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La reina Letizia al desnudo

Hoy cumple 50 años. Más allá de las palabras
Letizia

El cincuenta aniversario de la Reina Letizia sitúa el foco de atención mediático en su figura y trayectoria, una ocasión idónea para hacer balance de un personaje que levanta tantas devociones como críticas.

En cuestión de opiniones casi todo está escrito, pero si acercamos la mirada a la lente que examina el comportamiento y las emociones, esta nos ofrece una lectura que va más allá de las apariencias, más allá de las palabras. El lenguaje corporal, las expresiones faciales, el manejo de la voz, las miradas e incluso el uso del espacio y el contacto corporal señalan en buena medida la actitud, personalidad o estilo de comunicación de una persona. Destapemos las vestiduras de esas apariencias y analicemos algunos de los aspectos más destacados de la comunicación no verbal de su majestad.

La ascensión

Letizia Ortiz Rocasolano nace el 15 de septiembre de 1972 en Oviedo, en el seno de una familia trabajadora, con un padre que es periodista y una madre dedicada a la rama sanitaria como auxiliar de enfermería. Evidentemente, no fue instruida para ser la futura reina de España, y esto es algo que debemos tener en cuenta a la hora de analizar al personaje: los antecedentes y el contexto que, como punto de partida, marcan la diferencia de cualquier otra historia. Esto nos permite ponernos en situación, comprender cómo se ha construido la figura de una periodista que, de la noche a la mañana, se convierte en princesa. Y más tarde, en reina.

Mucho ha llovido desde aquella imagen tímida y espontánea de la recién prometida del príncipe heredero en 2003. La aparentemente frágil y sensible Letizia, no tardó en exhibir ademanes de su marcada personalidad y temperamento. Siempre perdurará en la memoria colectiva sus famosas palabras “déjame terminar”. Todo ello son rasgos de su carácter, de su ser más profundo, que aún hoy en día exhibe, pero de una forma más controlada.

No olvidemos que la reina Letizia, como profesional del periodismo, es una gran conocedora de los medios de comunicación, y sabe que cada presentación pública es analizada al milímetro, por lo que toda aparición, movimiento o gesto, que aparentemente pueda parecer espontáneo, es previamente estudiado y calculado.

Hermetismo y control

Si algo caracteriza a la Casa Real española es el hermetismo, y una estrategia de imagen y de comunicación meticulosamente preparada y desprovista de cualquier tipo de espontaneidad. No es de extrañar que la conducta no verbal de la monarca nos revele precisamente que ha sido entrenada para ser altamente consciente de lo que transmite en cada acto o intervención.

El movimiento corporal de Letizia es poco espontáneo. Los gestos, miradas, poses o caminar ponen de manifiesto un comportamiento muy controlado, algo que le resta naturalidad y conexión emocional con el público. Da la sensación de que no termina de enganchar y de que hay una barrera infranqueable entre ella y el resto de personas. Tengamos en cuenta que cualquier celebridad está tremendamente expuesta a los flashes y a la opinión popular, por lo que es normal que, en cierta medida, el personaje sea consciente de la importancia que tiene lo que transmite con su lenguaje corporal y apariencia, y emplee todos los recursos posibles para transmitir la imagen deseada. Lo que llama la atención de Letizia es que ese control y perfeccionismo exagerado le hacen mostrar una imagen de impecabilidad, claramente marcada por la contención emocional y corporal. Esto la hace parecer fría y distante, a pesar de sus esfuerzos por ser percibida como una reina del pueblo, cercana y cariñosa.

Nada es al azar

Prestemos atención, por ejemplo, a una de sus últimas apariciones públicas, en la inauguración del curso escolar en la isla de La Palma, donde vemos a una Letizia que se mueve con soltura, firme, segura, erguida, sonriente y cálida. Maneja con pericia el arte de mantener las distancias protocolarias propias de su condición, pero al mismo tiempo se concede momentos de cercanía y contacto directo con la gente.

La hemos visto paseando por las aulas saludando a los niños y niñas, interesándose por sus actividades e interactuando, aparentemente, como una más. Pero ningún detalle es dejado a la improvisación, en las clases que visita hay una silla colocada estratégicamente al lado de la mesa de los escolares en la que ella toma asiento, y en la que en todo momento el plano de grabación está despejado. A ella se le escapan pequeños gestos inconscientes que señalan que es plenamente consciente de controlar su buena imagen, como arreglarse constantemente el pelo con las manos, o corregir el ángulo de su postura corporal para favorecer su imagen en cámara.

También es interesante señalar que, a pesar de ser la invitada, es la que lleva la voz cantante en todo momento. Dirige el séquito de autoridades y personal educativo, va por delante y marca los tiempos, algo que también pone de manifiesto el carácter dominante que hemos visto en otras tantas ocasiones. Buen ejemplo de ello es el dominio que ejerce sobre sus hijas en público, objetos de persistente examen y corrección.

Sin duda, estamos ante una mujer que ha sabido construir la imagen que corresponde a su rol de reina. Pero, ante todo, estamos ante un ser humano, con sus necesidades, sus peculiaridades y forma de ser, que viste con la fachada de excelencia y perfección a una reina que, según sus más allegados, gana en la intimidad y en las distancias cortas.

Desde el punto de vista de la conducta no verbal, también ganaría si pudiera mostrar un poco más de esa mujer audaz y emprendedora, y presentarse ante la ciudadanía de una forma más relajada y natural.

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