Por José Antonio Ramos Arteaga
Director de la Cátedra de Gestión y Políticas Culturales ULL-Fecam
La de José Guirao era una voz serena, como sabia, cargada de una experiencia de décadas en la gestión cultural, en la que se vislumbraba una paciencia parecida a la confianza. Guirao estuvo con los gestores culturales de los ayuntamientos de Canarias a principios de noviembre de 2021, en el primer Encuentro de gestión y políticas culturales municipales que organizó la Cátedra de la ULL y la Fecam sobre esta temática.
Eran los primeros días de lo que parecía que, una vez culminadas las primeras rondas de vacunaciones, podríamos dejar atrás la pandemia que lo había paralizado todo un año y medio antes. El acto había sido convocado con todas las medidas de seguridad en el Paraninfo de la ULL y, como ya era costumbre, se emitía a través de Internet, una fórmula de trabajo que nos había llegado con motivo de la crisis y además ha mostrado tener la capacidad de saltar por encima de las barreras físicas de nuestra geografía insular.
En el ánimo de los presentes latía la ilusión de estar dejando atrás la pesadilla, todavía no estábamos acostumbrados a la idea de las oleadas de la epidemia, y después del tiempo del rigor y la disciplina, aspirábamos a volver a lo que antes era la vida y ahora habíamos rebautizado como “normalidad”, para regresar cuanto antes al territorio de lo conocido, de la seguridad, un espacio paradójicamente contradictorio con el objetivo de promover la cultura.
Guirao fue sincero y nos advirtió: “Hemos entrado en el territorio de la incertidumbre”, dijo desde el principio y rasgó así el velo de las falsas promesas de retorno a un estado de certezas roto para siempre. La pandemia no sería el único factor que generaría ese principio de incerteza, serían otros factores, otras causas, los que nos mantendrían en ese territorio de lo imprevisible, según su pronóstico. Y nos citó como ejemplo el volcán que entonces llevaba rugiendo más de un mes en La Palma.

“La incertidumbre ha venido para quedarse; sobre todo, en origen, ligada a la naturaleza, al descontrol de la naturaleza”, afirmó, y mencionó también como ejemplo la imposibilidad de encajar los pronósticos sobre el clima legados por los mayores con el comportamiento actual de las lluvias, los vientos y la temperatura.
La incertidumbre, por tanto, como un fenómeno social, con ramificaciones culturales y políticas, que propuso como materia para reflexionar sobre “cómo, como sociedades, nos reforzamos, nos fortalecemos frente a la incertidumbre sin que eso cause ningún desastre social o político, sin que la extrema derecha o los populismos nos invadan, aunque sea por una temporada, porque son fenómenos muy intensos pero cortos, de momento, pero muy intensos, con lo cual, muy peligrosos”.
Y otra propuesta para reflexionar: “Cómo la cultura es algo más allá de una actividad concreta, es lo que teje la urdimbre de la sociedad (…). Entonces, lo que habría que sacar como conclusión es que la cultura es imprescindible, que es más fuerte de lo que creíamos antes de la pandemia, pero que podría ser más fuerte de lo que es si la cuidáramos un poco más”.
Con una experiencia en lo privado y en lo público y, en este sector, en ámbitos territoriales que abarcan desde un ayuntamiento a un ministerio, Guirao aseguraba que se sentía “privilegiado, porque he podido cocinar o ver cómo se cocina en todas las cocinas, desde las más humildes hasta las más sofisticadas” y por esto también su voz sonaba a sabiduría y daba confianza.
“La cultura se produce donde dos personas…, con que haya dos es suficiente, se sientan y hablan y dialogan y esas dos se pueden multiplicar por cinco, por 20, por mil, por tres millones. Al final, la cultura es una creación en la que participan imprescindiblemente la ciudadanía -sin ciudadanía no hay cultura, no hay tejido cultural- y donde participan los creadores, que son los que anticipan, los que abren puertas, los que descubren, los que, de alguna forma, ponen los focos para que la ciudadanía pueda ver las obras de creación, pueda reflexionar, pueda disfrutar, pueda pensar…”, una visión que manifestó en el Paraninfo a la que sumaron otras ideas fundamentales, como la de la inexistencia de la masa como factor cultural: sobre todo, sugirió “ver a las personas de una en una, no generar arquetipos, pensar en los ciudadanos de uno en uno, no en masa”.
Y atender ese espacio marginal o lejano en el que se origina la cultura, las “carreteras secundarias”: “La cultura se fermenta, se genera… en carreteras secundarias y luego llega a la autopista, pero los primeros pasos siempre son tortuosos, estrechos, empieza la vereda, el camino, la carretera secundaria y luego vas poco a poco, a la autopista, el aeropuerto y el espacio sideral. Pero el origen siempre es muy pequeñito, siempre es alguien en su casa o cinco personas que están ensayando una obra de teatro, o diez personas que se reúnen para hacer no sé qué y surge otra cosa y hay que estar ahí, hay que estar ahí”, decía respecto a los gestores culturales como impulsores de esos procesos.

Contrario a las recetas generalizadas, se expresó gráficamente: “Esto es como el gofio, que en cada sitio lo hacen de una manera…”, dijo para ilustrar por qué no es posible aplicar recetas en el ámbito de la gestión cultural. “Primero, saber dónde estás, no aplicar un modelo externo, sino qué problemas culturales hay aquí, cómo puedo vertebrar culturalmente este pueblo, esta ciudad… o sea, aquí qué pasa y qué pasa con lo que rodea este lugar”. Y después de eso, ofrecer lo que se necesita, responder a las necesidades del entorno; después, abrir caminos nuevos, y, por último, saber desaparecer: “Un gestor tiene que saber de muchas cosas y luego, sobre todo, tiene que saber desaparecer”, sentenció.
La gestión cultural y la cultura tienen un reto en estos momentos, apuntó: “La cultura se ha olvidado de mucha gente; la cultura está dejando cada vez más zonas oscuras, lugares donde no llega, porque ha aumentado la desigualdad social. Es un fenómeno brutal y en la cultura ahora mismo un factor clave es la inclusión. La cultura, ahora mismo, o es inclusiva o no es, porque esa especie de aporofobia de la que se ha hablado se ha instalado en mayor o menor medida en nuestras sociedades y tenemos tendencia a olvidarnos de los más desfavorecidos, que están en lugares a los que no vamos, que no visitamos, que no se relacionan con el resto de la ciudad y ahora mismo, para mí, el reto es la inclusión”.
Con esa “filia municipal” que lo caracterizaba y rodeado de gestores y responsables políticos municipales, Guirao invitó a los ayuntamientos de Canarias a invertir en cultura. “Son la institución más cercana al ciudadano y, por lo tanto, tiene mayor responsabilidad, tiene mayor cercanía y tiene mayor dificultad, porque suelen ser los que menos medios tienen”, dijo como un punto de partida obvio, para luego señalar dos grandes y luminosas ideas: “La gran inversión que yo haría en los municipios sería la cultural, que va más allá de la actividad puramente cultural… Va a que haya, sobre todo, convivencia, porque cada vez hay menos convivencia. Creo que ahora los ayuntamientos deberían de hacer un esfuerzo muy especial de no solo generar actividad, sino generar espacios públicos, pedirle a la gente que vuelva a la plaza, a la plaza pública, al punto de encuentro, a convivir”, porque, “la conclusión es que, a mayor nivel cultural, mayor capacidad de regeneración, de adaptación al medio y de superación de los problemas”.