tribuna

La caída del Imperio Romano

Un periodo de bonanza meteorológica de 600 años ayudó a la expansión romana, pero cuando terminó se debilitó el imperio y esto contribuyó a su final propiciando las invasiones bárbaras”. Esto se asegura en una publicación de La Vanguardia en la que se relaciona a la caída del Imperio Romano con el cambio climático. Hay dos aspectos importantes en esta noticia: la primera es que las alteraciones del clima ya existían en la época de los césares, y la segunda, que se utilizaban como excusa para cambiar al sistema político. Más o menos es lo que ocurre en el mundo en el momento actual. No solo está amenazado por huracanes, tormentas y deshielos, sino, además, por la aparición de ideologías radicalizadas y bárbaras que se sustentan en el temor creciente por la catástrofe inmediata. No se trata de los Pepito Grillo que sacuden a nuestras conciencias culpándonos de todas las irregularidades que sufre el planeta, al contrario, invaden todo el terreno imponiendo una lógica que acaba responsabilizando al sistema de todo lo malo que ocurre. La pandemia ha sido a causa de esos comportamientos terribles y hasta alguien insinúa que el volcán de La Palma también tiene que ver con nuestro proceder desordenado e irresponsable. Si es verdad que fue el cambio climático el que influyó en el final de la brillantez del mundo antiguo, fue también el responsable de que la humanidad se sumiera en mil años de oscurantismo de los que le costó infinitos esfuerzos salir. Los sabios se convirtieron en brujos refugiándose en la lobreguez de sus laboratorios ocultos, las hogueras apestaban al olor de la care humana y la persecución del pensamiento libre se instauró condenando al anatema a quienes se separaran de lo políticamente correcto, más o menos como se alumbra en este momento, donde serás el ocupante del ostracismo si no comulgas con la idea de una verdad ficticia que intenta imponerse por todos los medios. Esto que estoy diciendo me supondrá una fuerte reprobación, me acusarán de negacionista y me meterán, como mal menor, en el tren de las causas perdidas. Ya sé que no pertenezco al relato de lo fácilmente digerible, a la parroquia de la aquiescencia automática, a la comparsa del sí a los que propugnan el no. Aún conservo la libertad para poder decir lo que pienso a pesar de que sobre mí se derramen los chuzos de la incomprensión. No pretendo tener razón, solo comento un artículo que seguramente está escrito con la intención contraria a mi análisis, pero me lo ponen en bandeja y el corolario que extraigo es inmediato. El imperio romano cayó por el cambio climático. No está mal tirado. Ni siquiera discuto que esa teoría tenga algo de verosimilitud. Me sitúo en el territorio de las comparaciones históricas y concluyo que la que se nos viene encima enturbiará el futuro de las generaciones venideras. Por ahora, parece que marchan felices hacia ese destino desgraciado. A veces el paraíso se cubre de cenizas y creemos ver un panorama de esperanza donde solo habrá desolación. El mundo gira y todo lo volveremos a ver. No quiero que aprecien en lo que escribo una actitud derrotista. Solo es la advertencia sensata para aquellos que la quieran entender. Hay otros que se mantienen a la espera de innovaciones que solo conducen al regreso. Lo malo es que son susceptibles de formar mayorías poderosas que nos llevan indefectiblemente al fracaso. El imperio romano ya no existe, por eso David Lodge tituló a una de sus novelas “La caída del Museo Británico” y algo de razón tenía cuando utilizaba ese símil para retratar el desmoronamiento de la cultura en la que creíamos. Hasta las ruinas de Palmira, en su momento, fueron responsables de que el clima se volviera loco, menos mal que algunas columnas se mantienen en pie a la espera de que vengan los talibanes a rematar la jugada.

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