Por María José Uroz Castilla. | “Si oyen el agua en las calles es que ya están en Arafo”, escribía Pedro García Cabrera en su poema titulado Arafo. Y así es: mañana, por fin, escucharemos ese rumor, esa música del corazón sonar junto a su pueblo durante el esperado reencuentro con su Santo.
Dicen que los habitantes de Arafo son grandes contadores de historias, de su historia. Cuentan cómo en 1705 el volcán de las Arenas les echó un pulso. La lava había sepultado los campos de cultivos. Luego, un desprendimiento de tierra taponó por completo el naciente de agua más importante, el naciente de Añavingo, dejando al municipio sin su sustento, sin agua, sin futuro.
Pero el pueblo arafero es un pueblo unido, que camina al mismo tiempo, con un mismo himno. Así que se organizaron: subieron hasta el naciente e intentaron destaponarlo, incluso, abrieron pozos, pero no consiguieron llegar al agua.
Como si se tratara de una última oportunidad, Juan Hernández pidió al párroco subir la imagen de San Agustín hasta el barranco donde había sucedido el derrumbamiento. Esa misma noche hubo un temporal que hizo que las tierras se desplazaran y empezó a manar agua de nuevo del naciente de Añavingo. Este fue, para todos, el milagro de San Agustín, el milagro del agua y de la vida.
Muchos afirman que sigue ayudando a la gente que lo visita y así lo asegura el presidente de la Comunidad de Regantes de Añavingo, Nicolás Santana: “Te digo una cosa. Ha hecho, San Agustín ha hecho, ¿eh? Aquí había una niña que tenía cáncer, una chiquita joven…”, con unos ojos que palpitan ante esta historia. Otro milagro.
Todo este fervor hace que, cada cuatro años, se baje al Santo desde el barranco hasta la Iglesia de San Juan Degollado. Es la romería de Arafo y forma parte de la identidad de todos. Este año la fe y devoción por San Agustín revolotean en cada hogar más que nunca después de decidir que este sábado se realizara una bajada extraordinaria.
Una fiesta que canta bien alto que “el Santo es de todos”, pero que no podría celebrarse sin sus cuatro pilares: La Comisión de Fiestas de San Agustín de las Madres, La Comunidad de Aguas de Añavingo, la Iglesia y el Ayuntamiento. “Somos cuatro pilares. Si uno falla, no se puede hacer. Es un trabajo en equipo”, dice Toñi Pérez, que forma parte de la Comisión de Fiestas.
Los diferentes representantes explican los preparativos: los permisos que hacen falta, la organización, el cuidado del sendero, la importancia de la seguridad…
Un mes antes y hasta el día anterior de la romería, La Comisión de Fiestas se encarga de pasar por las casas y recaudar toda la comida y la bebida para ese día. Es un gesto precioso, pues los habitantes aportan lo que luego se les devolverá.
Por otro lado, la Comunidad de Aguas de Añavingo se asegura de que el camino hacia el barranco esté en perfectas condiciones. “Subimos durante todo el año para arreglar el sendero”.
Finalmente, el Ayuntamiento se encarga del protocolo de seguridad y la Iglesia engloba todo el sentido de esta celebración. “Hacemos esto para todo el mundo, no solo es una fiesta para los araferos, también es para los que quieran venir”, insiste Toñi Pérez. La generosidad de este pueblo es como el agua, capaz de fluir hacia cualquier lugar, porque no hay puertas clausuradas para lo que es de todos: la memoria común, la tierra.
Una memoria común que se celebra sin prisas, porque la pasión no entiende de tiempos, circula al ritmo de la parranda que la acompaña, donde “el agua canta y sonríe al borde del mismo llanto”, continúa el poema de Pedro García Cabrera.
“¡Qué no se pierda esta tradición!”, repiten varias veces entre sonrisas que asoman ese deseo. Los vecinos sienten ese arraigo como raíces que respiran de la tierra para luego dar sus frutos: la herencia. La transmisión de esta celebración de padres a hijos, de los que recuerdan las fiestas anteriores a los que aún no tienen recuerdos. Estos, sin duda, seguirán cantando bien alto su himno: “Qué viva San Agustín, San Agustín el chiquito, San Agustín de las Madres, San Agustín de Añavingo”.