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Rafael-José Díaz: “Dejar atrás la experiencia que generó este libro, verla convertida en objeto literario, es no darle opción a que vuelva a afectarme”

El escritor tinerfeño publica la novela 'Duérmete, cuerpo mordido', a partir de textos escritos entre 2008 y 2010
Rafael-José Díaz, el pasado julio, en la Fondation Jan Michalski. / María Negroni

La realidad, la vivida, la sentida y la que se transforma según la leemos -y la escribimos- es el material con el que Rafael-José Díaz construye Duérmete, cuerpo mordido (Mercurio Editorial, 2022), un texto que podemos llamar novela, pero no nos alejamos si lo incluimos en otro género. La vida es tiempo presente. Y también preámbulo para un escritor. Antes de mantener esta charla, por ejemplo, Rafael-José Díaz ha pasado un mes en Suiza, invitado por la Fondation Jan Michalski. Merced a una beca de residencia para escritores y traductores, trabajó allí en julio en la traducción de las dos últimas obras, publicadas póstumamente, del poeta Philippe Jaccottet (1925-2021), pero además escribió un libro sobre su estancia y tradujo a otros autores suizos.

-‘Duérmete, cuerpo mordido’ podría entenderse como un relato del desamor, pero también de reconstrucción, de crónica interior y exterior de la desolación que causa la pérdida, y de la voluntad -y la necesidad- de seguir avanzando.
“El libro recoge el tránsito que se produce a partir de la destrucción emocional vivida tras una experiencia amorosa intensa [De un cuaderno casi desaparecido]. Luego evoluciona hacia una segunda parte [El interior del párpado], la más extensa de esta novela, que refleja un tocar fondo, que se sitúa en el ojo del huracán, en el lugar en el que todo tiene que aniquilarse para reconstruirse, que es lo que abarca el tercer apartado [Las llaves del amanecer]. Ahí la escritura empieza a abrirse hacia experiencias diversas, exteriores, hacia lugares que no están situados en el interior de la vivienda, que es una metáfora también del interior oscuro y destruido del individuo. La obra describe todo ese itinerario que va de una situación inicial de abatimiento a una final que, aunque no supone un renacer o una reparación evidente de ese daño, sí que apunta hacia una escapatoria de un laberinto emocional”.

“La obra describe el tránsito de una situación de abatimiento a otra que apunta hacia la escapatoria de un laberinto emocional”

-La novela se vertebra a partir de la escritura, de 2008 a 2010, de esos tres cuadernos, redactados en otras tantas casas que usted habitó en Madrid. ¿Cómo condicionaron a la literatura esos espacios interiores?
“La escritura de cada cuaderno está apegada a esos lugares. Es un trasunto del espacio habitacional, que se configura como un doble del cuerpo y es también el sitio que el cuerpo dispone para recogerse. En el primer cuaderno, la escritura es flotante y, al mismo tiempo, elemental, casi balbuciente, porque se desarrolla en el momento de la conmoción, experimentada en una buhardilla, la de la casa de la calle Madera. Ahí, en ese texto, se percibe la interacción con un lugar que expulsa, que no es excesivamente acogedor. La segunda casa, la de la calle La Palma, es un piso interior oscuro, que ilustra la negrura de lo que se siente y también de lo que se escribe. Pero también hay toda una serie de elementos de la vivienda que implican transformación: el fregadero, la ducha, la tendedera, el umbral… Por último, la casa de la calle José Calvo, en el norte de Madrid, en una zona no tan céntrica, invita a los paseos, a retomar esa vida de correrías diurnas y nocturnas. Es el espacio propicio para el amanecer interior que se vislumbra en el horizonte”.

-Frente a esos lugares interiores, usted opone otro a través de una acción muy concreta: pasear sin rumbo. ¿Qué papel desempeña esa acción en el protagonista del relato y en la literatura que presenta ahora al lector?
“Hay una especie de diálogo, de dicotomía y contraste, entre los espacios interiores y los exteriores. Lo mismo que la hay, por ejemplo, en la dicotomía sueño y vigilia. El espacio interior invita a la visión difusa y llena de brumas que se da en el interior del párpado, mientras que el exterior obliga al cuerpo a desprenderse de todo ese lastre de recuerdos, de imágenes, de marcas dolorosas que lo han destruido. Como fruto de esos paseos, desde el segundo cuaderno -aunque ahí sigue estando presente la obsesión con la persona amada, de la que aún el protagonista no se ha desprendido emocionalmente-, pero sobre todo en el último, hay un montón de fragmentos escritos a raíz de experiencias vividas en distintos lugares de Madrid y sus alrededores. Existe un sentido terapéutico, aunque muchas veces el protagonista se tiene que obligar a sí mismo a salir de la casa, en esa vuelta a la normalidad que implican los paseos”.

“El espacio interior invita a la visión llena de brumas; el exterior obliga al cuerpo a soltar un lastre de marcas dolorosas”

-¿Cómo fue ese reencuentro con los textos que reflejaban un presente que ahora es pasado?
“Ha sido un rescate arqueológico. En algún caso, esos textos datan de hace 14 años y yo cambio mucho cuando escribo, me gusta experimentar distintos modos de hacerlo. Duérmete, cuerpo mordido son textos que se fueron haciendo, como casi siempre me ocurre, sin pensar en que iban a ser publicados y, mucho menos, recogidos en un único volumen. Es una escritura con un fin claramente terapéutico. Hay una necesidad interior de exteriorizar todo eso que estaba ocurriendo, pero para contármelo a mí mismo. Es cierto que estos cuadernos se fueron publicando de forma parcial, irregular, pero al reunirlos ahora, releerlos y darle una unidad a esa fragmentación me he encontrado con quien fui en ese tiempo. Es otra persona la que ha escrito esos textos. En aquella época estaba tocando fondo, pero uno es un poco bruto y no acude a psicólogos ni a psiquiatras, sino a la escritura. Hay perplejidad al contemplar ahora estos textos, pero a la vez me resulta sano verlos como si fueran la escritura de otro: es cerrar el círculo, dejar atrás la experiencia que generó este libro. Verla convertida en un objeto literario es no darle opción a que pueda volver a afectarme”.

-¿Existe un ejercicio de reescritura, de reelaboración del discurso reflexivo cuando se pone a la tarea de crear esta obra?
“Los textos estaban muy revisados antes de aparecer inicialmente en publicaciones no convencionales. El primer cuaderno lo publiqué en mi blog, el segundo salió como libro electrónico y el tercero lo di a conocer en otro blog, uno específico, en el que cada semana aparecía un fragmento, aunque la escritura fue mucho más continua. Tiendo a ser meticuloso antes de difundir un texto, de manera que en gran medida el trabajo ya estaba hecho, pero es verdad que hubo una relectura y algún fragmento eliminé. No escribí nada nuevo, salvo el prólogo, y, en cuanto a modificaciones, las habituales en estos casos: algún despiste gramatical, alguna cuestión léxica para mejorar determinado fragmento…”.

“Al reunir los textos, releerlos y darle unidad a la fragmentación me encontré con quien fui en ese tiempo, con otra persona”

-La autoficción está presente en la literatura mucho antes de que adoptáramos ese termino. En su caso, y en este caso concreto, ¿existe una autoconciencia, una especie de premeditación, en el ejercicio de la escritura como materia literaria o todo esto llega mucho más tarde?
“Siempre hay un lado consciente en la escritura, sin duda. Sobre todo cuando se conocen los códigos y se ha leído sobre ese campo de la autoficción, que en realidad, como comenta, no es nuevo. El propio Dante ya lo practicó en su Comedia. En el proceso de creación de Duérmete, cuerpo mordido, en aquel momento, era un tipo de escritura nuevo para mí. Entre 1995 y 2006 escribí un diario. La época en la que decidí abandonarlo casi que coincide con mi marcha a Madrid en 2007. Y en 2008, curiosamente, en medio de la experiencia intensa que relato, es cuando aflora este tipo de escritura, que recoge la autotradición del diario, pero también la transforma. A diferencia del diario, que escribía siempre a mano, estos nuevos textos fueron escritos con un ordenador portátil. En cada una de las casas que habité lo tenía siempre encendido, abierto en la página del procesador de textos donde redactaba esos fragmentos. Eso hacía que hubiera una continuidad y una inmediatez en la escritura”.

-Como si el portátil transmitiera en tiempo real, sin mediaciones, todo lo vivido, lo sentido.
“El ordenador era uno más de los electrodomésticos que se hallaban en el interior de la casa, pero también un aparato que me permitía una mise en abyme, una puesta en abismo, de lo que ocurría en esa vivienda. Todo se sumergía ahí, como en un sumidero por el que pasaba lo que se iba viviendo, para luego transformarse. A partir de esa imagen, la escritura viene a ser una reelaboración de esos restos de lo vivido. Una escritura abierta, que puede entenderse como una novela, pero también como fragmentos diarísticos, como un volumen de poemas en prosa o como una autobiografía ficticia”.

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