cultura

Una playa gomera en Tel Aviv

El pintor israelí Izik Lambez llegó a Canarias en 1994 persiguiendo el sueño de una isla y buscando su propio camino artístico

Era julio, hacía bastante calor y entrar en la galería de arte Rotschild49, ubicada en una de las avenidas más importantes de Tel Aviv, en Israel, parecía una promesa de frescor en una vieja casona de estilo colonial inglés. En la pared de la izquierda había colgado un cuadro de una playa de callao con dos bañistas desnudos y alguien acariciando a un perro. El sol se proyectaba sobre las piedras e iluminaba la bruma que deja el mar al derramarse sobre la orilla. “Esto es La Gomera”, dijimos casi al mismo tiempo Vane, mi mujer, y yo. “Playa del Medio”, se titulaba el cuadro. Autor: Izik Lambez.

Era 1994 cuando el artista Izik Lambez, que ahora tiene 52 años, pisó por primera vez La Gomera con su mujer, Shirly, y con varios amigos persiguiendo “la posibilidad de una isla, como dice [el escritor francés] Michel Houellebecq. Tuve esa visión desde joven, la de vivir en una isla, con una casa pequeña. Aunque en la imagen original había también un muelle flotante y yo iba en mi barca al mercado, mientras que aquí hay un desnivel de 800 metros sobre el mar”, dice bromeando desde la bella terraza de su casa del municipio gomero de Alajeró, mirando al Atlántico. 

Había salido de Israel buscando ese sueño con veinte años, después de terminar el servicio militar, con una bicicleta y un amigo. Zarparon desde Haifa rumbo a Naxos, una pequeña isla griega donde vivieron en una casa muy sencilla con el baño fuera y una gallina llamada Telma que se sentaba a hacerles compañía en el patio. “Llevaba años pintando, pero quería vivir, tener experiencias, bucear, construir paredes de piedra, trabajar la tierra.. Yo confío en la vida, me dejo llevar… Con una premisa: ante cualquier decisión, no hacer daño, elegir lo bueno”. 

El burro es un personaje esencial en la vida y en la obra actual de Izik Lambez/ERAN GAL
El burro es un personaje esencial en la vida y en la obra actual de Izik Lambez/ERAN GAL

Eran los años setenta e Izik Lambez se criaba junto a la playa con sus tres hermanos y dos hermanas en Bat Yam, una ciudad de clase media y trabajadora en la periferia sur de Tel Aviv. “En esa época, había una enorme mezcla de culturas en Israel”, cuenta. Millones de judíos llegaron a ese país después de su formación, en 1948. “En cada edificio había gente de todo el mundo, de Grecia, Turquía, Irán, Argentina, todo tipo de culturas, olores y sabores, idiomas, acentos, todo era multicultural. Era muy interesante”. Su padre, un pequeño constructor, venía de una familia de sefarditas españoles que luego emigraron a Alejandría y había llegado desde Francia con 15 años. Su madre, que nació en Trípoli, Libia, emigró desde Italia a los siete.  

El joven Izik comenzó a pintar con quince años y emprendió un camino experiencial, sin formación académica más allá del instituto. “Primero tienes que encontrar tu pasión en la vida, lo que te gusta hacer. Lo siguiente es hacerlo. Y todo lo demás no importa, es un producto secundario que va viniendo. Céntrate en tu pasión”. A esa edad se convirtió en ayudante de Joshua Griffit, pintor hiperrealista. A los 19 años comenzó a trabajar con Menashe Kadishman, un tótem del arte israelí, premio Israel de Escultura en 1995. Colaboraron intensamente hasta la muerte del artista, en 2015.   

Era 1997 cuando Izik y Shirly se asentaron definitivamente en La Gomera, tres meses después de que naciera su hija Zoe, concebida en Brasil en plena etapa de aventura y supervivencia. Otros amigos viajeros también se agruparon en la isla. Alquilaron una casa. Vivieron todos juntos. Varios siguen allí. “Todavía somos una familia”, dice Izik. Luego nació Daniel, su otro hijo. Shirly, que había sido una prometedora actriz en Israel, se transformó en emprendedora. En la isla ha desarrollado, entre otras cosas, proyectos de educación, cultivo del café y confección de ropa, en un trabajo de intercambio que hace con sastres de Senegal.   

No siempre fue fácil para los niños ser los hijos de una pareja extranjera en un pueblo donde mucha gente tiene lazos familiares, como si a veces no se hubieran sentido completamente integrados. Dice Izik que él mismo sabe que no es de aquí y que algunos problemas locales le tocan más de refilón, pero también que tiene una parte del gomero en su “alma, en la forma de vivir la vida, en la tranquilidad”.    

Cuando Kadishman vivía, iba a Tel Aviv cada dos meses y se quedaba uno trabajando con él. Ahora va cada cierto tiempo para visitar las galerías donde se vende su obra y conectar con la vida artística de la ciudad, que es francamente intensa. “Pero no lo echo de menos. Aquí estoy en mi propio mundo, conectado con la isla y con todos los artistas de todos los tiempos, con la historia del arte. Vivo mi propia vida, que es la que soñé. Soy muy afortunado”. 

Fue hace unos años, camino de la Playa del Medio para su nado diario en el mar cuando vio por Antoncojo a un burro que siempre estaba atado. “Me tocó su soledad e hice un cuadro de un burro solo en la colina que fue a una exposición en el Museo del Néguev, en Israel. Al pintarlo, también me di cuenta de que yo tenía terreno suficiente para dar una buena vida a un burro”. Ahora tiene dos, Beni y Bella, que a veces salen a pasear por la zona y regresan al atardecer. 

En la galería de arte Rotschild49 había este julio varias esculturas y cuadros de burros. “Empecé a pintar burros con carga, que simbolizan un poco lo que cada uno lleva encima, y que a veces es más y más, sin saber bien cuánto se puede aguantar”, cuenta. “En estos cuadros me permití volver a jugar con el color, con la pintura, las texturas y cosas así. Antes era más realista”.

Esa contención, explica, era una forma de separar su trabajo como ayudante de Kadishman de su camino propio. “Cuando trabajaba con él, era su lenguaje y su mundo, yo entraba en sus gestos, en su lenguaje corporal. Pero cuando hacía mis cosas, limitaba el palé porque no quería parecerme a él, que jugaba mucho con la pintura. Aunque fue, sobre todo, un escultor”.  Kadishman siempre le apoyó mucho, le ayudó a conocer a gente influyente, pero también intentó convencerle de que se quedara en Israel. “Económicamente podía vivir tranquilo, pero yo necesitaba crecer y encontrar mis respuestas, no quedarme en una especie de jaula de oro”.   

Eran los primeros días de agosto de este año cuando el Ejército israelí mató en Gaza a uno de los principales dirigentes de la Yihad Islámica de Palestina, grupo vinculado a Irán e incluido por la U.E en la lista de organizaciones terroristas. La operación militar se prolongó varios días y acabó con la vida de 44 palestinos, entre ellos 15 menores. Los islamistas respondieron con el lanzamiento de más de 1.200 cohetes contra ciudades israelíes, entre ellas Tel Aviv. Allí, Izik corría a los refugios para protegerse. 

“Estas situaciones son horribles. Ahí tengo a mi madre, a mis hermanos, a amigos queridos de verdad”, afirma Izik, que recela de la posición en la que lo coloca el conflicto de Oriente Próximo. “Cuando Israel hace cualquier cosa en Gaza, aquí siempre parece que somos como los representantes del país. He tenido muchas discusiones con amigos de la izquierda. ¡Yo también soy de izquierdas! Además, llevo en La Gomera más de la mitad de mi vida. Hay que admitir las cosas cuando Israel comete errores o hace un uso excesivo de la fuerza, igual que Israel también tiene su derecho a existir y está rodeada de enemigos que no se sabe bien si están realmente interesados en sentarse a hablar”.

Izik es rotundo: “Yo siempre he ido como ciudadano del mundo, he rechazado esa idea de que es bueno morir por la tierra. Me parece la tontería más grande que existe. Si alguien viene y quiere matar a mi familia, claro que lucho, pero  el mejor mundo, para mí, es sin fronteras, donde cada uno mantiene su identidad local, pero sin esas separaciones. Lo que ocurre es que la clase política fomenta esos enfrentamientos. Y las redes sociales. Para mí, la naturaleza funciona mejor cuando está todo mezclado. Yo pinto la luna desde aquí, pero es la misma luna que ve mi madre desde el hospital en Tel Aviv. Pinto una playa de La Gomera, pero son las playas del mundo”.

Era una tarde de verano, después de que Izik llegara de Tel Aviv, cuando nos sentamos a hablar con un café de media tarde y unas galletas gomeras que nos trajo Shirly. Al final, éramos varios alrededor de la mesa. Con la grabadora apagada, siguió la charla. 

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