conversaciones en los limoneros

“Me voy a México en busca de nuevos horizontes y de nuevos proyectos”

Cuando estas letras vean la luz, Miguel de la Vega Vidal estará trabajando en México, buscando nuevos horizontes
Miguel de la Vega Vidal
Miguel de la Vega Vidal, profesional de la hostelería por la Escuela Universitaria de Sant Pol de Mar. Fran Pallero

Cuando estas letras vean la luz, Miguel de la Vega Vidal (Santa Cruz, 1973) estará trabajando en México, buscando nuevos horizontes. Su abuelo materno fue el prestigioso otorrino don Juan Vidal Torres. Y su abuelo paterno, cuyo nombre me olvidé de preguntarle, era algo así como el socio número nueve o diez del Real Madrid, rico terrateniente de Ciudad Real y amigo del alma del mismísimo don Santiago Bernabéu. Pero la credencial de Miguel de la Vega no está en sus antepasados, sino en sí mismo. Estudió dirección hotelera en la famosa Escuela Universitaria de Hostelería y Turismo de Sant Pol de Mar, en el Maresme catalán, un vivero de estrellas Michelin; abrió y dirigió varios restaurantes en Tenerife; y trabajó en el Grupo Tragaluz de hostelería, en Cataluña, ocupando cargos de responsabilidad. “A la dueña, que luego fue muy amiga mía, aunque primero me odiaba, la llamaban Gotzila; era dura, muy dura, pero cuando nos conocimos más, y vio mi trabajo, acabó invitándome a su casa de Ibiza, donde pasé muy buenos ratos”. Dirigió Miguel de la Vega La Cazuela; y el restaurante del Club Oliver. Pero coincido con él en que cuando las cosas se tuercen –también la maldita pandemia— lo mejor es poner pies en polvorosa. Miguel tiene tres niñas preciosas, que se quedan por el momento con su madre y a quienes echará de menos. No deja de hablar de las pequeñas en la conversación que hemos mantenido en Los Limoneros. Bueno, a la primera que nació le falta un añito para la mayoría de edad. No sólo charlamos de gastronomía, que también, sino de un montón de cosas. Conozco a Miguel muy bien. Su padre trabajó con otro presidente, pero del Atlético de Madrid: don Vicente Calderón, como delegado de Prebetong en la Isla.

“Mi padre, Andrés de la Vega, era un crack. Bebedor, amante de la buena vida y de la buena mesa, trabajó muchísimo en la empresa que lo contrató y lo mandó a Tenerife. Procedía de una familia muy acomodada, que tenía palacetes y cotos de caza. Cuando murió mi abuelo, ese mundo empezó a desmoronarse, aunque nosotros vivimos muy bien siempre. Mi padre conoció a mi madre aquí, era una de las mujeres más guapas de Santa Cruz. Murió hace un año y pico y mi padre varios años antes”.

-Conocí a tu madre, Miguel, y a tu tía, Maisa Vidal, que era una periodista con mucha imaginación y una grandísima persona.
“Ella también te quería mucho a ti”.

-Dicen que los dos mejores steaks tartar de España son los de Los Limoneros y eran los de La Cazuela. ¿Verdad o leyenda?
“Verdad, verdad. Ahora se pueden comer aquí, en Los Limoneros, porque La Cazuela ya no existe, claro”.

-¿Por qué te vas a México?
“Aquí toqué fondo. Me falló todo, el socio, la pandemia, la crisis. Mantener un restaurante en estas condiciones era poco menos que imposible”.

-Pero tenías otros proyectos.
“Sí, una cocina para vender comidas preparadas, pero pedían un pastón por el traspaso del local y al final Chari, la cocinera de la Cazuela, y yo, decidimos dar un vuelco a nuestras vidas. Ella se fue a trabajar al Coto de Antonio y yo me marcho a México”.

-¿A la aventura, con tu experiencia y tu valía?
“Con mil quinientos euros en el bolsillo, un amigo que tengo allí y una oferta de trabajo. El martes (mañana) tengo la entrevista con la dueña del restaurante. A ver si hay suerte”.

-¿Y por qué México?
“Porque me han dicho que allí si lo haces bien, si estás capacitado y si aciertas con la oferta tienes muchas posibilidades de triunfar”.

-Tu padre estaría orgulloso. ¿No?
“Supongo que sí. Yo tenía una relación especial con él. Mi padre fue amigo de Antonio y de José Carlos Tavío, de Quini Feria, de gente muy conocida de Santa Cruz. Tuvo mala suerte porque un cáncer acabó con su vida cuando podía haberla disfrutado mucho más. Era un hombre con un gran sentido del humor, un godo bueno. Una vez, subiendo las escaleras de nuestra casa de la playa, en Mazagón (Huelva), se cayó y casi se mata. Me dijo: “Tuve mala suerte; si me hubiera tomado una copa más no me habría caído, porque estaría subiendo las escaleras a cuatro patas. Pero las subí con dos y perdí el equilibrio”.

-¿Y qué dejas atrás?
“Mucho, gran parte de mi vida, pero sobre todo a mis hijas y a mi gata Merceditas, que he encomendado a mi hija Alicia, que tiene cinco años. La gata se llama como mi madre”.

-Cuando tú te hiciste cargo de La Cazuela ya había muerto Iñaki Camiruaga, que hizo una gran labor en el restaurante.
“Sí, dominaba la cocina vasca y era un tipo muy particular. Ya se sabe el carácter de los vascos, cuando les caes bien es para siempre. Intenté mantener y mejorar su legado, pero es una persona muy recordada y reconocida en el mundo de la restauración”.

(Ya digo que la entrevista está hecha un día antes de la marcha de Miguel. Y siendo cliente suyo durante tantos años, a uno le da pena esa ausencia. Y más que la entrevista al profesional se la hago a la persona, porque me da la gana, porque me apetece. Miguel estudió inglés y alemán y se defiende muy bien en ambos idiomas. Hizo estancias en esos países y amplió sus conocimientos de restauración en ellos. En el Maritim de Colonia (Alemania) eran 400 empleados y aquella fue también una gran escuela para él. Es una persona inquieta, que siempre está deseando aprender. No ha logrado tener un coche ni una moto nuevos, sino auténticos cacharros, destartalados. Pero en sus restaurantes es distinto. Crea escuela).

-¿Qué recuerdas de tu paso por el Grupo Tragaluz?
“Pues que llegué a tener 40 empleados a mi cargo y que era una locura fantástica. El grupo ha marcado épocas de esplendor en la cocina de Cataluña. Hoy lo explota una empresa de capital-riesgo, que se lo compró a Rosa María Esteva, primero enemiga y luego amiga, como te comenté antes. Tragaluz fue todo un referente de la restauración y de los bares en Barcelona y espero que lo siga siendo”.

-¿Alguien ha logrado acercarse a tu micuit de foie?
“Bueno, mío y de Chari, aunque la receta es mía. Creo que no. Era el plato estrella en los restaurantes que dirigí. La gente lo devoraba porque, la verdad, salía muy bueno”.

-¿Echas de menos los tiempos de Sant Pol de Mar?
“En aquella escuela, que fue la primera escuela de hostelería con rango universitario que se montó en Europa, carísima, aprendías aunque no quisieras, que yo sí quería. Cada trimestre te cambiaban de departamento, desde fregar platos a dirigir la recepción. Y de esta forma, pasabas por todos los estamentos de la profesión. Y para mí lo mejor era la cocina, por la que siento pasión”.

Miguel de la Vega Vidal, profesional de la hostelería por la Escuela Universitaria de Sant Pol de Mar. Fran Pallero
Miguel de la Vega Vidal, profesional de la hostelería por la Escuela Universitaria de Sant Pol de Mar. Fran Pallero

-Dices que era cara. ¿Tanto?
“Mucho, lástima que no esté mi padre para que puedas preguntárselo, pero le costaba al pobre dos millones de pesetas al año; pesetas de 1994. No le defraudé”.

-Sentías veneración por él, ¿no?
“Era un tipo con un gran sentido del humor, como te dije. Nosotros, mis hermanos y yo, lo llamábamos el general. Y le hacíamos putadas. Una vez fuimos a buscar un dinero que tenía él en Andorra y, en el despacho del director del banco, mis hermanos y yo, antes de que viniera el gerente, nos echamos unos pedos, pero muy contundentes. Aquello se quedó apestando y mi padre, apuradísimo, empezó a abrir ventanas. “¡Qué peste!”, repetía, con su acento madrileño que nunca perdió. Mis hermanos y yo nos reventábamos de la risa viendo los apuros de aquel hombre. Y así, miles”.

-¿Cuántos hermanos son ustedes?
“Uno, Juan, porque del otro, que se llama como tú, prefiero no hablar”.

-Tu familia procede de la aristocracia manchega.
“Mi abuelo tiene dedicada una calle en Ciudad Real, en Montiel, un pequeño pueblo donde murió el rey don Pedro el Cruel. A una tía mía, María Rosa, la ha declarado beata el Vaticano. Comprenderás que sí, que somos una familia conocida en La Mancha, aunque mi padre, al casarse con mi madre, ya no se quiso ir a vivir fuera de Canarias sino de vacaciones, a la playa casi siempre. Pero mi bisabuelo cazaba con el rey Alfonso XIII en su finca”.

-Tu abuelo materno, el doctor don Juan Vidal Torres, además de un gran médico, era un hombre de carácter. Él y el doctor Barajas fueron los dos grandes otorrinos de la Isla en una época determinada.
“Palmero, sí señor, aunque ejerció en Tenerife, caballeroso y enérgico. Y un gran especialista. Mi madre me contó que ella, que era azafata de Iberia en Los Rodeos, empezó a tontear con un piloto; mi abuelo se enteró de que estaba casado y subió al aeropuerto a darle un piñazo. Así se las traían antes”.

-Eres un experto en setas, Miguel. Supongo que en México saldrás al campo a buscarlas.
“Si tengo oportunidad, sí. Efectivamente, soy un gran aficionado a las setas y hago platos exquisitos con ellas. Hay algunas que son verdaderas joyas gastronómicas y con otras, claro, hay que tener mucho cuidado, porque pueden ser mortales. Cuando conoces bien sus características no hay problema alguno”.

(El doctor don Juan Vidal Torres fue miembro de la Academia de Medicina de Santa Cruz de Tenerife, fundador del Instituto de Estudios Canarios, institución a la que quien esto escribe pertenece, y un médico humanista de los de entonces, con gran cultura. Apenas existen referencias suyas en las redes, hace años que nos dejó. Residía y tenía su consulta en la calle Pí y Margall, en la misma casa donde hoy viven las tres niñas de Miguel con su madre, en Santa Cruz).

-¿Qué esperas de México?
“Esto es como empezar de nuevo. Yo he corrido mucho por ahí, he sido feliz con mi trabajo y mi familia, pero tocaba cambiar de aires porque el ambiente se estaba enrareciendo aquí. He cumplido 48 años y creo que puedo empezar de nuevo, porque tengo conocimientos sobrados de mi profesión, que es apasionante. A la mínima oportunidad espero hacer algo grande. Y tengo en México un amigo que me está ayudando. Ha sido una decisión meditada, no creas que la he tomado a lo loco”.

(Cuando Mariano Ramos, propietario de Los Limoneros, se entera de que Miguel de la Vega es el invitado, acude a nuestra mesa a saludarlo y a entregarle un presente. Se queda sorprendido cuando Miguel le cuenta que al día siguiente saldría para México a comenzar una nueva vida. Casi no se lo cree. “Pues mucha suerte”, le dice. La va a necesitar, pero seguro que sale adelante. Lo conozco bien. Muy buenos ratos pasé yo en la Cazuela. Incluso, en tiempos de Iñaki, sufrí la agresión de una fan. Porque hay fans que agreden, no crean ustedes).

“Yo no estaba allí cuando ocurrió, pero me contaron que aquello fue de campeonato. Luego coincidiste con ella en otras ocasiones y yo me ponía muy nervioso cada vez que te levantabas al baño, por si pasaba algo. Ya te digo, me ponía muy nervioso”.

-¿Tu momento más triste?
“Sin duda, la muerte de mi padre. Y la de mi madre también. Él nunca perdió el sentido del humor. Cuando lo ingresaron, ya muy malito, en la clínica, me dijo: “Hijo, yo de aquí salgo con un pijama de madera puesto”. Jamás perdió la compostura, a pesar del sufrimiento a causa de la enfermedad. Era un gran hombre”.

-Y, por supuesto, el momento más alegre, el nacimiento de tus hijas.
“De eso puedes estar seguro”.

-Pues mucha suerte, amigo.

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