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La difícil conciliación de las madres en el sector de la restauración en Tenerife

Cocineras, sumilleres y reposteras de Tenerife cuentan las dificultades de cuidar de sus hijos y las anécdotas más divertidas
restauración en Tenerife

“¡Ni de coña!”, “no es nada fácil”, “es difícil”, así de contundentes son las madres que trabajan en el sector de la restauración cuando se les pregunta si es fácil conciliar su vida familiar con el trabajo, sobre todo cuando los hijos se dan cuenta de que es fiesta y mamá trabaja. Máxime en un domingo como hoy en que se celebra el Día de la Madre. Todas, además, reconocen un sentimiento de culpa por no poder dedicarles más tiempo, nos cuentan su momento más difícil, pero también anécdotas divertidas como servir un whisky mientras amamantas a tu hija, o llegar al colegio corriendo y encontrarlo cerrado porque es fiesta…

Laura Suárez, repostera de Haba Tonka, se lamenta de tener un trabajo “en el que es imposible que yo pueda trabajar y que mi hija esté en el mismo espacio que yo”, así que entre ella y su marido, Isidro Vera, también repostero, “nos intentamos apañar como podemos”. Pero “lo más difícil es que no estás viendo los cambios constantes al ser tan pequeñita y que cuando dijo mamá estuviera con mi suegra o mi madre”.

Para María José Plasencia, sumiller de El Rincón de Juan Carlos, lo más difícil es “lo emocional, como todas las madres que trabajamos, el sentirte culpable porque no estás nunca en los momentos más complicados, sobre todo cuando se enferman”.

Chari Peón, chef de El Coto, lamenta que “es un trabajo muy cansado y cuando llegas a casa la relación con ellos se resiente y no compartes tantas cosas como te gustaría”.

“Lo más difícil es cuando eran bebés”, afirma Erika Sanz, sumiller de Jaxana. “Tener que ir a trabajar y ver a esa niña tan pequeña, de pocos días, tan dependiente y dejarla en manos de otras personas para mí ha sido lo que más me ha dolido y por lo que más sigo teniendo ese sentimiento de culpa años después”.

Para Raquel Navarro “lo peor siempre es cuando ha estado malita; siempre he estado tranquila porque ha estado mi madre o mi suegra, pero como madre te sientes mal, una mala madre”.

“Los horarios, los fines de semana, sobre todo cuando tu hijo está de vacaciones porque los días que ellos tienen libres en restauración se trabaja”, es lo que peor lleva Ariadna Méndez, propietaria y pastelera de El Aderno. “De la infancia de ellos no tengo nada que contar, salvo lo que me han dicho. Eso no lo he vivido y eso ha sido muy difícil”, reconoce Rodica Gurau, chef del restaurante Bambi Gourmet.

La “espinita” que tiene clavada Priscila Gamonal, chef y repostera de El Drago, “es que cuando es festivo tú tienes que ir a trabajar sí o sí porque en hostelería uno trabaja cuando los demás están disfrutando. Y me da pena dejar siempre a mi marido y a mis hijos esos días”.

Para Chari Peón lo más difícil fue “no poder ir a ver un partido de baloncesto de la pequeña. Y un montón de cosas más que te pierdes”. Y para Erika Sanz “una vez que la mediana se nos quemó y nos llamó la chica que las cuidaba que había llamado a una ambulancia. No quiero ni acordarme del trayecto de Santa Cruz a Barranco Hondo con el coche a toda mecha para llegar a casa y ver qué me encontraba”. “Uno de los momentos más difíciles durante el servicio es que se te muera un familiar, como mi tío, que me cuidaba la niña y tener que sacar el servicio”, recuerda María José Plasencia. “Ese es uno de los momentos más difíciles de mi vida”.

Raquel Navarro recuerda que “a mi hija tuvieron que operarla de una hernia y después de la intervención tuve que salir pitando para el restaurante y quedarse Jonathan (su marido). Y yo angustiada, atendiendo a los clientes y no podía ni llamar a ver si mi hija había despertado bien o no”.

Algo parecido le ocurrió a Ariadna Méndez, y durante la pandemia. “El niño se puso malo con vómitos y nos pasamos toda la noche en el Hospital del Norte. Cuando íbamos a salir, casi a las seis de la mañana, volvió a vomitar de nuevo y le tuve que decir a mi madre, quédate con él porque yo tengo que ir al trabajo. Y al día siguiente, el niño me dice: no quiero ponerme malo nunca más porque te fuiste y yo no quería que te fueras. Te da pena, pero que te lo recuerde te hace sentir peor”.

Rodica Gurau aún recuerda con angustia cuando casi atropellan a su hijo pequeño delante del restaurante cuando jugaba con su hermana y otros amigos. “En ese momento no atendimos a nadie, nos cogió como una emoción y pensamos nosotros aquí trabajando y descuidando a nuestros hijos”. Y para Priscila Gamonal “el momento más difícil fue cuando mi hijo pequeño se partió el codo y yo tenía un banquete de 400 personas esa semana. Eso sí es difícil, estar en urgencias y ver que tienes que ir a trabajar”.

Pero también ha habido anécdotas buenas. En San Sebastián Gastronomika Laura Suárez estaba muy orgullosa de la chaquetilla de chef que lucía su hija de apenas dos meses, “A Elena Arzak le hizo tanta gracia que se sacó una foto con ella y todos privados”.

“Anécdotas varias y siempre la misma” cuenta María José Plasencia: “levantarme por la mañana, llevar a la niña al colegio y no ver coches, ni niños, y el colegio cerrado porque era día de fiesta. Me pasó más de tres veces”. Lo de Erika Sanz es para nota. “Me acuerdo de que estaba dándole el pecho a la pequeña cuando entró un cliente, dijo buenas noches, ¿me pone usted un whisky? Yo no solté a mi hija, le puse un vaso, dos piedras de hielo y un etiqueta negra”.

Raque Navarro admite que “como me acuesto a las tres de la madrugada y me levanto a las siete, pues con el mismo pijama la llevo. No me bajo del coche, ahora, pero cuando era pequeña me ponía una chaqueta sobre el pijama y me bajaba del coche sin ningún remordimiento”.

Y Ariadna Méndez aún se ríe cuando cuenta que a su hijo le dieron un premio por un cuento en el que “hablaba de una pastelería famosa, en la que se formaban colas, pero un día su dueño entró y encontró todas las vitrinas vacías, no había sino migas y encontró a su nieto a punto de reventar. Y lo dijo con tanto entusiasmo que empezó la gente a reírse”.

En la familia de Rodica Gurau hay una frase que todavía usan: “me cuido yo solo”. Y es que una tarde que su cuñada fue a cuidar al niño le dijo, siéntate y ponte a ver los dibujos que yo voy a dormir media horita. Y él contestó: ¿y yo qué hago, me cuido solo?”.

Y en casa de Priscila Gamonal se come pato-pollo, desde que fue a recoger a su hijo de año y medio a la guardería y lo llevó al restaurante. “Tenía la pastelería toda llena de patos asados porque teníamos un banquete, senté al niño al lado y me puse a deshuesar los patos y dijo mamá yo quiero y le respondí, toma, prueba pato-pollo. Y así se ha quedado pato-pollo en casa”.

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