Se llamaba Juan Carlos Bacallado Pérez, pero todos en Cádiz lo conocían como Carlos el Chicharrero, por ser de Tenerife. Era un escultor efímero, un alma libre que quería vivir en la playa creando en la arena, algo que no le permitieron en la Isla poniendo rumbo a la Tacita de Plata, donde lo acogieron hasta que el pasado lunes falleció en el Paseo Marítimo de la ciudad, donde todos hablan bien de él y donde ahora reina la tristeza.
En Cádiz no han parado de hacerle homenajes, su rostro y sus trabajos no dejan de salir en la televisión y en los diarios, mientras su persona ocupa minutos de radio en las radios locales. Han realizado concentraciones en su honor, no faltan las flores en el Paseo Marítimo y cada día, a sus hermanas, que se encuentran en Cádiz, siguen mostrándole su apoyo y amor por su querido hermano.

La forja de Carlos el Chicharrero
Carlos el Chicharrero nació hace 56 años en Tenerife. Trabajó en varios lugares hasta que, un buen día, mientras desarrollaba su labor en un hotel del sur de la Isla, conoció a un grupo de personas que vivían en la playa: aquello le cautivó.
“Él quiso llevar ese tipo de vida. En Los Cristianos no pudo, no le dejaron hacer esculturas en la arena, por lo que tuvo que hacer las maletas”, recuerda Irene, su hermana.
La realidad es esa, a Carlos, en su tierra, no le dejaron desarrollar su actividad, por lo que tuvo que hacer las maletas, cansado de que la policía apareciera allí donde estaba, que le dijeran que no podía hacer sus esculturas efímeras y que, incluso, le confiscaran las pocas herramientas que usaba para ello.
Sucedió hace más de 20 años, comenzó a recorrer Europa, visitando Francia, viviendo en la playa, durmiendo al aire libre y realizando sus esculturas hasta que acabó en la Península, como recuerda Irene: “Primero fue a Marbella, donde incluso Jesús Gil solía pasar donde estaba él, llevaba a amigos a ver sus esculturas, que las hacía delante de uno de sus restaurantes… Luego acabó en Cádiz”.
Y Cádiz fue su lugar. Una ciudad con magia, que lo acogió con los brazos abiertos y donde lo quieren y admiran: “Estamos abrumadas, porque es muchísima la gente que nos viene a transmitir su cariño. Cuando encontraron su cuerpo estaba lloviendo, estaba a la intemperie, y mucha gente también se ha quejado de ello, pidiendo que tuviera un trato mejor”.
Porque Carlos el chicharrero siempre fue eso, un alma libre. Irene reconoce que en un primer momento el estilo de vida que llevaba su hermano no les gustaba demasiado, pero fue su elección, del mismo modo que eligió ayudar a todo el que encontraba a su paso: “Era muy conocido en la zona, él mismo repartía los periódicos a los restaurantes, ellos lo invitaban a desayunar y a comer… Era muy querido, muy querido”.
Para el recuerdo quedarán algunas de sus esculturas en la arena, por ejemplo, su Cristo de Semana Santa en el que podía invertir “hasta una semana de trabajo”. “Era su pasión y su forma de vida”.
Dormir a la intemperie
Uno de los mejores ejemplo de cómo era Carlos el Chicharrero lo encontramos en Pepe Sonrisas, un vecino de la zona que trabó amistad con el tinerfeño.
Pepe cuenta a Nius Diario que en una ocasión se dejó la riñonera con todos sus efectos personales en el coche de un amigo y, al no poder entrar en su casa, decidió ir a buscar a Carlos: “Me había dejado mi riñonera con todo, llaves de casa incluidas, tras un día en la playa, en el coche de un amigo y pensé que no podía dormir mejor que con él. Me dijo que iba a pasar frío”.
Y así, ya de madrugada, el frío despertó a Pepe, aunque se encontró con una agradable sorpresa: “Carlos me estaba tapando con su manta. Se la había quitado para dármela. Me dijo que yo la necesitaba más que él”.
Ahora Cádiz le hará un homenaje, será enterrado y tendrá su reconocimiento, desgraciadamente, en Tenerife, en su casa, Carlos el Chicharrero sigue siendo casi un desconocido.