El multinivel es un término de moda. En política significa la implicación de diversos actores (niveles) de gobierno para alcanzar la consecución de objetivos complejos, por ejemplo, los de Desarrollo Sostenible aprobados por Naciones Unidas en la Agenda 2030, desde 2015. La Unión Europea los ha situado como una exigencia para el disfrute de los fondos de recuperación, tras la pandemia, por lo que cabe pensar que lo que llamamos nueva normalidad será el desembarco de esas políticas en el marco de las actuaciones innovadoras. Aquí se demuestra una vez más que a la norma la hace la necesidad, y que el progreso aparece a trompicones provocado casi siempre por agentes externos que ponen a prueba las estructuras que creíamos seguras para ser cambiadas por otras más adecuadas a las circunstancias.
Recordemos el revulsivo económico y social que supusieron las dos grandes guerras que asolaron el mundo en el pasado siglo, y cómo la reacción frente a la catástrofe supuso importantes incentivos para la renovación. Por otra parte, el multinivel es una estrategia de marketing en la que los que se asocian no solo son retribuidos por sus ventas, sino también por las de los que forman parte de su red organizativa, corriendo el riesgo de convertirse en una de esas cadenas piramidales. Su expansión se asemeja al crecimiento de las recomendaciones que se hacen por redes sociales como Facebook o WhatsApp, utilizando el boca o boca del espacio digital como vehículo de penetración. En los dos casos nos encontramos ante una situación de multinivel con acepciones aparentemente diferentes, pero coincidentes en algunos aspectos de su propagación.
En realidad, el mundo de la economía se muestra desideologizado en la práctica, porque los actores directos, integrados en la estructura de las empresas, no tienen en cuenta estos factores doctrinarios que para otros son tan fundamentales. Los objetivos multinivel serán una entelequia si el motor globalizado de la producción no los considera inevitables para su supervivencia a medio plazo.
Los cambios que hoy se proponen son aquellos que se guardaban en el cajón esperando una mejor oportunidad para ser aplicados. Quiero decir con esto que el multinivel surge de una digestión profunda de todos los que intervienen en la escena de la política económica, nunca de un debate ideológico entre modelos enfrentados. El peligro está en la utilización de la estrategia del marketing del multinivel para intentar sacar beneficio partidario de una operación que se presenta como de interés global.
Hace un tiempo, cuando algo era considerado como excelente se exclamaba: “¡Qué nivel!” Ahora, para aceptar que un hecho no se pueda superar, habrá que decir: “¡Qué multinivel!” La gente seguirá sin entender lo que significan ambas acepciones, pero no importa, arrimarán el ascua a su sardina, entendiendo que el multinivel es una cosa de los suyos y que los otros son los detractores negacionistas de toda la vida.
La banca aceptará el multinivel porque se ha preparado para obtener mayores beneficios con ello, o al menos evitar mayores pérdidas, y la reconversión supondrá un aumento de ingresos, sostenibles o no, en los sectores privados, haciendo creer a los que organizan las movilizaciones, basadas en el marketing del otro multinivel, que son los auténticos protagonistas de los cambios. Todo ocurre como en el juego de laruleta, donde el croupier murmura por lo bajinis al soltar la bolita: “La banca pierde y se ríe; el punto gana y se va. ¡Hagan juego señores!