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Isleños y jíbaros: canarios en Puerto Rico

La llegada de oriundos de Canarias al nuevo continente comenzó desde el mismo momento del descubrimiento. Colón, en sus primeros viajes, partió de La Gomera, donde había ‘enrolado’ a algunos naturales

Por Francisco Talavera. | Podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que la llegada de canarios al nuevo continente comenzó desde el mismo momento de su descubrimiento, pues ya Cristóbal Colón en sus primeros viajes partió desde la isla de La Gomera, en donde había “enrolado” a algunos naturales de la isla, además de todo tipo de vituallas con destino a La Española (hoy República Dominicana y Haití). Lo mismo hicieron, entre otros, Nicolás de Ovando cuando levó anclas, en 1502, con rumbo a Santo Domingo, llevando varias personas canarias a bordo. Le siguieron Lope de Sosa (1513), Pedro de Heredia, Francisco Montejo (1527), o Diego de Ordás (1531), que llevó 200 hombres de guerra desde Tenerife en la campaña del río Marañón, en la Amazonia. O la expedición del segundo Adelantado de Canarias, Pedro Fernández de Lugo (1536) que reclutó 800 hombres naturales de las islas para la conquista de Tierra Firme (Colombia).

Sería muy rara la expedición de conquista que se dirigiera a Las Indias e hiciera su primera escala obligada en Canarias, que no se abasteciera en estas islas de todo tipo de víveres y que no reclutara o enrolara a soldados y marinos canarios (en gran parte guanches o sus descendientes criollos). Y así vemos que muchos centenares de naturales del Archipiélago contribuyeron, en la primera mitad del siglo XVI -de manera muy apreciable y casi siempre forzosa- a la conquista y colonización del Nuevo Mundo. Y con ellos comenzaron a llegar sus tradiciones, su manera de ser y de hablar, su fácil adaptación a cualquier tipo de medio hostil, y cómo no, sus genes. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XVII y en el siglo XVIII, el tipo de emigración canaria a América cambió. Ahora ya era familiar, pues las Antillas mayores se estaban despoblando, debido a la hecatombe demográfica de las poblaciones autóctonas (taínos, caribes, etc.) a causa de la guerra de conquista, la esclavitud, las enfermedades transmitidas por los europeos, el mayor atractivo de los territorios continentales de Tierra Firme, etc. Además, en aquellos tiempos era muy valorada la experiencia del campesino canario, muy trabajador y buen conocedor de las técnicas de cultivo, a la vez que se adaptaba mejor a los climas tropicales.

Un dato demográfico muy importante es que a finales del siglo XVII (censo de 1680) la población de Canarias ya superaba los 100.000 habitantes (100.592), de los cuales más de la mitad vivían en Tenerife (51.924). Estas cifras contrastan con las de la escasa población que albergaba Puerto Rico en esas fechas que, según los autores, oscilaba entre 6.000 y 7.500 personas. Cifras que contrastan aún más si consideramos la superficie de ambas islas: Tenerife (2.034 km2) y Puerto Rico (9.104 km2).

‘TRIBUTO DE SANGRE’

A Puerto Rico le ocurría lo mismo que a Santo Domingo. Estaba sufriendo un alarmante descenso demográfico, y ese despoblamiento amenazaba seriamente la soberanía española de la isla. La Real Cédula de 1678 ya especificaba que la emigración se orientara fundamentalmente hacia esta isla. Esa Real Cédula, conocida como la del Tributo de Sangre (por cada 100 toneladas de mercancías que se exportasen a América desde Canarias, había que enviar cinco familias de al menos cinco miembros cada una). A lo que habría que añadir la frecuente emigración individual y clandestina, muy difícil de controlar y cuantificar. Y de esa manera, -en pésimas condiciones, que le costaron la vida a más de uno- viajaron miles de canarios a repoblar los nuevos territorios del Caribe.

Según la profesora Analola Borges (1988), esa real Cédula fue expedida por la Corona española con una triple finalidad: en primer lugar, para repoblar o fundar nuevos asentamientos en aquellos lugares muy despoblados o que corrían el riesgo de caer en manos extranjeras. El segundo objetivo era el cultivo de la tierra, no solo para autoabastecimiento, sino para crear una economía agrícola-ganadera. Y, en tercer lugar, el labrador isleño estaba obligado a alternar esos deberes del campo con los de soldado, en caso de que hubiese que defender el territorio frente a ataques enemigos. Decía esta autora: “Nuestra gente campesina, transportada a un medio desierto, sujetos a peligros de piratas e intentos de invasión, en el que deberían ejercer las funciones de jornaleros y de soldados, de economistas y de arrieros, de regidores municipales y de héroes.”

Y con los canarios fue también su dialecto, su especial manera de hablar, dulcificada por la herencia guanche y portuguesa. Comenta al respecto el profesor Marcial Morera: “En primer lugar, la historia de Canarias no se entiende cabalmente sin tener en cuenta la historia de Portugal (…) de ahí que pueda decirse, sin temor a la exageración, que la forma que tiene el canario de ver y comprender determinadas realidades de su entorno natural y cultural, es la forma portuguesa, no la española.

De otro lado, la influencia del portugués sobre el habla canaria no fue decisiva solo para el español de Canarias, sino que lo fue para la lengua española en su totalidad, porque el español de América, que es hoy el fragmento más importante de nuestro idioma, se constituyó en buena medida, en su primera etapa, a partir del español de Canarias, que ya era casi centenario cuando las carabelas de Colón alcanzaron las costas americanas, después de hacer parada en el Archipiélago, para arrancharse y avituallarse en él”.

Aunque desafortunadamente la documentación del siglo XVI, por diversos motivos es muy escasa, se tiene constancia de la llegada a Puerto Rico de esclavos blancos (guanches) a ese país y a Santo Domingo, desde su descubrimiento hasta 1537. Y junto a esos esclavos, también desde Canarias llegarían a las Antillas la “caña dulce” y los especialistas (canario-portugueses) en todo el proceso de la producción del azúcar de los trapiches e ingenios que comenzaban a instalarse en estas islas, especialmente en La Española.

“En 1569 fue autorizado el traslado de oficiales canarios especializados que quisieran dirigirse a Puerto Rico. Desde los siglos XVI y XVII hubo un flujo migratorio del Archipiélago a esta isla antillana, no obstante, Canarias se inserta en el mundo americano, fundamentalmente, a partir del siglo XVIII (…). Y desde 1663 los navíos que partían con registro a Cuba estaban obligados a embarcar cinco o seis familias con destino a Puerto Rico”. (J. M. Santana Pérez, 2008). Los canarios firmaban un contrato (que la mayoría de las veces no se cumplía) en el puerto de embarque ante una persona autorizada, que bien podía ser el capitán del barco, mediante el cual se les proporcionaba el pasaje, comida, ropa y un seguro. En muchos casos la realidad fue muy distinta, pues al llegar al puerto de destino -después de las penurias de un interminable viaje en la bodega del barco- se encontraban desamparados en un medio hostil y ante una Administración que los recibía y trataba con menosprecio.

Pero, a pesar de todos esos avatares, entre finales del XVII y las primeras décadas del siglo XVIII partieron de Canarias con destino a Puerto Rico 176 familias en ocho expediciones, con un total de 882 personas (número que fluctúa según los autores), y con un ligero predominio de los hombres. Estos núcleos familiares se asentaron principalmente en la región occidental de la isla. También es conocido que a lo largo del siglo XVIII se fundaron en Puerto Rico muchas nuevas poblaciones, en las cuales la participación canaria fue primordial. “Sabemos que de las 28 poblaciones fundadas entre 1714 y 1797, que se sumaron a las cuatro que ya existían, al menos 19 surgieron tras la mayoritaria contribución de los isleños.

Y en el caso de Mayagüez, Manatí y Vega Alta, fueron fundadas por ellos. Incluso el propio Coamo, cuya fundación data de la centuria anterior, recibe inmigrantes canarios que llegan a convertir a la Virgen de Candelaria en patrona de la localidad. Las regiones interiores y occidentales de la isla serán las áreas prioritarias del poblamiento isleño, determinando la existencia de un campesinado blanco característico, que definiría su identidad, el jíbaro”. (Manuel Hernández González, 2004).

Y de la presencia canaria en la población puertorriqueña, María Cadilla comenta en su tesis doctoral: “Es una costumbre el decir que las Antillas están pobladas por andaluces, por el mero hecho de que todo el tráfico entre España y estas islas se hacía, hasta el reinado de Carlos III, por Andalucía; pero lo cierto es que cualquier observador atento de la realidad en Puerto Rico verá, por ejemplo, que en las regiones de Quebradillas, Isabela, Camuy y Hatillo prevalecen los canarios y sus descendientes…”.

De manera similar se manifiesta el lingüista Tomás Navarro en su obra El español de Puerto Rico (1948): “De Canarias, y especialmente de Tenerife, procede la corriente forastera que Puerto Rico ha recibido de manera más permanente y abundante. Los andaluces establecidos en la isla se han dedicado preferentemente al comercio; los canarios, a quienes los puertorriqueños signan familiarmente el nombre de isleños, se dedican a la agricultura y se les encuentra sobre todo en las tierras llanas”.

Pero quizás el testimonio más contundente sea el del eminente lingüista puertorriqueño Manuel Álvarez Nazario (1972) cuando dice: “Muy pronto, además, ya desde los primeros albores de las colonias en el siglo XVI, comenzará a dejarse sentir en nuestras tierras caribeñas el influjo expresivo que nos llega con los inmigrantes isleños de Canarias, que a partir de entonces, y hasta el presente, vendrán a asentarse masivamente entre nosotros.

La huella del decir canario en los territorios insulares y continentales del Caribe hispánico habrá de constituirse en el tiempo en uno de los principales puntales de la comunicación de timbre criollo que se da en los países de esta zona geográfica americana, tejiendo desde las islas a la Costa Firme nuevos lazos de unidad dialectal más propiamente nuestros. (…) También términos de origen portugués en las citadas islas como: banda (lado), furnia, burgado, matojo, botar (tirar), fañoso, gago, cambado, engodarse, desinquieto, frangollo, millo, mojo, lasca…”.

Ese alto flujo migratorio se interrumpió a partir de la segunda década del siglo XIX, tras la independencia de muchos de los países americanos, pero el principal foco de atracción para los canarios seguía siendo el Caribe. Por esas fechas aumentó considerablemente el número de emigrantes desde la metrópoli, principalmente desde Baleares y Cataluña, aunque también de Andalucía, Galicia, País Vasco y otras regiones. Cabe decir, también, que a partir de la década de los 30, muchos de los barcos que partían de Canarias con rumbo a Puerto Rico, en realidad sus pasajeros se dirigían a Venezuela y Cuba.

Y ya avanzado el siglo XIX, de nuevo irrumpe el cultivo y comercio del azúcar, en el que los especialistas canarios tuvieron mucho que ver, proliferando los ingenios azucareros por todo el Caribe.

Como consecuencia, se modificó la legislación para que los isleños accedieran al reparto de las tierras que habían quedado baldías y que serían utilizadas en los nuevos ingenios de azúcar, cultivo que se tornó muy productivo. Y en algunos casos los jornaleros canarios se mezclaron con los esclavos africanos negros.

HERENCIA

Es de resaltar que la herencia canaria en Puerto Rico también se manifiesta desde la genética, pues según un estudio reciente (2016) elaborado en las Universidades de Puerto Rico (Ponce de León) y Arizona State, publicado en Human Biology, casi el 40% de los puertorriqueños con genes europeos y norteafricanos (bereberes) descienden de canario-isleños. A lo que habría que añadir que en un reciente estudio del ADN mitocondrial de la población canaria, llevado a cabo por investigadores del ITER, el CSIC, las Universidades de La Laguna y Fernando Pessoa, y el Instituto Carlos III, recientemente publicado (2023) en la revista Science -el más amplio que se ha realizado hasta el momento sobre la actual población canaria de varias generaciones (896 personas de todo el Archipiélago)- los resultados confirman que la herencia materna es entre el 50 y el 60 % aborigen(guanche). Y de la otra mitad no aborigen, el 40% es de origen ibérico. De esa huella ibérica, el peso más importante se lo llevan los linajes identificados como portugueses y gallegos, que representan el 49,8 % de esa otra mitad no aborigen.

En fin, una prueba más de la inmensa huella (lingüística, histórico-cultural y genética) dejada por los canario-isleños en América, que aún sigue siendo desconocida y poco valorada para muchos, e ignorada y soslayada, a posta, por otros.

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