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Una tradición con la que ni siquiera la pandemia ha podido

La festividad de Todos los Santos lleva hasta cementerios como el de Santa Lastenia, en Santa Cruz, a miles de personas
Pablo Perera, a sus 74 años, lleva desde niño acudiendo al cementerio por la festividad de Todos los Santos para enramar las tumbas de sus familiares. Sergio Méndez

Lleva toda su vida acudiendo al cementerio a enramar las lápidas de sus familiares. A sus 74 años, como cada año, inicia su peregrinación por el cementerio de Santa Lastenia, donde tiene enterrados a la mayoría de sus familiares, los de sangre y los políticos, de cuyas tumbas también se ocupa. Pablo Perera, que así se llama este chicharrero de nacimiento, que ahora vive en La Laguna, sube y baja con dificultad de la escalera con la que se acerca a poner las flores, en este caso, a sus suegros. “Vengo del cementerio de Arico, donde también tengo familia, y ahora pasaré la tarde aquí arreglando las lápidas del resto de familiares”, explica mientras coge un ramo de claveles. Cuenta que cada año, en la víspera de Todos los Santos, hace el mismo recorrido. “Empecé a venir con mi madre, cuando tenía cinco años, y desde entonces he seguido viniendo”. Confiesa que es el único de su familia que se encarga de esta tarea, y admite resignado que cuando él no esté nadie seguirá esa tradición, ni siquiera con él. “Yo tampoco quiero que me traigan flores. Soy creyente y ya le he dicho a mi mujer que ponga una lápida si quiere, pero sin nada para poner flores. Con que me hagan una misa de vez en cuando me vale”. No es partidario de la incineración. “Mi mujer sí, pero yo no lo veo”, dice mientras se encoge de hombros. “Cuando muera quiero que me entierren con mis padres”, añade.

Cuenta que su madre se quedó viuda con 40 años, estando embarazada de él. “Mi padre murió en julio y yo nací en octubre, casi de milagro, después de lo mal que lo pasó ella”. Murió en 1947, en una operación por una úlcera sangrante. Pero no conocer a su padre no ha sido un impedimento para que Pablo sienta una conexión absoluta con su progenitor, una figura que siempre ha echado en falta. “La emoción más grande de mi vida fue cuando sacaron los restos de mi padre. Los saqué yo mismo. Para mí ha sido lo más grande, el poder tocarlo y besarlo”, cuenta casi emocionado.

Tras la charla con DIARIO DE AVISOS sube de nuevo a la escalera para colocar un ramo de claveles, mientras otros tres manojos lo esperan en el suelo. Solo unos metros más allá está la familia de Isabel. Acude acompañada de su hija, su yerno y su nieta. Cuenta que su marido, Saturnino, murió hace un año. “Yo vengo todas las semanas”, dice mientras sujeta una de las jarras con flores que su yerno reclama desde lo alto de la escalera. En ella, además de las flores, una tarjeta con el escudo del Real Madrid. “Se lo ha puesto mi nieta, pero él no era de ningún equipo en especial”, dice. Su yerno añade que “el decía que era del que ganara”, comentario que hace sonreír al resto de la familia.

Aunque durante la mañana la afluencia de gente ha sido intensa, ya había colas antes de las ocho para acceder al camposanto, a la hora que DIARIO DE AVISOS visita el cementerio de Santa Lastenia, las tres de la tarde, el goteo de visitantes es continuo. Entre ellos se encuentra María Teresa, que a sus 40 años, y después de más de 20 del fallecimiento de su padre, sigue emocionándose al intentar hablar de él. “Ahora vengo menos, pero me pasé 15 años que no me quería desprender de mi padre”. Cuenta cómo incluso se cayó de las escaleras (el nicho de su padre está en la última fila) o se golpeó las piernas por los tropiezos. “Venía como una posesa”, admite. Cuando se le pregunta qué edad tenía al perder a su padre, se queda en silencio. Logra decir que 21, y nos pide que no le preguntemos más.

En una de las puertas del cementerio se encuentra el puesto de flores donde Ana Niebla lleva 17 años trabajando. “Este año ha sido una locura”, admite. “Hemos tenido que pedir más flores a nuestros proveedores porque durante la mañana nos hemos visto superados”, explica mientras una fila de clientes esperan pacientemente a ser atendidos. “La gente sigue enramando, poco o mucho, pero no ha dejado de venir. La tradición puede con todo”, cuenta. Aunque este año han tenido menos encargo a través de internet, admite que es un servicio que vino con la pandemia para quedarse. “Nos llaman, hacemos los ramos y los colocamos”, cuenta.

Ya de salida, en uno de los patios, una joven le alcanza a su padre las flores que este está colocando en la tumba de los abuelos de su hija. Ella es Alma y tiene 14 años. “Aquí están enterrados mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Siempre venimos por Todos los Santos. Es mi familia”, apostilla, mientras su padre, Jonás, la mira atento desde la escalera.

Este cementerio seguirá hoy recibiendo, desde las ocho de la mañana y hasta las seis de la tarde, a los visitantes que se acerquen a poner flores a los suyos. Mañana una guagua especial acercará a los usuarios a Santa Lastenia, que tendrá el mismo horario.

Tres días de ampliación de horarios en los camposantos

Los cementerios de toda la Isla han establecido horarios especiales con motivo de la festividad del 1 de noviembre, que este año coincide con un puente, lo que ha llevado a que se hayan ampliado los horarios desde el viernes y hasta mañana lunes, día de Todos los Santos. En municipios como el de San Juan de la Rambla mañana vuelven a la calle Los Santitos, costumbre que consiste en que las calles del casco se llenan de menores cargando cestas de mimbre decoradas por ellos mismo.

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