Las prioridades han cambiado. Lo que antes parecía urgente, ahora es nimio. Lo que llegó a ser considerado de importancia capital, hoy es relegado a un segundo plano. La erupción del volcán de Cumbre Vieja ha dado un vuelco a la vida en La Palma. Las autoridades insisten en que todo debe continuar, a pesar de las circunstancias, de una manera aproximada a como lo hacía antes del suceso. Pero lo cierto es que son cientos de palmeros -y canarios- los que han dejado todo para dedicarse, hasta la extenuación, a ayudar a los damnificados por el incesante avance de la lava.
Se han recibido donaciones de ropa, artículos del hogar y alimentos no perecederos de distintos lugares de España, y siguen llegando. La cantidad de recursos arribados ha superado la capacidad de los centros logísticos instalados en el pabellón deportivo Severo Rodríguez, en Los Llanos de Aridane, y el Recinto Ferial de El Paso. Es por ello que se ha empezado a habilitar nuevos espacios, como un almacén situado en la zona de Las Martelas, en la denominada carretera de Puerto Naos. Allí son muchas las manos que trabajan sin descanso, por turnos, para clasificar y transportar la mercancía.
En la tarde de ayer, Virginia y Adriana se esmeraban en poner orden a las montañas de prendas y juguetes situadas en uno de los laterales de la nave industrial. “Llevo colaborando desde que pidieron ayuda. Estuve en el polideportivo Camilo León, luego me dijeron de ir a El Paso, a la antigua fábrica de tabaco, y ahora estoy aquí”, cuenta Virginia, que acogió a sus suegros tras ser evacuados por precaución. No cree que la lava llegue a su casa, “pero nunca se sabe”. Adriana, por su parte, indica que “al principio hubo una avalancha de gente voluntaria y estábamos saturados”.
Luego, vista la necesidad de coordinación, explica que cambiaron la dinámica: “Te apuntabas en una lista y te llamaban a medida que creaban nuevos puntos”. Preguntada por si alguno de sus allegados ha sufrido las consecuencias del volcán, señala que “he tenido que acoger en casa a varios amigos desalojados, que, por suerte, consiguieron un apartamento; es de una señora alemana que está fuera de la Isla y se los dejó”. “La casita de mi madre está en Jedey y por ahora ha escapado. Ayer [miércoles para el lector] sacó las gallinas, pero no ha ido mucho a ver cómo está, porque tienes que dar la vuelta a la Isla y no siempre te dejan pasar, depende también del viento”, detalla, al tiempo que presenta a su hijo Andreas, que, con ocho años, ya se ha embriagado del espíritu solidario: “Mi madre me dijo que podía ayudar a la gente que no tenía nada, me dio la idea. He estado llevando cosas y dando vueltas, buscando que me den algún empleo”.
En una camioneta de grandes dimensiones, dan marcha atrás Rafael y Aridane, acercándose a uno de los accesos del almacén. Llegaron de madrugada en el barco, procedentes de Tenerife, con el vehículo repleto de enseres donados por empresas con sede en el polígono industrial del Valle de Güímar; quisieron aprovechar las horas que estarían en La Palma, hasta marcharse a las cuatro de la mañana de hoy, para colaborar en tareas logísticas. “Los empresarios del polígono se pusieron de acuerdo para hacer una colecta”, afirma Rafael. Aridane, su jefe, concreta que fueron los miembros de la asociación que conforman las compañías de dicha zona los que decidieron tener un gesto con los palmeros: “Cada uno puso lo que pudo, ha habido comunión entre todos de que había que echar un mano”.
Otro viaje, algo más largo, fue el que protagonizó Pedro, natural de Vigo. Estuvo trabajando durante un año y medio en Tenerife como repartidor en hostelería, pero la irrupción de la COVID-19 lo empujó al desempleo. Entonces volvió a su Galicia natal, hasta que, según reconoce, “vi en la tele lo que estaba pasando y me compré un pasaje”, por el momento “solo de ida”: “Tampoco sabía lo que me iba a encontrar, vine con una mochila, una manta y un saco, después me explicaron que podía dormir en el polideportivo y que nos daban las comidas”. “Es otra isla, pero el pueblo canario me ha tratado tan bien que no podía hacer otra cosa”, admite.
Berardo, joven aridanense, narra que empezó “dos días después de la erupción” a afanarse en la organización de las donaciones. “De nueve de la mañana a nueve de la noche cargando y descargando, haciendo las compras a la gente y ayudando en lo que podemos”, asegura. Lo más duro que ha presenciado, declara, es “a un hombre de unos 50 años que me dijo que lo que había conservado es la ropa que llevaba puesta; imagínate cómo me quedé”. Y, en la otra cara de la moneda, lo más bonito, a su juicio, ha sido “la unión que ha habido entre los palmeros. Nadie daba un duro por los jóvenes y mira… tenemos un grupo de 20 personas que estamos aquí, no hemos parado, y el mayor creo que tiene 24 años”.
Alrededor de las 17.30, Jorge se despedía tras varias horas de faena: “¡Hasta mañana, compañeros! Me voy a trabajar”. Antes de subirse al coche, dedicaba unos minutos a este periódico para relatar que su empleo es en un restaurante de Tazacorte, el cual no ha dejado de lado. Eso sí, el escaso tiempo que le queda lo consagra a la cooperación. “Desde la semana pasada estoy colaborando; primero en el pabellón y ahora aquí. Ayudando a cargar y a acomodar la ropa. Me levanto temprano, entro a trabajar, vengo aquí, ayudo, y vuelvo otra vez al trabajo”, manifiesta.
LOGÍSTICA
A la cantidad de materiales que se amontonan en almacenes como el de Las Martelas, se unen los que están por venir. En prácticamente cada trayecto de barco hay camiones, furgonetas, palets o contenedores hasta los topes de donaciones. Es precisamente este motivo, que genera un problema logístico importante, ya no solo para el transporte, sino para la clasificación, que el director técnico del Pevolca (Plan de Protección Civil y Atención de Emergencias de Canarias por Riesgo Volcánico), Miguel Ángel Morcuende, ha solicitado a quienes deseen solidarizarse con el pueblo de la isla de La Palma que donen dinero. De ese modo, se afina la puntería a la hora de comprar recursos que se requieran en cada momento, y, por otra parte, se favorece al comercio local, que, de una manera u otra, está sufriendo los estragos de este fenómeno natural.
Tal ha sido la saturación, que el grupo de jóvenes palmeros residentes en Madrid que recogía donaciones ha dejado de hacerlo. Se encuentran inmersos en la tarea de clasificar los productos en el almacén que han conseguido en Carabanchel. Esta semana, mostraban su agradecimiento a los ayuntamientos de Los Llanos de Aridane y Madrid “por su rápida coordinación para facilitarnos un camión de bomberos” para una recogida en Atocha.