Andrés Molina y Rogelio Botanz tienen una fecha marcada en el calendario. El próximo sábado, 16 de julio, Taller Canario ofrece un concierto en la plaza de Nuestra Señora de las Nieves, en Taganana (21.30 horas). Allí, en el marco del Festival Taganana, que comenzará el viernes en este pueblo de la capital tinerfeña, ambos se encontrarán con el público para compartir la música más distintiva de un proyecto de canción de autor que comenzó a mediados de los años 80, pero también para interpretar por primera vez ante un auditorio composiciones recién nacidas. De este intenso viaje por la música, y de esta nueva estación de paso, ha conversado Rogelio Botanz con DIARIO DE AVISOS.
-¿Dar un concierto con Taller Canario tiene más de reencuentro, de sentirse como en casa o de volver a compartir la pasión por la música con un amigo?
“De lo último. Es, más que nada, poder volver a compartir la pasión por la música con un amigo. Estamos disfrutando de unos momentos muy bonitos. Sobre todo con la composición de temas nuevos, que vamos a llevar a Taganana”.
-Acuden a un festival que bien puede ser un ejemplo de esa idea de descentralizar la cultura. ¿Qué motivación extra les aporta formar parte de una iniciativa de estas características, donde arte y naturaleza conviven durante dos jornadas?
“Poder evocar un momento muy parecido de hace más de 30 años, también en Taganana. Hay un sociólogo italiano, Francesco Alberoni, que habla de los estados nacientes. De a dos, que es cuando dos personas se enamoran, y también colectivos. Para que una sociedad viva estados nacientes a veces tienen que pasar décadas. ¿Y qué es un estado naciente? Un momento en el que alguien toma la iniciativa, se mira en el otro, se siente cómplice y dice: ‘Vamos a crear algo’. Y es como si la historia de la humanidad comenzara en ese preciso momento. Ahora nosotros estamos viendo algo similar a lo que vimos en esa época, con aquellas asociaciones juveniles que decían vamos a llevar la cultura a Taganana, vamos a hacer un festival, vamos a traer a unos cantautores y a un grupo desconocido, que está empezando, que es el Taller… Después de 35 años, te encuentras con una situación similar: la ilusión con la que nos han llamado y la ilusión con la que vamos”.
“Taller comenzó en una época de reflexión en la que nos lo cuestionábamos todo y la música era sagrada”
-Tras un tiempo de restricciones por culpa de una pandemia, ¿ha cobrado otro sentido eso de subir a un escenario para compartir la música en vivo frente al público?
“Sí, sin duda. Tanto para nosotros como para el público significa mucho salir de casa y también salir de la pantalla. La pantalla era el último recurso que nos quedaba para encontrarnos con la gente. He visto conciertos en streaming, por ejemplo, de Carlos Varela, el artista cubano, o los de Pedro [Guerra]… No había otra posibilidad y teníamos que buscarlos en la pantalla. Sentir ahora por fin que hay aire entre nosotros y que te puedes acercar a la gente, al menos a saludar con los puños, es justo y necesario”.
-Y del otro lado, ¿llega a percibir una respuesta diferente, más entusiasmo y, si se quiere, gratitud, por parte de las personas que reciben la música?
“Al menos yo lo siento así. Cuando estamos en un concierto y me puedo encontrar físicamente con la gente, esa respuesta distinta, especial, la percibo desde el principio en el modo en el que nos reciben”.
-¿Cuando comenzaron con Taller Canario llegaron a imaginarse alguna vez la trascendencia que tendría para la música en este archipiélago?
“Nosotros, sustancialmente, siempre hemos sido cantautores en solitario. Me acuerdo perfectamente del día en el que coincido con Pedro Manuel y con Marisa [Delgado], porque a Andrés [Molina] lo conocí en el Barranco de Acentejo, en La Matanza. Escuché las primeras canciones y tuve la sensación de que estaba ante individualidades valiosísimas. Pero, claro, estábamos reunidos y había que hacer el Segundo Encuentro de la Nueva Canción Canaria. Estaba bien el modo en el que se había concebido: cantautores pasando por el escenario de manera sucesiva. Pero entonces pensamos, ¿qué pasa si hacemos un dúo?, ¿qué pasa si nos acompañamos con una clave o con un poco de percusión? El grupo se planteó como un recurso a favor de la individualidad”.
“Andrés y yo trabajamos con los ingredientes que somos: dos personas muy distintas que se conocen bien y tienen complicidad”
-Y la respuesta del público, a partir de ese momento casi azaroso, dio forma al proyecto.
“Sí, fue el público. Habiendo escuchado ya a Pedro Guerra con su Endecha o a Andrés Molina con sus propios temas, habiendo disfrutado con la música de los cantautores en solitario que éramos, cuando nos contempló juntos en el escenario, en torno a esas mismas canciones, el público se volvió loco. La gente fue la que dijo, como en los versos de Benedetti, … y en la calle codo a codo somos mucho más que dos. Taller Canario era mucho más que tres o cuatro individuos juntos que cantaban: la gente descubría un nosotros, como una entidad que trasciende a esas individualidades. Ese nosotros se manifestaba en la relación que manteníamos con quienes venían a vernos. El público nunca decía allí están ellos y aquí abajo nosotros. No, no era así. Había un nosotros que englobaba a todos. Cada concierto del Taller era una hoguera en torno a la que nos reuníamos”.
-¿En qué medida ese vínculo, después de tanto tiempo, de todo lo vivido, aún se mantiene?
“Entre las imágenes que empleamos en los temas que estrenamos ahora, uno de ellos, Sansofé, bienvenido, es un canto dedicado a los que llevan treinta y tantos años al lado nuestro y a los que se incorporan con curiosidad y no tienen ni puta idea [ríe]. En un momento de la estrofa, les venimos a decir: echen madera para esta hoguera, para este fuego antiguo en el que ardemos y en el que otros ardieron antes que nosotros. Entonces, ¿éramos conscientes de todo esto? No, no lo éramos. Es al mirar atrás, cuando nos preguntan sobre Taller Canario, cuando pensamos: ‘Coño, aquí pasó algo que tiene una dimensión más grande de lo que nosotros estábamos viviendo en aquel tiempo’. Nos cogió por sorpresa”.
-¿Es muy diferente para usted coger una guitarra y ponerse a componer en soledad a hacerlo en compañía, a establecer un diálogo para crear una canción?
“No tengo conciencia de haber compuesto canciones a medias ni con Andrés ni con Pedro. Puede parecer mentira, pero es cierto. Ocurría, por ejemplo, que estaba dando clases y estudiábamos la novela Mararía [Rafael Arozarena, 1973]. A partir de su lectura me ponía a escribir prosa poética. Entonces, con Taller, decía: ‘Oye, hay que hacer una canción que diga esto y esto otro, que diga busca, busca, Mararía, que incluya imágenes de una mujer contemplada como ángel, como demonio…’. Les pasaba ese panfleto y Pedro planteaba hacerla él. ¿A partir de unas imágenes que yo le había ofrecido? Sí, pero él hacía la letra en su casa. Ahora eso no es así”.
“No sé como funciona hoy la industria musical, pero sí que la tecnología amplía nuestros márgenes de libertad”
-¿Y en qué consiste en la actualidad esa labor de crear canciones con Andrés Molina?
“Andrés ha impartido muchos talleres de composición, yo algunos. Él trabaja, por ejemplo, con Aldeas Infantiles y realiza con la gente esos talleres. En estos momentos yo tengo una vida familiar intensa, de muchas responsabilidades, y quizás no era el tiempo más adecuado para componer. Sin embargo, Andrés me anima a coger la guitarra y comenzamos a hablar, a construir mano a mano las canciones. Antes los arreglos o las segundas voces los hacíamos juntos, pero las canciones ya estaban hechas. Por eso ahora bromeo con Andrés con lo de Lennon/McCartney y Molina/ Botanz. Sin la presencia de Andrés yo no estaría hoy haciendo canciones. Canciones que además no son de Andrés Molina o de Rogelio Botanz, sino del Taller. Juntos imaginamos cosas que cada uno por separado no hubiera imaginado. También está presente esa evocación de la utopía que hizo del Taller Canario algo muy hermoso para la gente joven”.
-¿Y cuáles diría que son las diferencias, cómo son sus respectivas personalidades musicales y dónde estas se encuentran, qué visiones comparten?
“En Taller Canario a veces pasábamos más horas hablando en la cocina de mi casa que haciendo música. En esa época ellos tenían 20 años o menos y yo andaba por los 30 o menos. Era un tiempo de reflexión, una época en la que todo se cuestionaba. El otro día tenía una charla con mis hijos, con los más jóvenes, sobre género, sobre identidad sexual… Ahora la juventud se replantea a fondo ciertas cuestiones y también nosotros, en aquel momento, no hacíamos otra cosa que cuestionarnos el modelo de familia, el de relaciones afectivas y sexuales, el económico, el ecológico, el social, el político… Y dentro de todo eso, la música era sagrada”.
-Desde entonces sus caminos se han separado y han vuelto a encontrarse una y otra vez.
“Andrés y yo somos seres humanos que ya estamos hechos. A fuego lento en unos calderos en los que nosotros mismos nos hemos ido dando vueltas con el cucharón. Cuando no hemos estado juntos ha sido porque cada uno vivía ese momento específico de un modo diferente. Con todo esto quiero decir que claro que somos distintos y la gente diferencia los matices que aporta él y los que aporto yo. Pero nos conocemos muy bien y nos entendemos. Hay mucha complicidad. Hemos tenido unos años muy intensos. Como siempre fui maestro de escuela, nunca viví la apuesta por la música como el camino del funambulista. No obstante, para todos fueron momentos de alta tensión emocional respecto al presente y al futuro. Y también a cómo llenar la nevera. Todo eso lo vivimos y lo digerimos, juntos y por separado. Las circunstancias de los dos ahora también son distintas, pero nos respetamos y entendemos muy bien. Trabajamos con los ingredientes que somos”.
-Desde sus inicios la industria musical ha cambiado radicalmente. ¿Qué se ha ganado y qué se ha perdido por el camino?
“Me da la sensación de que todo son ganancias. La tecnología permite que un chiquillo de 14 años haga una cosa bonita, la suba a Internet y alguien la pueda ver y escuchar. Eso antes era imposible, además de inimaginable. Llegar a grabar era una aventura muy compleja y ahora, en cambio, vivimos una democratización. Algo parecido tuvo que ocurrir con la aparición de la imprenta. Gutenberg cambió la historia de la humanidad porque cualquier pensamiento se pudo convertir en palabra impresa y circular rápidamente por el mundo. De manera que la tecnología ha acabado con la industria musical en los términos en que la conocimos. Realmente desconozco cómo funciona ahora, ni estoy demasiado interesado en saberlo, pero sí sé que hoy se ha abierto de una manera impresionante el número de géneros y de artistas que podemos escuchar. La tecnología ha ampliado los márgenes de la libertad, para el creador y para el público que quiera conocer otras opciones”.