La sutil elegancia interpretativa de la violinista Anne-Sophie Mutter hizo anoche en el Teatro Leal de La Laguna que la magia de Mozart adquiriera la máxima plenitud. Su concierto, una de las grandes citas del 38º Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC), adquirió un arrope íntimo, cautivando al público por el alto nivel expresivo en la interpretación de las obras del programa.
Con pulcritud y sencillez, Anne-Sophie Mutter se situó ante el público bajo la tenue y justa luminosidad, con igual nivel de entrega que expresaron los músicos Lambert Orkis, su fiel y veterano pianista de simpar escuela en la maestría como acompañante, y el joven violonchelista Lionel Martin, que se ha formado en la estela de Mutter, integrado como becario en la fundación que esta creó en 2008.
La vertiginosa gira que está desarrollando la violinista alemana, que el lunes actuó en el Auditorio Nacional de Madrid, mostrando su apoyo a las becas que concede Juventudes Musicales, y que hoy la llevará al Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria y el martes a Berlín, junto a la Philharmonie, permite al público disfrutar del alto nivel de creatividad interpretativa que derrocha en cada momento, como pudimos apreciar anoche, pues nos dejó la sensación de que tocaba el cielo con humildad y elegancia, en dialogo intimo, adquiriendo con su ejecución y mayor nivel de sintonía, rangos que son difícilmente igualables.
Anne-Sophie Mutter nos visitó hace más de 30 años, cuando el FIMC iniciaba su andadura y ella ya contaba con el reconocimiento que le dio Herbert von Karajan desde la Filarmónica de Berlín, adentrándose con solidez en el alto nivel de la excelencia interpretativa, que ha marcado su incomparable trayectoria. Su especial sensibilidad, que ya en aquellos años era notoria, se reafirmó anoche con el mayor brío.
El genio de Salzburgo creció gracias al sutil deslizar del arco y la precisión que Mutter recreaba en cada movimiento. Nos atrevemos a decir que el alto grado de excelencia que ofreció elevó la esencia de las obras a cotas casi insuperables. El concierto, con la ovación de gala que no escatimó en expresar el público, que hubo de contenerse ante la espontánea, por sentida, muestra con la que se le acogió tras el Allegro assai del Divertimento en Si bemol mayor, fue espléndidamente correspondido con el segundo movimiento del Trío nº 1 de Mendelssohn, op 49, que dejó en el aire la estela de lo especialmente sublime.