Este año se cumplió el vigésimo aniversario del ataque terrorista del 11 de septiembre que cambiaría el mundo para siempre. Una mañana clara, las Torres Gemelas bullían con la típica actividad del World Trade Center, ignorante de la tragedia que se desataría en breve y que, en menos de dos horas, pondría de rodillas a la ciudad de Nueva York. Gran símbolo del capitalismo, las Torres Gemelas eran golpeadas por dos aviones y colapsarían por completo sepultando consigo miles de vidas.
Todo ocurrió rápidamente. Las cámaras de televisión captaban casi desde el primer momento la confusión y el horror que seguirían al primer impacto, pero nada podría describir con precisión el terror de las personas atrapadas en las moles de cemento.
La historia de un conserje, encargado de limpiar las escaleras de los 107 pisos de la Torre Norte, se convertiría en el testimonio viviente quizás más importante de lo que aconteció en el interior de aquella trampa de cristal y concreto, pero su historia no solo demuestra un valor insuperable, sino que lleva consigo la esperanza de que los seres humanos somos capaces de actos de valentía, y, sobre todo, de compasión.
William no tenía previsto acudir al WTC esa mañana, había pedido el día por enfermedad, pero al no encontrar a nadie que pudiera cubrir su puesto, su supervisor le pidió que fuera a trabajar. Cada mañana, William acostumbraba a empezar su jornada laboral muy temprano en el afamado restaurante Windows of the World, las mejores vistas de la Gran Manzana, donde cocineros y camareros compartían con él una bandeja de desayuno y unas risas.
Cuando se estrelló el avión, William estaba en el sótano del edificio. Los bomberos trataban de llegar a los ocupantes atrapados en los pisos superiores. La única vía de escape es la escalera de servicio y solo cinco llaves maestras podían abrir las puertas del centenar de pisos.
William estaba en posesión de una de ellas, las otras no se podían localizar. Como bedel había sido advertido de que si la perdía, lo despedirían y tendría que pagar por el cambio de las más de cien cerraduras. En aquel momento, el portorriqueño a sabiendas de que tenía en sus manos la clave para salvar vidas, se unió a los bomberos. Conociendo como nadie el edificio, lideró el camino burlando la muerte en varias ocasiones.
Hoy William Rodríguez, concede una entrervista a DIARIO DE AVISOS, donde cuenta su historia y cómo a partir de esa experiencia, no solo transformó su vida, sino que ha podido cambiar la de muchos otros.
– ¿Cuándo se dio cuenta de que era un héroe?
“Yo me di cuenta el 11-S, de lo que realmente era la responsabilidad social, y del nivel de compasión humana que me sorprendió a mí mismo. Estaba desesperado por sacar a la mayor cantidad de gente en el menor tiempo posible porque quería rescatar a mis amigos. La ironía de la vida, me han reconocido alrededor del mundo, me han hecho héroe nacional en Puerto Rico, en los EE.UU., es que para mí, los héroes murieron el 11 de septiembre: fueron los que trataron de ayudar a personas a escapar y nunca pudieron salir. Yo soy un superviviente que hizo, quizás, algo fuera de lo común, pero era porque tenía una herramienta que era fundamental para salvar a estas personas en ese momento. Teniendo yo esa quinta llave no podía estar con la paz mental o emocional de saberlo y que no se estuviera usando. Después de haber salvado a tanta gente, yo me creo un fracaso [William se emociona y no puede contener las lágrimas] porque nunca pude salvar a ninguno de mis amigos, he perdido a cientos de amigos. Fuerte…. La gente me dice que salvé a muchas personas, pero estaban en el camino, nunca llegue al destino, nunca llegué a donde estaban los míos”.
-¿Qué recuerdos tiene de ese día?
“Recuerdo que yo llamé a mi mamá, del piso 27 de la Torre Norte. Los bomberos se desplomaban porque no podían seguir por el cansancio. Mi madre me informa angustiada de lo que está pasando porque lo está viendo en televisión desde Puerto Rico. Ella me pidió que abandonara el edificio, y le mentí, yo estaba determinado a pasar por las llamas para llegar a mis amigos. Subí hasta el piso 39, porque cuando la otra torre fue impactada creó una onda de movimiento, y de pronto se oyó en el edificio un ruido enorme. En la radio escuchamos que habíamos perdido el piso el 65, que había colapsado hasta el piso 44. Ahí me desespero, tengo que subir, que “no puedes pasar”, me dijo el policía”. “Mejor bajas y me ayudas con el hombre en silla de ruedas, un señor parapléjico que tenía un ataque de asma”. Le contesté que iba a ayudar a los bomberos a bajarlo en camilla, pero que iba a regresar. Bajábamos por las escaleras cuando se oyó el desplome de la torre, una explosión, y se tambaleó el edificio. Cuando llegué al vestíbulo, me encontré con la imagen horrible de que la Torre Sur había caído. Uno de los bomberos me dijo que fuera a avisar a la ambulancia, mientras le daban primeros auxilios al señor. Todos los vidrios estaban destruidos, algunos por el impacto y otros por la gente que trataba de escapar. Al cruzar la calle vi que tenían toda el área acordonada, y detrás de la cinta la policía me gritó, “don’t look back”. Pero me viré y ahí fue el colapso emocional mío más grande, cuando me encontré con todos los cuerpos de la gente que se tiró al vacío: cuerpos irreconocibles, cuerpos cayendo 80, 90 pisos, explotados, no sabía lo que era una cabeza… y yo empecé a gritar …. cuando bajé la mirada, lo que me acabó de destruir, fue una señora que ayudé a escapar del piso 33, la saqué, la ayudé a bajar las escaleras…el único cuerpo que reconocí, partido por la mitad. Al salir, especulo que se habría sentido a salvo, sin pensar que le caería un vidrio de una ventana de 80 pisos, como una guillotina cercenándola. Fue el horror más grande y empecé a llorar”.
-Sin embargo, su propia situación se complicaría a partir de ahí…
“De pronto, escuché, “corre, corre, corre”, y el edificio empezó a derrumbarse. Vi proyectiles de concreto cayendo, y lo único que podría escudarme era un camión de bomberos frente a las puertas. Me lancé debajo del vehículo y el edificio se desplomó encima. Quedé sepultado vivo debajo de los escombros. Yo pensé en ese momento, “Dios mío, no le des a mi madre el dolor de ver mi cuerpo en pedazos… Ahí se paró todo, porque entró la famosa nube de polvo que cubrió el bajo Manhattan, con una fuerza tan vertiginosa que me rompió la camisa, me quemó la cara, y no podía respirar. Me había resignado a morir, y lo menos que esperaba es que CNN y Globo Vision de Brasil me vieran y alertaran a las autoridades. Me salvaron los medios de comunicación, porque estuve enterrado muchas horas. Debido al cansancio yo no sentía las piernas y llegué a pensar que las había perdido, pero me salvé de milagro”.
-Y aún así no se dio por vencido…
“Después de que me dieran auxilio en la ambulancia, regresé al epicentro de la caída de la Torre Norte, y pude ver que al levantar el camión con una grúa se le explotaron los neumáticos, escapé de la muerte por poco. Me quedé en el área. Un puente que conectaba la Torre Norte con el World Financial Center se desplomó en ese momento, cayendo encima de una camioneta de bomberos. Detrás del vehículo, vi unas botas de bombero y tiré de una de ellas, quedándome con el pie del bombero que estaba vivo. Empecé a pedir auxilio, y aparecieron otras personas que me ayudaron a sacarlo, lo pusimos en una camilla, lo llevamos a una ambulancia, pero al aproximarnos vimos que el pecho se le hundió, murió, qué horror…”.
-¿Veinte años después, volvería a actuar de la misma manera?
“Volvería hacer lo mismo. Lo he pensado muchísimas veces. Entonces yo era una persona soltera, sin hijos, y quizás corrí ese tipo de riesgo con más ahínco. Dicen que a través de los años cuando uno se pone a pensar, si tiene familia, niños, pues lo piensa dos veces. Yo no. Yo siempre he dicho que lo haría, a pesar de que esto me costara la vida, porque creo que fue lo correcto, lo moralmente correcto que habia que hacer en ese momento. Fue lo que me dio la motivación para seguir viviendo porque mucha gente se suicidó después del 11-S por el cargo de conciencia de no poder haber ayudado a amigos que pudieron haber socorrido en ese momento”.
-¿Cómo cambió su vida desde entonces y por qué decidió dedicarse a la lucha por los intereses de las víctimas?
“Mi vida cambió el 100% a partir del 11-S. Hubo una metamorfosis espiritual. A partir del momento en que me entrevistaron y dio la vuelta al mundo, me convertí, sin darme cuenta, en una imagen del desastre, una historia viviente. Detalles importantísimos, que también son parte de la investigación. Todo ha ocurrido de forma inesperada, porque me llevó al mundo entero, a gobiernos, a presidentes, primeros ministros y reyes de otros países, que querían escuchar directamente de un superviviente lo que había pasado. Además, me transformó al entender las necesidades de las personas afectadas por este evento: me he enfocado en pelear, cabildear, escribir leyes y hacer todo tipo de esfuerzos para mantener viva la imagen de lo que ocurrió, para que no se olvide”.
-¿Con qué se queda de todo lo ocurrido?
“Aprendí qué es lo que realmente importa en la vida, que no es el trabajo que uno hace, es la dedicación que uno tiene por los demás, la compasión que es más duradera y más fuerte que la violencia. Aprendí que lo más importante en la vida son la familia y los amigos. Lo que es la palabra poder, que para mí es perseverancia, estar preparado para todo lo que viene -porque hubo una total desorganización el 11-S-; determinación, porque si no, no logras nada; entusiasmo y responsabilidad, que es la facultad de hacer lo correcto. Estas son básicamente las enseñanzas más grandes que yo he tenido a raíz del 11-S de 2001”.