tribuna

Vie en rose

Dice Melenchon que Macron ha sido el presidente peor elegido de la V República, pero, por otra parte, la prensa parisina resalta que ha entrado en el club selecto de los pocos que consiguen ser reelegidos. Quizá esa habitual situación efímera de los presidentes franceses sea una garantía de la alternancia y de la democracia en ese país. Fuera de Francia hay unanimidad: todos dicen que ha venido a reforzar la idea de la unión de Europa, que tan necesitada estaba de un poco de oxígeno. Macron no se va a quedar para siempre. El problema es que su partido tampoco tiene visos de hacerlo y lo que tiene como alternativa son organizaciones cada vez más fortalecidas, como las de la ultraderechista La Pen y del populista Jean Luc Melenchon, a costa de dinamitar las opciones de los partidos tradicionales. Socialistas y conservadores han pasado a ser algo menos que testimoniales, y eso sí que indica un cambio de ciclo en la política gala. El editorial de Le Figaro resalta el mérito de esta reválida después de pasar por las crisis de los chalecos amarillos, la COVID y ahora la guerra de Ucrania. Esto lo ha superado desde un gobierno monocolor. No les quiero contar qué habría ocurrido con un apoyo precario y además inmerso en una cohabitación con gente de todo pelaje, como ocurre en España. Macron ha salvado los muebles, pero de esa manera. Europa respira a la vez que en cada circo crecen los enanos de forma alarmante. Francia es un gran país, y Europa se siente segura si la alternativa del fortalecimiento de la UE se consolida en ese país. Igual ocurre en Alemania, y debería ocurrir en Italia y en España. Sobre todo ahora que existe una clara amenaza desde un renaciente imperialismo en el Este. Sería recomendable dejar atrás las alusiones a arrimar el hombro y a tirar de un carro que va cargado con lo menos recomendable para el afianzamiento de una auténtica vocación europeísta. No se puede continuar con la táctica de culpar al enemigo de todo lo que nos pasa. Si aligeras el carro avanzará con mayor facilidad, sin rozamientos innecesarios que no hacen otra cosa que lastrarlo. Si no es así, corres el riesgo de que se quede trabado en el barro, con el consiguiente peligro de estancamiento. He descubierto últimamente a un émulo de Sánchez que publica cada día fotografías de un tour por todas las delegaciones regionales de su partido. La pregunta es: ¿qué querrá? Por otra parte, se anuncia un espacio liderado por una comunista mimetizada en los ambientes moderados a la que algunos comentaristas dan opciones de convertirse en lideresa. Nada de esto es síntoma de buenos augurios para el futuro. Ahora todos somos Macron sin serlo, como antes fuimos Biden y más antes Obama, con sus confluencias planetarias. Si realmente somos eso, quitémonos el lastre de encima, no sea que crezcan los fantasmas que creamos a nuestro alrededor y cuando terminen de minarnos el suelo en que pisamos ya no haya remedio. No vendría mal mirar para Francia, volver a los tiempos en que íbamos a Perpignan a ver el último tango, y empezar a poner las barbas en remojo, por lo que pueda pasar. Estamos en un mundo global y las modas se transmiten con una gran rapidez. Antes, lo que se exhibía en las pasarelas de París tardaba un tiempo en llegar a Madrid o a Barcelona, pero ahora, con la rapidez de la comunicación digital lo tenemos enseguida aquí. El vector de las influencias se traslada en el sentido del norte al sur. Queramos o no, eso es así y no lo vamos a evitar por más que gritemos viva Cartagena. Yo me tomaría lo de Francia como una advertencia, con Le Pen y Melenchon amenazando con atormentar un quinquenio que no augura gloria sino para los ingenuos que levantan los dedos en signo de victoria, como si eso les fuera a favorecer. Todavía hay quien cree que aquí somos diferentes. Que a los gabachos se les rechaza con el cañón de Agustina o con las chispas de Manuela Malasaña y un cuadro del dos de mayo pintado por un artista afrancesado. Nada de eso es así. La prueba está en que ayer me regalaron un chaleco de Pier Cardin y unas fragancias de Givenchy. No hay color, a pesar de que hayamos descubierto el paraíso de Zara para ser reinas por un día.

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