Por cuarta jornada consecutiva continúa la búsqueda con un sonar de Anna y Olivia, desaparecidas hace cinco semanas igual que su padre, sin que, de momento, se haya encontrado rastro alguno que pueda ayudar a dar con su paradero, según confirmaron ayer fuentes de la Guardia Civil, mientras que el robot submarino que lleva incorporado el Ángeles Alvariño, buque que ha puesto a disposición del caso el Instituto Español de Oceanografía, ha confirmado que las dudas suscitadas por las detecciones del sonar obedecen, hasta ahora, a protuberancias del suelo submarino, bien sean rocas o incluso basura depositada en el lecho marino, pero nada relacionado con el caso.
Entre las sucesivas inmersiones de dicho robot, cuya capacidad para captar imágenes de calidad a profundidades de 2.000 metros e incluso más es una de sus fortalezas técnicas, el objeto extraño detectado con el sonar era, sencillamente, una bolsa de basura.
Como era de prever, las labores de búsqueda en el fondo marino están resultando muy complicadas, dada la orografía de un terreno caracterizado por la abundancia de precipicios y lo rocoso del mismo, tal y como ahora confirman los trabajos que se llevan a cabo.
Un ejemplo de ello es que hay en este litoral zonas como La Hondura, cuyo precipicio submarino arranca muy cerca de la costa en una formidable pendiente que no da ni un respiro durante unos 500 metros, y que es bien conocida como histórico emplazamiento preferido a la hora de hundir embarcaciones ya desechadas.
Cabe recordar que, como anticipó este periódico, la zona de búsqueda elegida por los responsables de la Guardia Civil al mando de esta investigación en colaboración con la dirección del buque oceanográfico sigue centrada en esas aguas situadas a pocos kilómetros de la costa santacrucera que comprende, grosso modo, desde enfrente del Cabildo hasta el suroeste del término municipal capitalino, si bien ayer la navegación del Ángeles Alvariño se extendió por primera vez mar adentro y más al sur.
A este respecto hay que recordar que la lancha usada por el padre de las niñas durante la noche en que se le vio por última vez fue encontrada al día siguiente frente al Puertito de Güímar vacía y a la deriva, sin duda empujada por las corrientes dominantes en la zona desde que nadie controló su rumbo.
La previsión inicial es que el Ángeles Alvariño ayude en estas búsquedas por el mar durante ocho o nueve días en una labor que realiza de forma ininterrumpida las 24 horas de cada jornada, por lo que se prevé su marcha para el inicio de la semana que viene.
Sea como fuere, los actos de Tomás durante la noche del pasado 27 de abril siguen siendo una referencia ineludible para la investigación. El padre de las niñas embarcó solo, sin la compañía de las menores, y antes cargó desde su vehículo maletas y bolsos, para lo que tuvo que realizar tres viajes.
De regreso de su primera incursión en el mar fue interceptado por la Guardia Civil y propuesto para sanción por saltarse el toque de queda.
Los agentes no hallaron nada sospechoso en Tomás, puesto que a esas horas la madre aún no había denunciado la desaparición de sus hijas en las instalaciones de la Benemérita de Radazul.
Luego, pasada la medianoche, Tomás volvió a zarpar y al día siguiente la embarcación fue localizada, como se ha dicho, vacía, a la deriva y sin ancla frente al Puertito de Güímar.
A bordo del Ángeles Alvariño están siempre dos agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil, que dirige la investigación, que se van turnando cada ciertas horas, dado que la búsqueda bajo el mar se desarrolla de día y de noche.
Este buque oceanográfico realiza una prospección con sonda multihaz con el que, a una velocidad reducida, va realizando varias pasadas sobre un mismo punto, con lo que se gana en resolución. La sonda multihaz permite hacer una cartografía con una batimetría precisa que facilitará el posterior trabajo del robot submarino. En esta labor de prospección con sonar se establecen calles paralelas que se solapan para cubrir toda la superficie a explorar.
Cuando el sonar señala irregularidades en el fondo que requieran una inspección visual a posteriori, entra en acción el robot no tripulado Liropus 2000, con capacidad plena más allá de 2.000 metros de profundidad y, adaptado, llega a los 3.000.