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“El victimismo merma las posibilidades de emancipación de Canarias”

Roberto Gil Hernández, profesor de la Universidad de La Laguna, exconsejero de Podemos en el Cabildo de Tenerife y autor del ensayo ‘En el nombre de Canarias’
“El victimismo merma las posibilidades de emancipación de Canarias”

A algunos les encanta hablar en nombre de Canarias, como si el archipiélago fuera una entidad monolítica y ellos fueran sus únicos portavoces. Pero la realidad es mucho más compleja, pues estas Islas, como tantos lugares, está atravesada por múltiples intereses de clase, olvidos históricos, poderes inquietantes y posibilidades de cambio nunca conquistadas. A muchas de estas cuestiones dedica su ensayo ‘En el nombre de Canarias’, -publicado por TEA- el sociólogo Roberto Gil Hernández, profesor de la Universidad de La Laguna y exconsejero de Podemos en el Cabildo de Tenerife.     

Según su libro, definir Canarias es un imposible…

Yo parto de la idea de que no se puede construir la realidad a partir de categorías totalizantes. Y que Canarias, como cualquier otro lugar del mundo, está atravesada por una serie de imposibilidades, porque en cualquier representación es imposible abarcarlo todo. Pero esa imposibilidad en la definición de Canarias es una oportunidad, pues abre la puerta a que elementos que hoy están excluidos puedan hacer entrada.

En eso que usted llama representaciones totalizantes sobre Canarias, destaca el concepto de atlanticidad, que critica por considerar que es una manera de negar nuestra africanidad…  

Se pone la atlanticidad de Canarias en liza para, dentro de ese discurso, negar la parte que se considera negativa, atrasada, subdesarrollada, que sería África, y potenciar lo que se considera más potente para esa posición, que es Europa. Cuando se refiere a África, la atlanticidad, que es una corriente de largo recorrido, lo hace en términos pretéritos, nunca lo hace en el presente. Pero, paradójicamente, potencia por debajo, subrepticiamente, una africanidad de Canarias conforme a los deseos de la Europa imperial de que seamos una plataforma desde donde continuar con sus políticas de esquilmación del continente.   

También afirma que ponemos énfasis en la relación con América Latina para ignorar, de nuevo, esa africanidad. 

Así lo digo. Y creo que no es más que otra manera de no abordar nuestro no encaje en las coordenadas europeas. Como América Latina se supone que también es parte de ese Occidente ‘pasable’ o ‘asumible’ al que se quiere pertenecer, se utiliza como una especie de ‘suplemento colonial’ que nos permite vincularnos a Europa desde sus márgenes, negando de nuevo nuestra africanidad. ¿Qué problema hay con que seamos como somos, con la relación que tenemos con Europa y con América pero estando en África? ¿Por qué tiene que ser problemática la realidad geopolítica del archipiélago frente a esa realidad ‘imaginada’ desde el Norte , ‘pensada’ por otros que no somos nosotros? 

Algunas personas investigadoras de su generación hablan de una realidad criolla en Canarias, pero usted rechaza el término…

Es fruto de la lectura del término que hice en América Latina, que es donde se originó y donde estuve viviendo recientemente. Cada vez hay más rechazo a esta categoría, que se considera decimonónica y colonial en la medida en que describe a los hijos de los descendientes de los europeos en las colonias. No tiene ningún sentido que la rescatemos ahora en Canarias, donde nunca ha tenido acogida, para construir una especie de etnicidad en la quepa toda nuestra tradición diversa. Sobre todo, cuando esta definición sigue enterrando en el pasado lo africano. Como si no tuviéramos, por ejemplo, una relación permanente con el continente africano en el presente, incluidas muchas inversiones de las que no voy hablar porque nos llevaría una entrevista. No hace falta que nos inventemos palabras. Utilicemos el etnónimo que nos define, “canario”, y rindamos la canariedad a su diversidad étnica, para que los sujetos que están excluidos entren en la definición de lo que es Canarias en la actualidad. Y digo diversidad y no mezcla porque el mestizaje también oculta los antagonismos. 

¿Nos faltan estudios históricos para entender esa diversidad étnica que nos conforma, especialmente sobre la población del continente africano, incluidos los esclavos que fueron traídos a las Islas?  

Hay investigaciones, desde Manuel Lobo, que es como uno de los padres de esta perspectiva, hasta Belinda Rodríguez Arrocha. Ambos estudian la población subalterna, excluida, la que nunca ha sido contabilizada dentro del pueblo canario. Pero aparte de los estudios históricos, yo también reivindico que se establezcan vínculos entre ese pasado y el presente, porque la realidad sigue siendo muy similar. Antes eran esclavos, ahora son migrantes ilegales, pero la presencia de esas poblaciones sigue siendo continua. No ha habido una ruptura en su interacción y en su presencia dentro de lo que nos hemos dado en llamar la sociedad canaria. El problema de la canariedad y de hablar en nombre de Canarias es que, quien lo hace desde una posición hegemónica, niega la presencia de gente que lleva aquí desde siempre. Toda la vida.  

Usted también es muy crítico con el discurso de la insularidad al hablar de Canarias…  

Es importante aclarar una cosa: yo no voy contra la condición geográfica insular, que además es obvia. Voy contra lo que representa el mito de la isla. Lo que Daniel Barreto llama una mitología constante que está preñada de tópicos que sirven para explicar la realidad de las Islas siempre en relación a otra realidad exterior, que sería la continental. Y es la que nos muestra como una disrupción en lo que sería la ‘normalidad’. Mi rechazo es a ese tipo de construcciones, que mantienen situaciones de subalternidad por parte de las islas y reproducen la colonialidad del archipiélago. ¿Contra qué tenemos que reaccionar entonces? Pues no contra el hecho de ser Islas, sino contra el hecho de que vivir en una isla te sitúe en un lugar lejano, apartado, dependiente…, contra que la propia palabra ‘insularidad’ sea peyorativa. En un mundo como el actual, que está hiperconectado, donde tenemos vuelos con EEUU, con África y no sé cuántos con Europa, ¿de qué estamos hablando cuando decimos que la insularidad es un lastre? En cualquier caso, el problema será la forma en la que se gestiona esa insularidad. Pero no podemos crear una nueva mitología que nos subalternice y nos subordine a una realidad exterior. El victimismo que acompaña a esa visión de la insularidad no es productivo y merma las posibilidades de emancipación de la mayoría social de Canarias. Te sume en un estado de depresión por el hecho de vivir donde vives. Lo que algunos llaman doble o triple insularidad tiene más que ver con la geopolítica que con la geografía. La condición insular de quienes viven, por ejemplo, en El Hierro, está marcada no solo por el lugar que ocupa la isla en los mapas del poder dentro y fuera de Canarias, sino también por su clase social.

Sin embargo, también hay un extraño contrapunto ‘narcisista’: “Como aquí, no se vive en ningún lado”, repetimos permanentemente…

Nos hemos convertido, de forma inconsciente, en embajadores de Fitur andantes. A pesar de que las condiciones de vida en el archipiélago son tan poco propicias para desarrollar un proyecto vital en términos de normalidad y muchos hemos tenido que emigrar porque no podíamos subsistir en las Islas. Yo mismo me veía en Ecuador, a pesar de ser migrante, con ese mito y ese relato. Uno es consciente, pero aun así, a veces cae. Lo tenemos inoculado. Y hay que luchar también contra esas estructuras inconscientes. Las formas de opresión son más eficientes cuanto más interiorizadas las tenemos a nivel inconsciente. Y las repetimos con un discurso que ni siquiera hemos pensado. Es lo que otros pensaron por nosotros.

Usted habla del “ser para otros” como manifestación de la colonialidad… Somos un territorio para nómadas digitales, para turistas, para empresas que buscan trabajadores baratos…

Lo de “ser para otros” es una categoría hegeliana. Y está en la base de la dialéctica del amo y el esclavo. Lo que resume esa relación es que hay grupos de población que están para servir a otros. ¿Cuál es el problema, según Hegel? Que los que son servidos no pueden definirse sin los grupos que los sirven. Sin embargo, los grupos que sirven sí pueden autodeterminarse y autodefinirse como tales a partir del trabajo que desempeñan. La clave, para la emancipación, es tomar conciencia de esa posición para poder subvertirla. Y volvemos a la importancia de valorar a los sectores excluidos, para que esa exclusión sea la fuerza que impulse esa transformación.   

También hace numerosas referencias a las élites, ¿quiénes son en Canarias?  

La élite es quien tiene capacidad para decidir el futuro de la sociedad al completo. Con sus acciones y sus omisiones. En Canarias hay una élite, aunque juegue al escapismo. Y no es precisamente la clase política, que actúa de medianera de esas élites, pues la mayoría de las decisiones importantes no se toman en las instituciones democráticas. Por un lado, yo hablaría una élite que pertenece al archipiélago que tiene vínculos con la metrópoli, con Europa, no solo de tipo cultural o económico, sino también de sangre. Y que se ha mantenido más o menos estable desde la conquista. Y luego hay unas élites foráneas que  vienen a gestionar las grandes inversiones de grupos que no están localizados en las Islas. Traen normalmente a sus propios trabajadores, que ocupan los estratos más altos en la estructura laboral del archipiélago. Por tanto, hay un ‘continuum’ entre un grupito de gente de Canarias que tiene contacto con otro grupito de gente que no solo es de Canarias y que están atravesadas por esas formas de hegemonía y que toman decisiones sobre qué se construye a nivel turístico, dónde, qué infraestructuras reciben a tantos tipos de turistas, en qué momento se apuesta por un tipo de turismo u otro, en qué momento es necesario renovar la planta hotelera y presionar a la clase política medianera para que pague esa renovación… Las ciencias sociales, en Canarias, deberían estudiar mejor cuál es la sociología de esas élites, que son transnacionales. Ahí es donde hay que escarbar, hay que descubrir cómo se mueve esa gente para poder generar una contrahegemonía. Porque ellos viven tan bien gracias a que nosotros vivimos como vivimos.  

Sin embargo, somos un territorio con escasa conflictividad social… 

En el archipiélago se niega constantemente el antagonismo. Y eso es una forma de mantener el control social. Cuando uno lee Historia de Canarias, y esto es también una crítica a las Ciencias Sociales, lo que se suele encontrar es un relato edulcorado donde la conflictividad social se niega. Hay excepciones, como los hermanos Millares o el propio Manuel Alemán, pero no es la tónica general. En las Islas siempre ha habido una presión, que ha sido ocultada, para que se produzca una transformación. Sobre todo, por descontento, más que por conciencia, pero pocas veces se ha conseguido que se tambaleen sus pilares. Y lo que se ha logrado es porque el movimiento ha venido de otras latitudes. Sobre todo, a nivel estatal. Para llegar a los espacios de transformación que dan apertura a una nueva etapa, tienen que agudizarse los antagonismos, pero no hemos llegado a ese punto todavía y eso es un gran problema. Tiene que evidenciarse la situación de distancia amplia que existe entre sectores. Si no hay un acontecimiento que remueva un poco los cimientos de cómo se ha pensado hasta ahora el nombre de Canarias, no puede haber un cambio. La lucha por salvar La Tejita o el Puertito de Armeñime, en Adeje, pueden ser ese acontecimiento.

Con un modelo económico y laboral tan precario, no es fácil que la gente se arriesgue a promover grandes transformaciones…

Sí, también se puede hacer una lectura en clave laboral. El modelo del archipiélago siempre se ha basado en lo que la teoría marxista llama ‘grandes ejércitos laborales de reserva’. Hay un gran porcentaje de la población en desempleo, y eso es como un recordatorio para la gente que tiene trabajo de que si se queja de lo explotada que está, hay muchas personas esperando para ocupar su lugar. Yo siempre pienso en la crisis de 2008: en 2012 o 2013, se empiezan a batir en Canarias récords de turistas. Pero el discurso que había instalado era el de la crisis. Y eso permitía al gran empresariado echar a trabajadores a pesar de los niveles de ocupación de sus hoteles. ¿Pero quién se atrevía a quejarse en ese supuesto contexto de crisis que, en realidad, era de bonanza?

¿Mal panorama entonces?

Yo creo que ese discurso de que es muy complicado cambiar las cosas, es absolutamente falso. Lo que es realmente difícil es mantener las cosas como están. El trabajo que lleva a la élite mantener el ‘statu quo’ es mucho mayor del que llevaría a sus antagonistas, las clases populares, a impulsar un cambio. A veces, las cosas simplemente pasan, los acontecimientos políticos son sobrevenidos. Y la clave es estar de guardia para ser capaz de aprovechar esa inercia y proponer un modelo a la sociedad que esté a la altura de sus deseos de cambio.

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