por ser fiel al primer boceto de la entrevista. ¿Sostienes que todo el mundo es bilingüe, como he leído por ahí, o es un bulo?
“El monolingüismo es una excepción. Aunque tú no lo sepas, tienes la capacidad para hablar otros idiomas. Depende de muchas cosas, claro, de la arquitectura cerebral, del estatus social. El ser humano tiene muchos registros en cuanto a las lenguas”.


-¿Es tan diferente nuestra educación de la norteamericana, o de la germana?
“Bueno, aquellas se basan mucho en el respeto, pero en un respeto cercano. Ya no hay que ir con corbata a clase, como en la época de mi abuelo. Pero el respeto es fundamental. Te lo explico con un ejemplo. Una vez suspendí a un alumno, lo cual no es habitual porque en los Estados Unidos la mayoría de la gente cumple con sus obligaciones y aprueba la asignatura. El alumno pidió verme. Y yo pensé que iba a manifestar su protesta, a reclamar que se revisara su examen, qué se yo. Pues no, quería hablar conmigo para pedirme perdón por haber suspendido).


-Tu abuelo fue una referencia en el estudio de la filosofía del derecho en España. Pero escribió poco, dejó un legado limitado; y es una pena.
“Porque se dedicó a traducir a los grandes filósofos alemanes, y eso era dificilísimo. Y también a estudiar a los hispanos, como Luis Recasens Siches, el gran jurista y filósofo hispano-guatemalteco, uno de los grandes especialistas del neokantismo, a quien mi abuelo admiraba”.


(Se decía de ambos catedráticos de La Laguna que don Felipe González Vicén, íntimo amigo de uno de los más acreditados constitucionalistas españoles, el profesor don José María Hernández-Rubio, acabaron con el whisky en la ciudad. Era frecuente verlos en el Alaska, el Carrera y otros bares, por la tarde, manteniendo interesantes y cultísimas charlas. Habían coincidido en Alemania. Dicen –no lo he confirmado- que una vez escaparon juntos de un bombardeo aliado. Los cascotes de las casas destruidas les caían encima. Los alumnos podían acercárseles en los bares y los profesores mostraban infinita paciencia y comprensión hacia ellos. No es momento de contar anécdotas de estas dos figuras del derecho español. Don Felipe vino aquí con su esposa, Ruth, que había hecho su doctorado en Nueva York; a causa de sus ideas políticas liberales, el profesor González Vicén fue perseguido por el franquismo. Tenerife era, en principio, un exilio, pero les encantó tanto la Isla, tras un periodo de adaptación, que jamás quisieron abandonarla. Ruth fue su gran amor. Uno de sus hijos, Juan Luis González Doerner, era su profesor ayudante. Tuve ocasión de tratarlo, él como abogado de Iberia, en el ejercicio de mi profesión).


“Mi infancia transcurrió entre La Laguna, Playa de la Arena y Alemania, pero yo me considero lagunero. También mi mujer, Elena Borges Trujillo, impartió clases de derecho en Illinois y es igualmente lagunera. Tenemos una niña, que nació en Chicago”.


-¿Cuál fue la herencia de tu abuelo?
“En lo que a mí respecta, la cultura que me transmitió. Él vivió su vida, que es lo que tenía que hacer la gente, aunque te la juegues. Mi abuelo hacía lo que le parecía correcto y su herencia, repito que al menos para mí, fue su pasión por la cultura. Recuerdo que decía que, en contra de otras corrientes filosóficas, la corriente alemana no había que leerla, había que deletrearla”.


-Has vuelto a tu tierra. ¿Por qué, si Illinois conserva tu cátedra, aún eres joven y tenías tu vida hecha allí?
“Pues quizá por lo que te dije antes, porque quería vivir mi vida. Y mi familia también. Ahora lo que me mueve es la Isla, que tiene unas posibilidades impresionantes. Montamos una empresa mi hermano, que vive en Suiza, y yo. Una empresa de turismo sostenible. Y estamos construyendo villas de lujo en Icod, repito, totalmente sostenibles, a partir de viejos chalets restaurados y transformados en villas, según un proyecto del gran arquitecto Fernando Menis”.


-Hombre, con Fernando significa apostar a éxito seguro.
“Estamos encantados con su trabajo y tenemos otros proyectos, incluso uno para un edificio, que va a romper todos los moldes al uso. Ya lo verás”.


-¿Lujo?
“Sí, claro, lujo. Es el turismo que esta Isla merece”.


-Además, eres un buen coleccionista de arte.
“Modesto. He comprado algo de pintores canarios. Se nos escapa que aquí viene una élite cultural mundial. Mira, un cuadro del Teide de Gerhard Richter se acaba de vender por un millón de euros. Otros se han subastado hasta en diez millones. ¿Aquí se sabe eso? No, pero es cierto. Esta Isla tiene un potencial especial, está dotada para el confort”.


-César ya lo dijo de Lanzarote.
“César halló su lenguaje en la arquitectura popular. Era un genio, que está reconocido internacionalmente; fue Premio Mundial de Ecología y Turismo y Premio Europa Nostra, Medalla de Oro de las Bellas Artes; y consiguió el reconocimiento mundial por su obra”.


-¿Cómo te gustaría que fuera la Isla de Tenerife?
“Mira, cuando nacieron al turismo de élite, Capri, Isquia, La Toscana, Myconos… eran eriales. Y el hombre las transformó. Ayudemos a la Naturaleza, no la destruyamos. Ese fue el legado de César Manrique. Mi hermano Alberto y yo estamos empeñados en rescatar las esencias arquitectónicas de Tenerife. La Isla Baja es preciosa, un vergel. Y en eso andamos”.


-Por cierto, ¿dónde se conserva la biblioteca de tu abuelo?
“Fue entregada por mi familia a la Universidad de La Laguna. Él se dedicó en Alemania a comprar libros de filosofía muy valiosos, incluso muchas primeras ediciones. Todo eso lo cedimos a La Laguna, donde su obra puede ser investigada. Y junto a sus libros, un cajón con papeles manuscritos, traducciones, etcétera. A lo mejor un día publicamos el diario de mi abuela Ruth, que contiene episodios muy interesantes”.


-Me han dicho que eres un gran especialista en la cata de nuestros vinos.
“No sé si un gran especialista, pero me encantan los vinos canarios. Se han logrado caldos excelentes, admirados en el mundo entero, como ocurrió en épocas pasadas. Las plantas y el vino colman mi entretenimiento, junto a nuestra incursión en el turismo sostenible. Yo creo que esta Isla es exótica, que tiene un encanto especial que hay que explotar, pero sin dañarla. Y porque creo en la Isla invierto en ella mi esfuerzo de tantos años. He ganado dinero y quiero dejarlo aquí. Y ser totalmente transparente con lo que hago”.


-¿Cuántos años residiste fuera?
“Pues desde 1978 a 2016, un montón de años. Pero pensaba mucho en Tenerife, no creas”.


-Vivimos de una forma diferente que en Colonia o en Chicago, que en la misma Barcelona, ciudades en las que has permanecido mucho tiempo.
“Sí, puede que vivamos de manera diferente, pero no peor. Mira, aquí ha residido, por ejemplo, uno de los grandes pintores del continente, el checo Jiri George Dokoupil, el rey del neo expresionismo, uno de los artistas más reconocidos de Europa. Incluso se casó con una güimarera. Yo tengo un grupo de amigos, más de cuarenta, de distintas procedencias, que vienen cada cierto tiempo a la Isla. Y se van encantados. Tenemos una especie de comisión permanente cuyos miembros vienen a cada momento, los otros espacian más sus estancias. Ya te digo que proceden de todo el mundo y que aman la Isla, su carnaval, su vegetación, su alegría, quizá su primitivismo en algunos aspectos. Es fantástico y nos lo pasamos muy bien”.


(Para terminar la entrevista voy a dar algunos datos. La Universidad estatal de Illinois, a la que Kay González sigue perteneciendo, cuenta con 651 edificios y su presupuesto ronda los dos billones de dólares anuales. Sólo a investigación destina unos 700 millones de dólares en cada ejercicio. De sus aulas, como ya he dicho, han salido 16 premios Nobel, si no he contado mal. Este centro conserva su plaza al profesor Kay González, que ha tenido que renunciar a su Green Card americana por temas relacionados con la tributación. No sé si Kay González va a regresar a sus estudios de filología y lingüística algún día, pero se ve que aquí, en su Isla, es feliz y que ha iniciado algo así como una nueva vida en compañía de su familia. Le apasiona su tierra, que es esta, aunque haya nacido en Marburgo, en el estado federado alemán de Hesse, que curiosamente fue la cuna del neokantismo y que mantiene un estatus de ciudad libre, a causa de un viejo fuero medieval. Kant, frente al idealismo absoluto de Hegel, nada más y nada menos. Le digo a Kay, y así termino yo la entrevista: “En la Universidad de Heidelberg, en un muro y en español, leí un día una frase que ha sido el lema de mi vida: “Lo ideal es ilegal”. Se echa a reír y nos tomamos el postre exquisito de Los Limoneros. Pero antes me dice: “En Heidelberg, dentro del campus, hay un paseo que se llama Paseo de los Filósofos. ¿Lo sabías?”. No, no lo sabía. Quizá ahí debió residir su abuelo, el gran don Felipe González Vicén).

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