
En 1985, el director británico Stephen Frears rodó su película ‘My beautiful laundrette’, la historia de amor entre Omar y Johny, dos jóvenes ingleses que trabajan en una lavandería, uno de origen paquistaní y otro blanco anglosajón. De fondo, el racismo en una sociedad multicultural, los éxitos y los fracasos de los migrantes que llegaron buscando el sueño londinense, el desvanecimiento de la utopía socialista en la Inglaterra thatcheriana y la fluidez de las identidades sexuales. El guión es del escritor Hanif Kureishi, que lleva toda la vida reflexionando sobre estos temas. Y la lavandería -que pasa de la ruina a tirar para adelante-, la metáfora optimista de un mundo híbrido de fronteras culturales cada vez más diluidas en los barrios de las grandes ciudades.
Me acuerdo de la película de Frears cada vez que paso por la lavandería que hay en la esquina lagunera donde confluyen Juana La Blanca con Marqués de Celada. Cuando la abrieron, en septiembre pasado, me preguntaba si aquello iba a tener éxito. Me parecía más propia de una zona de estudiantes con la ropa apilándose en la cesta durante semanas y un día puntual de zafarrancho. Pero Estíbaliz, de 36 años, no es estudiante sino dependienta en paro y está sentada charlando con un amigo mientras espera a que termine una lavadora de 32 minutos. “Se rompió la mía y no me voy a comprar otra. Y menos, con el cambio de la tarifa de luz”, cuenta. A partir de ayer, el nuevo sistema tarifario establecido por el Gobierno central pretende favorecer el consumo doméstico por la noche, entre la medianoche y las ocho de la mañana, las llamadas “horas valle”, cuando hay menos demanda eléctrica y el precio de la luz será más barato. Los fines de semana también serán horas valle.
Una lavadora de 10 kilos cuesta aquí 5 euros. Una de 15 kilos, 7. Una de 21 kilos, 8. Con la tarjeta de cliente hay una rebaja de 50 céntimos. Estíbaliz, que ayer fue por primera vez, calcula que necesita poner una de 10 kilos cada quince días. En casa son ella y su novio. La lavadora rota es de cinco kilos. “Yo creo que me sale más barato, aquí está incluido todo: el agua, la luz, el detergente y el oxígeno activo, que es muy bueno para limpiar la ropa”.
Desde Barrio Nuevo subió ayer María Jesús, que es autónoma. En su familia son tres personas. Ella también está pensando en la tarifa de la luz. “Esta es mi primera vez, estoy haciendo números. Pero ahora pongo en casa dos o tres a la semana. Si vengo aquí y pongo una de 15 kilos, me puede dar para bastantes días. Además, calculas y te controlas”, explica. “Tengo una hermana con cinco hijos, y con lo que le cuestan el agua y la luz, dice que casi tiene que plantearse si comer o no. Es que ahora hay mucha gente que solo tiene un solo sueldo en casa. Hay ayudas y bonos, pero aun así…”, reflexiona. “Una sobrina que utiliza este sistema dice que le merece la pena. Además, te llevas la ropa seca. Es difícil tender las cosas grandes en casa”. Cinco minutos de secadora cuestan un euro para 15 kilos y 1,50 para 21 kilos. Son de propano. Van a todo meter, y dentro debe hacer tanto calor como en el infierno. María Jesús augura problemas con la nueva tarifa. “Imagínate a todo el mundo poniendo lavadoras por la noche en el edificio. Hay gente que es sensible al más mínimo ruido”.
“Una amiga me mandó al móvil una imagen de una lavadora como mesilla de noche”, bromea María, que dejó la ropa y se fue al supermercado a buscar detergente porque no sabía que estaba incluido en el servicio. Ella y Fería, su marido portugués, vienen de Los Llanos de Aridane y llevan unos días en La Laguna para ver a sus hijos. Han dejado otra lavadora puesta en la casa. “Venir aquí para lavar ropa…”, dice de buen humor. “Pero es que están todo el día trabajando”. Me invitan a tomar café mientras la ropa empieza a dar vueltas. “El café hay que tomarlo en compañía”, dice María. Está en ERTE. Trabaja en un hotel de Fuencaliente y volverán a la actividad el 14 de junio. “Con turismo insular, aunque esperemos que en invierno vuelvan los extranjeros”.
En plena pandemia empezó Esteban la reforma del local. Es argentino, tiene 37 años y lleva ya un montón de tiempo en la isla. Es dueño de otra lavandería en Tacoronte. “¿Y cómo te atreviste en plena pandemia?”, le pregunto. “Pues porque soy un emprendedor. Es el tercer o cuarto negocio que monto. En Europa y EEUU hay un montón de sitios así. La Laguna es un lugar húmedo y pensé que había espacio para un negocio como este, donde la gente también pudiera secar la ropa”, cuenta. Se pasa por el local varias veces al día para comprobar que todo funciona bien y para hacerle algún ciclo de limpieza a las lavadoras. También tienen una para mascotas. “Hay mucha gente que piensa que esto es un sitio para estudiantes. Pero es lo que menos tenemos”. Poco a poco han ido aumentando los clientes. “Y hay algunos ya que solo lavan aquí y vienen un par de veces por semana”. Ha reformado el local pensando en crear un sitio agradable, con colores cálidos, wifi y enchufes donde recargar sus aparatos electrónicos. “Para más de uno, lo de venir a lavar puede ser una oportunidad de evadirse del follón que hay en casa”. Y quizá para leerse una buena novela de Hanif Kureshi.