
La vida de Rosalba se paró hace 12 años. Entonces no era la que es ahora, y no solo porque su nombre real no sea el de Rosalba, sino porque carecía de la herramientas, pero sobre todo, de la ayuda para enderezar un camino que la mantuvo, hasta enero de este año, dentro del colectivo de personas sin hogar en Santa Cruz. A sus 55 años, esta mujer ha conseguido retomar parte de la vida, y de las ilusiones, que un divorcio y un desahucio se llevaron por delante. “Después de mi divorcio, me desahuciaron y me quedé en la calle con mi hijo de 12 años”, cuenta algo nerviosa. “Los trabajadores sociales me dieron una solución, que yo me fuera al albergue y a mi hijo a un piso tutelado”, recuerda Rosalba en el que ahora es su hogar, el piso que, a través del programa Habitat: Housing First para personas sin hogar, que gestionan las entidades Provivienda y Hogar Sí, gracias a un convenio con el Ayuntamiento de Santa Cruz, le han proporcionado.
Cuenta que no se quedó en albergue. “No me vi preparada para enfrentarme a todo lo que suponía quedarse allí”. Así que, como muchas otras personas sin hogar encontró un recurso alternativo, el Parque Viera y Clavijo. Durante 12 años, ese ha sido su hogar, tanto es así, que al espacio que ocupaba hasta hace unos meses en la iglesia de este lidad, con más seguridad”, afirma. “Allí cada uno tiene su apartamento; el mío era el mejor, el del suelo de mármol, y tenía tres habitaciones”.
Cuando se le pregunta cómo ha vivido estos 12 años en esas condiciones confiesa que, para ella, el tiempo se detuvo. “La verdad es que no sé qué decir. En estos años he intentado ponerme a estudiar, pero he tenido que dejarlo, primero cuando estaba en el albergue, y luego en el Viera, porque sin luz no podía seguir las clases a través de la UNED. Para comer iba a los comedores sociales, casi siempre al de las monjas de la calle La Noria”, recuerda. Lo peor de vivir en el Viera era la falta de agua. “Teníamos que ir a buscarla a las fuentes para poder asearnos o cocinar. Al principio iba a una que está cerca del parque, pero nos la cerraron para que no cogiéramos agua, y luego tuvimos que ir a la del parque El Quijote”, recuerda con algo de tristeza.
Rosalba encontró trabajo. “Una chica quería que le limpiara la casa, pero sin contrato”. Le pagaban 5 euros a la hora, cuatro horas, tres días a la semana, es decir, 60 euros. “Me pagaba muy poco, pero era lo que había, y yo me encariñé mucho con los niños, la verdad es que eran como mi familia”. En enero de este año la familia se mudó fuera de Santa Cruz y Rosalba se quedó sin trabajo.
Durante este tiempo nunca dejó de mantener contacto con su hijo. “Aunque no me lo dejaban ver, el bajaba a la calle, y hablábamos. Iba a verlo dos o tres veces a la semana. Me botaban del tranvía porque no tenía para pagarlo, pero yo iba a verlo igual”. Su hijo estuvo bajo tutela hasta los 16 años. “Se puso a estudiar y llegó a matricularse en la carrera de Historia, pero al segundo año lo dejó y se hizo chef. Ahora está en Noruega trabajando como jefe de cocina”, cuenta orgullosa Rosalba, aunque admite que, “no es el final que yo quería para él, porque es un trabajo muy duro, su padre es cocinero, y yo viví lo sacrificado que es ese trabajo”. “Me da pena que haya dejado Historia”, añade. Se le ilumina la cara al contar que su hijo le ha dicho que el próximo año vuelve a la Isla. “Está contento con que pueda tener este piso, aunque le preocupa que me pueden echar”, acaba reconociendo.
SALIR DEL VIERA
Admite que cuando le ofrecieron la posibilidad de formar parte del programa Housing First, aunque en un primer momento dijo que sí, luego lo rechazó “por miedo”. Fueron los trabajadores sociales de la Unidad Móvil de Acercamiento (UMA) de los Servicios Sociales de Santa Cruz los que le hablaron del proyecto, y la convencieron para que se apuntara, y los que la volvieron a convencer para que no lo rechazara. “Me daba miedo que no fuera algo definitivo, que solo estuviera un mes, y luego me echaran a la calle, y perdiera el sitio en el Viera. Es fundamental dormir con seguridad”, reflexiona en voz alta. Ahora está “encantada”. “No es un piso perfecto, pero es mi casa”, reconoce mirando a su alrededor.
Rosalba ha vuelto a estudiar. “Me he matriculado en un grado de Lengua y Literatura Española en la UNED. Necesito perfilar mi lenguaje y mi vocabulario, para escribir todo lo que tengo en mi mente”. Asegura que se pasa el día estudiando, y cuando sale lo hace para ver a sus amigos del Viera, “allí tengo una amiga. Tiene que esperar tres años para solicitar el arraigo, y se quedó con mi apartamento. Ella también quiere entrar en el programa, pero no sé cómo puede hacerlo”, cuenta.
Ahora espera encontrar un trabajo. Hizo un curso de controlador de accesos con Simpromi, y le gustaría poder trabajar en eso, aunque inmediatamente aclara que, “no me importa trabajar de lo que sea”. Gracias al apoyo del programa ha podido tramitar una pensión no contributiva, y, este mismo viernes su trabajadora social le informó de que le han concedido la tarjeta de alimentos. La vida de Rosalba empieza a parecerse algo a lo que hace 12 años tenía.
LA CASA PRIMERO
Desde el programa Housing First, explican el proceso por el que Rosalba, pero también las otras nueve personas que conforman esta iniciativa en Santa Cruz, han pasado de vivir en la calle a hacerlo bajo un techo. El programa se dirige a personas sin hogar con larga trayectoria en calle, con gran deterioro y con una adicción, algún problema grave de salud mental y/o discapacidad asociada a su sinhogarismo. Los usuarios deben responder a un perfil de alta vulnerabilidad que se corresponde con personas en situación de sinhogarismo por más de tres años, y que cumplan con al menos una de las características citadas. Tal y como explican desde el proyecto, las personas que cumplen con estos requisitos pasan a formar parte de una lista de usuarios susceptibles de entrar en el programa, lista que conforman los servicios sociales de Santa Cruz, y de la que salen, de forma aleatoria, las personas que pasan a formar parte del proyecto.
En los diez pisos que en estos momentos gestiona la Asociación Provivienda y Hogar, el 20% está destinado a acoger mujeres. Las estancias en estos pisos, de cuyo mantenimiento se ocupa el programa, permite a los técnicos del proyecto centrarse en las personas, que, una vez cubiertas sus necesidades básicas, pueden comenzar un camino de reinserción social centradas en sí mismas.
La filosofía de esta iniciativa consiste en poner en primer lugar la vivienda, en vez de en último lugar. “Housing First no espera que las personas sin hogar se ganen su derecho al alojamiento o a permanecer en una vivienda, sino que les reconoce ese derecho y lo hace efectivo. Se espera que las personas usuarias sigan las reglas de su contrato de alquiler, o de ocupación. de la misma manera que se esperaría de cualquier otra persona que alquile una vivienda”.