puerto de la cruz/santa Úrsula

El alambre hecho artesanía

A sus 89 años Rafael Bello González sigue construyendo coches y carros de verga, un trabajo que conlleva mucho tiempo y precisión y en el que pone toda su pasión, la misma que cuando empezó de joven, con apenas 17 años
El artesano muestra el despligue de una de sus creaciones una guagua de Titsa. Sergio Méndez
El alambre hecho artesanía. Sergio Méndez

Rafael Bello González sigue construyendo coches y carros de alambre porque “San Pedro no lo quiere”. Cuenta que le escribió una carta “y me contestó que lo sentía mucho pero que ahora estaba todo lleno y no le sobraba cama ninguna, así que me preguntó si le seguía dando clases a los niños en Pinolere, el Día de Canarias, contesté que sí, y me dijo que dejara las cosas como están, que llegara a los cien años y si en ese momento le sobraba una cama me mandaba a buscar”, bromea este artesano octogenario para justificar que seguirá transformando el alambre en artesanía “hasta que el cuerpo aguante”.

Su edad -el 17 de octubre a las cinco de la tarde cumplirá 89 años- y la gran precisión que exige su trabajo no le impiden construir carros y coches de alambre con la misma pasión con la que empezó, a los 17 años, y con la que se ha ganado su apodo: ‘El Verga’.

Rafael aprendió solo. “Poco a poco, pensando con la cabeza, porque a mí no me ha hecho falta foto ninguna ni nadie que me enseñe para hacer los carros. Antes se robaban las vergas en la platanera, el otro robaba las cañas, el otro la quitaba de los gallineros y así empezamos”. Eran los chicos de su barrio, de la zona de El Botánico, en el Puerto de la Cruz, el municipio donde nació, quienes le llevaban el material para que les construyera un coche, el juguete más preciado de la época.

Va forjando el alambre poco a poco hasta conseguir lo que quiere. Dependiendo del modelo y el tamaño puede tardar un día, dos o también tres. Los más pequeños o “mascotas”, como él los llama, le llevan más tiempo y más material.

“Hay que picarse mucho las manos para hacer ésto porque es un trabajo muy meticuloso. ¿Usted sabe todo lo que yo he gastado en gafas?”, me comenta.

Ahora compra la verga en la ferretería y se queja del aumento de precio. “Hace cuatro años un kilo de dos y medio, que es la que yo trabajo, costaba 1,50 euros y hoy en día, 4 euros”. Y esa cantidad “no da para nada” porque hay que hacer muchos cortes y se desperdicia material.

Empezó haciendo un Umbe, siguió con un fotingo (un coche viejo y destartalado), después se atrevió con un camión y ya no paró. Le siguieron una guagua de Titsa (tiene la 101 que es la que coge frecuentemente, y la 363) una grúa de la empresa Juanele, una autocaravana con todos los compartimentos y los elementos necesarios para irse de acampada, aviones y el camión de la bombona de butano. Hay más de una decena de botellas de gas que confeccionó con los envases de jugo que toma Antonia, su esposa, su principal admiradora y con la que lleva 65 años casado. “La hizo especialmente para mí”, subraya orgullosa.

Rafael no solo maniobra y trenza el alambre. También pinta todos los coches y carros, construye las ruedas con madera, instala las luces y todo el mecanismo para abrir las puertas, el maletero y el capó y mover los asientos. “Como si fueran de verdad”, apunta. Todas las matrículas son reales. “Este es un Toyota y está en Santa Úrsula y aquel es mi coche”, dice señalando un fiat cinquecento color azul aparcado en el garaje de su casa, donde tiene perfectamente acomodados en una estantería gigante muchos de sus trabajos, diplomas y reconocimientos.

Estos pequeños tesoros de metal se unen a otros también confeccionados por él, como timples, un instrumento que tocó durante 33 años en la Rondalla de la Tercera Edad del Centro de Mayores del Casco del Puerto de la Cruz, de la que el matrimonio formó parte.

En una habitación anexa ha montado una especie de taller. Es su espacio, el lugar donde trabaja y en el que además de materiales se acumulan cajas con cientos de coches y carros embalados para llevar a la Feria de Pinolere, en La Orotava, que se celebra los días 2, 3 y 4 de septiembre. “Si la feria lleva 36 años organizándose, yo llevo 35 con ellos”, subraya.

Rafael trabajó durante 42 años como camionero y cuando se jubiló sus amigos lo animaron a presentarse a ferias y desde entonces no ha parado.

“El problema es que hay mucha maquinita”

Sin embargo, se lamenta que su artesanía no la compre mucha gente. “Esto se vende poco. Antiguamente se vendía más. El problema es que ahora hay mucha maquinita que les quita tiempo a los chicos. Lo ves por las calles”.

Por eso ha adaptado su trabajo para captar más la atención del público y posibles compradores. A los coches y aviones les ha puesto un palo con ruedas para que los más pequeños puedan arrastrarlos “así hacen ruido y los atrae más. Los mayores lo compran como recuerdo, para tenerlo en una estantería o colgarlo”.

Rafael empezó trabajando en las piscinas de San Telmo, en el Puerto de la Cruz, y después siguió con los camiones, cargando plátanos hacia Santa Cruz, cuando las carreteras eran de tierra y se tardaba “tres días y tres noches” en llegar al Sur de la Isla. Desde hace más de 50 años reside en Santa Úrsula, el municipio donde construyó su casa y formó su familia.

Tiene 6 hijos, 12 nietos, 9 bisnietos y dos tataranietos. A todos les ha hecho algún cochito. “Son los reyes”, dice, y recuerda que cuando él era pequeño “estaba pendiente de que la madre comprara una latita de sardinas para hacer los Reyes y con las lonas hacíamos las ruedas y la madre nos ponía dos pastillitas que venían en una lata de dos kilos, cajones de higos pasados y un kilo de naranjas pequeñas y todo eso nos duraba un mes”.

A excepción de un nieto “al que le gusta un poco ésto”, ningún miembro de su familia ha seguido con su afición, por eso sus coches son pequeños tesoros, igual que los timples que colecciona y que ha aprendido a hacer “raspando la madera con un pedazo de cristal hasta dejarla finita”.

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