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“Estoy en huelga de hambre e iré hasta el final para curarme de la anorexia”

La joven tinerfeña Vanessa Abreu sufre un calvario desde los 12 años por esta enfermedad que solo en 2022 la obligó a ingresar seis veces en el HUC. Pide que se cree un centro especializado en la Isla para “recuperar la vida”
"Estoy en huelga de hambre e iré hasta el final para curarme de la anorexia"

La joven portuense Vanessa Abreu Dóniz sufre anorexia nerviosa desde que tenía 12 años. Empezó a hacer cosas raras con la comida poco a poco, leía etiquetas, aprendió a hacer una regla de tres -un cálculo que ni siquiera había aprendido en el colegio- para cuantificar las calorías precisas de lo que comía, dado que en los envases se especifica por 100 gramos.


No sabe por qué empezó su obsesión. Siempre fue de complexión delgada y deportista desde muy pequeña, practicó natación, ballet y en la actualidad integra la cantera del equipo de fútbol femenino del Club Deportivo Tenerife.


La primera vez que sus padres la llevaron al médico fue por un ataque de pánico que le dio estando en clase. Tenía 14 años y le diagnosticaron ansiedad. La derivaron a un psicólogo y de allí al Hospital Universitario de Canarias (HUC). Fueron suficientes dos consultas para que los profesionales confirmaran que sufría un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) de origen nervioso.


Han pasado 10 años y la salud de Vanessa, de 24 años, se ha agravado. Su madre, María del Carmen Dóniz, dice que la situación de su hija empeoró con el confinamiento, porque no podía entrenar ni salir “y ella es una persona que siempre se tiene que estar moviendo”. El primer ingreso, en mayo del año pasado, que la obligó a estar cuatro meses en una planta del HUC, tampoco ayudó a su recuperación. A la semana siguiente volvió y así, cinco veces más, hasta la actualidad.


El jueves pasado inició una huelga de hambre para reclamar su derivación a un centro de la Península especializado en TCA, tal y como le prometieron a ella y a sus padres, y advierte que “llegará hasta el final para curarse de la anorexia”.


La anima cuando en su cuenta de Instagram #delostcasesale lee que otras personas superaron la enfermedad, entre ellas dos de sus compañeras de planta, que fueron trasladadas a un hospital de la Península. “Seguimos en contacto y tienen una vida normal, trabajan, y eso es lo que quiero hacer yo, recuperar mi vida. Por eso quiero lo que me prometieron, y voy a ir hasta el final”, insiste.


Eso supone que, además de aprobarse su traslado, se tomen medidas para que se abra un hospital de día en Tenerife y los pacientes con este trastorno se puedan recuperar aquí. “La huelga de hambre no es solo por mí, estoy pidiendo una unidad específica de TCA en la Isla, para que no sea necesario hacer traslados, ya que hay personas que no pueden pagarse una clínica privada”, añade.


No es la única que lo reclama. El año pasado fue el realejero Tony Arteaga quien inició una recogida de firmas a través de la plataforma Change.org con este mismo objetivo: que se abra el primer hospital de día en Canarias en el que se traten la bulimia o la anorexia. Su hija Jenny, de 26 años, estaba intentando superar esta última.


Vanessa cuenta que a las personas que sufren esta enfermedad las ingresan en una planta de psiquiatría del HUC donde conviven pacientes con diferentes trastornos. La única obligación que tienen allí es comer, pero, si no lo hacen, “te dan un batido o te lo pasan por sonda en la nariz hasta que subes de peso. Pero no te enseñan a comer, como hacen en centros especializados, donde tienes apoyo psicológico permanente, mientras que en el HUC la psiquiatra y la psicóloga van una vez al día 15 minutos”. En este sentido, precisa que la última vez que vio a la primera fue el 3 de marzo y a la última, el 13 del mismo mes. Su próxima cita es el 17 de abril, tal y como consta en el comprobante de cita previa que muestra a este periódico para que no haya dudas.


Mientras estaba ingresada sentía un gran agobio, porque sabía que tenía que pesarse los martes y los viernes. “Me escondía la botella de agua y me la bebía antes del pesaje e iba subiendo y no se enteraban de nada”, confiesa.


Después de las comidas debía hacer un reposo obligatorio de dos horas sentada en un sillón. “No puedes ir a tu cuarto, tienes que estar sin hacer nada, cosa que en estos centros no pasan, porque comes y haces terapia”, apunta. Tampoco la dejaban caminar por el pasillo, “ya que bajas de peso” y eso era muy difícil de aguantar para una joven inquieta como ella, que tiene que estar en permanente movimiento.


El primer mes de ingreso no pudo recibir visitas y tampoco llamar a sus padres. “Ellos no sabían nada de mí y yo tampoco de ellos”, se lamenta. La explicación que le dieron fue “que es la pauta de TCA que tienen en el hospital, que se hizo hace muchos años y se sigue manteniendo”.

Una atención correcta
Debido a la ley de protección de datos, el centro hospitalario no puede dar información sobre Vanessa, pero garantiza que la atención prestada es la correcta. “Hay que tener en cuenta que las derivaciones se realizan por decisión del equipo terapéutico y que se requiere que la situación del paciente reúna una serie de requisitos que hacen que evolucione favorablemente”, indican.


La unidad especializada del HUC para los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA), que en 2021 atendió cerca de 2.000 consultas, está formada por una psiquiatra y dos psicólogas para la atención ambulatoria, y una psiquiatra y una psicóloga en planta de hospitalización de adultos para pacientes mayores de 18 años, además de los enfermeros especializados en Salud Mental y un trabajador social, entre otros. Estos profesionales trabajan de forma coordinada junto con el resto de dispositivos de Salud Mental y mantienen reuniones para facilitar la continuidad en la atención de cuidados y tratamiento de los pacientes.


En febrero se puso en marcha una Unidad de Hospitalización Infanto Juvenil para pacientes de franja de 12 a 17 años ofreciendo una atención personalizada con alta especialización.

Afán de superación
Vanessa, como buena deportista, ha intentando por sí sola salir adelante, pero su esfuerzo y su afán de superación no resultan suficientes: le falta ese acompañamiento psicológico de refuerzo, tan necesario para afrontar una enfermedad que, además, en su caso, está asociada a un trastorno compulsivo de la personalidad, que la lleva a autolesionarse, “porque se enfada cuando come, se quiere matar, le pega puñetazos y patadas a la pared, se vuelve incontrolable, aunque después es consciente de lo que le pasa”. Además, se le cae el pelo y desde hace más de dos años no menstrúa.


Tiene miedo a comer “cualquier cosa”, incluso dulces, y especialmente helados, que le encantan. Pero su mala relación con la comida se lo impide y se limita a ensaladas de paquete, algún yogur de proteína y una pechuga de pollo le alcanza hasta para tres comidas, porque la raciona. “La comida me cambia, me pongo irritable, es inexplicable describir como me siento”, reconoce. Y, pese a que está cansada de luchar, asegura que no quiere morirse. Hace tres semanas almorzó lentejas, un alimento que no se encuentra entre los que habitualmente consume y ello derivó en un nuevo intento de quitarse la vida. Se tomó 15 pastillas de un gramo de paracetamol, que sumadas a las 11 de su tratamiento, le provocaron una sobredosis inmediata y se autolesionó. Fue su madre quien la cargó en el coche y ,sin dudarlo, la llevó directamente al hospital, donde le hicieron un lavado de estómago. María del Carmen recuerda el alivio que sintió cuando le confirmaron que su hija estaba fuera de peligro. La rutina diaria de esta joven portuense se limita a pensar en lo que va y en lo que no va a comer, y en sus entrenamientos, que ella misma se los estructura. Asegura que su cuerpo “aguanta bastante bien” y el hecho de padecer la enfermedad no la limita para hacer deporte, todo lo contrario. El deporte siempre fue su fuerte, además de un escape y una liberación, “ahí no entra el TCA”, apunta.


Estando fuerte, Vanessa llegó a pesar 52 kilos y hasta el año pasado trabajaba como monitora en un comedor escolar. Su familia, sus amigos y sus entrenadores la apoyan y la animan, le dicen que “está de baja en el deporte” y que tiene que ponerse bien para volver a jugar.


Empezó la huelga con 39 kilos y ayer pesaba 36. Desde hace cinco días solo toma agua, algo de café y se pone sal debajo de la lengua, porque es hipotensa. No lo ve como un esfuerzo, sino como un objetivo a conseguir para mejorar su rendimiento psicológico, tan importante como el físico para su disciplina como deportista y para su equilibrio como persona.

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