El escritor lagunero Santi López presenta Veinticinco días de agosto, una obra en la que el también actor y profesor tinerfeño atraviesa el territorio de la novela negra para construir un relato que va más allá -o quizás más acá- de las características del género y plantea al lector cuestiones que tienen que ver con la amistad y con el amor, Santi López aborda en esta charla con DIARIO DE AVISOS cómo ha sido el proceso de escritura de este libro que comenzó a nacer en el mes de agosto de hace cinco años en medio de certezas e incertidumbres. Desde la convicción de tener que dar forma sobre el papel a todo aquello que rondaba su cabeza, pero también con el temor de que esa pretensión se frustrara con la llegada de septiembre, cuando la rutina lo “devora todo”.
-Abordar la escritura de una primera novela con un recorrido tan amplio como ‘Veinticinco días de agosto’, por su extensión, pero también por la complejidad de su trama, podría dar vértigo y entenderse como un desafío. ¿Recuerda cuál era su predisposición en ese primer momento en el que se puso a escribir?
“Todo partió de la pulsión de crear una primera escena. Sin saber hacia dónde eso me llevaría. Fue un verano, en 2015, como tantos otros veranos en los que me sentaba a escribir. Llevaba varios días con esa escena en mi cabeza. En ningún momento llegue a imaginar que aquello, cinco años más tarde, se convertiría en lo que ahora es. Sin embargo, cuando acabé de escribirla, sentí la necesidad de continuar desarrollándola, yendo hacia detrás y hacia delante en el relato. En otras ocasiones, cuando me ponía a escribir en agosto, la rutina de septiembre lo devoraba todo. Así que decidí trabajar con tanta intensidad en ese texto para que casi no hubiera posibilidad de dar marcha atrás. Durante mucho tiempo arrastré el miedo de desconectar seis o siete días y luego, al retomar la escritura, ya no sentir lo mismo, ya no tener la historia entre los dedos… Poco a poco vencí a esa sensación y la historia se fue desarrollando”.
-¿Y es muy diferente el resultado final con respecto a esas primeras ideas? ¿Cómo ha evolucionado esa primera escena que tenía en su mente?
“A partir de ese proceso permanente de escribir, me planteé una estructura. Me propuse tener claro qué es lo que realmente quería contar y, desde ahí, organizarlo todo en capítulos. Para entonces ya llevaba dos años y medio trabajando en este proyecto. Ese proceso me sirvió, fundamentalmente, para saber cómo crear la estructura. Creo que solo puedes aprender ciertos hábitos y habilidades del oficio de escritor precisamente poniéndote a ello, mientras escribes. Una vez que poseía muchos de los textos de lo que iba a convertirse en esta novela, me puse a revisarlos y regresé a esa primera escena. Entonces todo había que transformarlo, adaptarlo a los personajes que ya habían ido cobrando una vida propia, que ya eran, de alguna manera, completamente independientes. Aquella escena inicial tenía mucho de mí y de las personas que me rodean en mi vida diaria. Pero a medida que este proyecto literario fue creciendo, los personajes se distanciaron, cobraron su propia identidad, y la historia también”.
-‘Veinticinco días de agosto’ puede entenderse como una obra sobre la amistad, pero también acerca del amor y, de igual modo, podría definirse como una novela negra muy singular. Pero, más allá de las etiquetas que explican las cosas, y también las limitan, ¿cómo presentaría usted este relato?
“Me encanta la novela negra. Las leo casi desde que tengo uso de razón. Sin embargo, si Veinticinco días de agosto se ha teñido con alguna influencia es sobre todo a partir de lo que yo soy, de lo que conozco. De lo poco que sé, si acaso sé de algo, es de las relaciones de amistad y de las emociones. Mucho más que de crímenes y asesinatos. Aunque probablemente pretendiera al inicio escribir una novela oscura, aquello acabó transformándose básicamente en lo que soy. Por eso se aleja de lo que podríamos entender como una novela negra estándar. Veinticinco días de agosto es un thriller que me sirve de excusa para poder hablar de la amistad y del amor. Los asesinatos que incluye, las cuestiones más truculentas vinculadas a los bajos fondos, solo son circunstancias que rodean a determinados personajes. No a todos. Desde el comienzo quise evitar lo maniqueo, esa división entre bueno y malo. Y la manera que encontré para hacerlo es narrar todo en primera persona. Así, por ejemplo, el malo de la historia resulta no serlo tanto, llegas a empatizar con él, lo entiendes, sabes por qué está ahí… Todas esas circunstancias vinculadas a los personajes me han servido para ahondar en sus psiques, en sus relaciones familiares, de amistad y de amor”.
-Usted es actor y ahora también escritor. ¿Confluyen de alguna manera estas dos vocaciones o más bien esta nueva faceta abarca espacios que no ocupaba la interpretación?
“Con la aparición de esta obra se suele decir algo así como: “El actor Santi López publica su primera novela”. Pero ser actor en Canarias es una cosa bastante compleja. También soy profesor de historia y de economía, y, asimismo, y entre otras cosas, profesor de pilates. De manera que todo converge. Mi formación dramática se refleja en la novela, como mínimo, en la forma con la que desarrollo los diálogos. En estos cinco años que he estado escribiendo he sido plenamente consciente de que toda la energía que le estaba poniendo a la novela no se la dedicaba a la interpretación. Esa fue una decisión que no cuestioné en ningún momento. Todo estaba fluyendo y punto. La de actor es una profesión que requiere de mucho marketing, de muchas relaciones sociales, y eso a mí me agota bastante. Pero ambas facetas se complementan, porque las dos poseen el mismo motor: el de querer vivir mil vidas en una”.
“Un actor y un escritor buscan vivir mil vidas en una, pero al escribir soy yo el que las crea todas”
-Y si tuviera que elegir, ¿ahora mismo por cuál se decantaría?
“Ser escritor me llena más, porque todos los personajes que hay en la novela los hago yo. No me limito a uno en concreto, como sucede en una obra de teatro o en cualquier producto audiovisual. No. En la literatura, todos, mujeres y hombres, adultos y jóvenes, nacen de mí. Yo los desarrollo y los disfruto. Como creador esta faceta me aporta más cosas”.
-¿Este tiempo tan extraño de pandemia y restricciones ha influido de alguna manera en su escritura?
“No. Acabé de escribir Veinticinco días de agosto antes de que estallara todo esto. Aunque una cosa es terminar la novela y otra el momento en el que llega por fin al público, que ya de por sí es un desierto bastante intransitable. Cuando la acabé se la di al corrector Ramón Alemán y él me la devolvió el 11 de marzo del año pasado, con una serie de comentarios sobre los que yo tenía que tomar decisiones. Tres días más tarde se declaró el estado de alarma por la pandemia del coronavirus y, en ese sentido, me pegué dos meses en casa encantado de la vida por disponer de un tiempo que de otra manera no tendría para afrontar esos comentarios. Pero en lo que tiene que ver con la trama de la novela o las circunstancias del escritor, no me influyó de ninguna manera”.
-El catedrático de Literatura Daniel Duque Díaz ha señalado que tras leer ‘Veinticinco días de agosto’ uno no llega a saber muy bien si ha visto una novela o ha leído una película. ¿Cómo surge esa voluntad de realizar una obra que, en palabras del profesor, es “tan gráficamente expresiva”?
“No hubo una voluntad consciente de hacerlo así. He escrito esta primera novela vomitando todo lo que tenía dentro, disfrutando con el fluir de la imaginación sin ninguna cortapisa ni impedimento, ni autocrítica. Ya habría tiempo para eso. Y también para el miedo a que fuese un proyecto inconcluso que acabase en una gaveta dejado de la mano de dios. Fui desarrollando pequeños métodos para que cada día pudiese reconectar con lo que había escrito la jornada anterior. En ningún momento me planteé que fuese una obra muy visual. Supongo que es mi forma de narrar”.
-Otro de los aspectos que sobresalen en la novela es la presencia del monólogo interior. ¿Qué posibilidades le ha brindado ese flujo de conciencia a la hora de construir el relato?
“Escribir esta ópera prima me ha permitido reciclar algunos de mis traumas, cuestiones que requieren de un diálogo interior, a través de los personajes. Cuando acabé todo el proceso y dejé que lo que había escrito se enfriara, para luego acercarme de una manera más crítica a la novela, tenía miedo de que esos soliloquios y esas descripciones, al volver a leerlas pasado el tiempo, me resultaran pesadas, densas. Y no fue así. Me gustó lo que había escrito, aunque recorté cosas y cambié otras”.
-¿Y cuál fue la mayor dificultad con la que se encontró al adoptar ese recurso?
“Una de las mayores fue la creación de voces distintas. Sobre todo porque elegí la primera persona, no a un narrador omnisciente. Pero al final acabas diferenciando esas voces a través del uso de frases más o menos cortas, el empleo de jergas específicas para determinados personajes, que unos sean mal hablados y otros no o no tanto, que fuesen más o menos reflexivos… Aspectos muy concretos y formales, que al final también sirven para teñir un pensamiento”.
“Ojalá pudiera escribir siempre. Es como disfrutar de un juego que no quiero abandonar”
-Tras ver esta primera novela publicada, ¿cuáles son su planes literarios? ¿Existen ya ideas para nuevos proyectos o aún es demasiado pronto?
“De hecho ya estoy escribiendo de nuevo. Cuando acabé, me tomé un par de meses para desconectar de este proyecto que me ha llevado tanto tiempo. Sin embargo, creo que esa nueva historia ya está dentro de mí. Entiendo todo esto como un conjunto de fases claramente diferenciadas: cuando te pones a escribir, cuando acabas, cuando ves el resultado sobre el papel, en un libro… En todas ellas, que te aportan satisfacciones diferentes, intento disfrutar. Ahora es el momento en el que presento mi trabajo al público y me expongo a que le guste o no. Ojalá pudiera escribir siempre. Cuando me imagino escribiendo, me veo disfrutando con la escritura. Es como un juego que no quiero abandonar”.