conversaciones en los limoneros

“Me salvaron de la corrupción del poder mis orígenes campesinos y mi raza de viejos luchadores”

El exmagistrado Eligio Hernández declara a DIARIO DE AVISOS que a Juan Carlos I “nadie ha podido negarle lo que hizo bien”
Eligio Hernández Gutiérrez

No cabe su currículo en estas páginas y por eso tengo que resumir: “Hazlo, porque tú tienes capacidad de síntesis, al contrario que yo”, me dice Eligio Hernández Gutiérrez (El Pinar, 1947). Eligio lo ha sido todo: abogado, juez, magistrado, impartió justicia en Telde, Icod, Granadilla, La Orotava, en el Tribunal Superior de Justicia de Canarias y en la Audiencia Nacional. Ha sido gobernador civil, delegado del Gobierno, fiscal general del Estado, diputado regional y miembro del Consejo de Estado y del Consejo General del Poder Judicial. Es miembro de la Academia Canaria de la Lengua y vicepresidente de la Fundación Juan Negrín y está en posesión de altas condecoraciones de este país. Es de los jueces reacios, muy reacios, a meter a la gente en la cárcel, al contrario que otros, y más de una vez le entraron dudas a las cuatro o las cinco de la madrugaba, cogía su coche y se iba hasta la prisión a poner en libertad a alguno que había mandado a chirona, tras reflexionar sobre la injusticia de la medida. Yo lo pondría en mi galería personal de hombres extraordinarios y es amigo mío; desde niños. Compartimos muchas ideas, yo desde mi agnosticismo y mi ignorancia, él desde sus raíces cristianas profundas y desde su sólida formación jurídica. El diálogo fue fluido y claro. Tiene una esposa fantástica, Juana Dolores, y dos hijos, Eligio y Saúl, que les han dado varios nietos. A veces me repito en mis preguntas a Eligio, pero tampoco hemos hablado tantas veces en una entrevista periodística. Confiesa que en el mundo del Derecho ha tenido dos referentes: el sabio profesor Alejandro Nieto y el culto magistrado Rafael de Mendizábal. En la política existe otra larga lista de referentes: Felipe González, Alfonso Guerra, José Luis Corcuera, Joaquín Leguina, Jerónimo Saavedra. Con ellos compartió momentos felices y años de zozobra.

-Deberían tomar ejemplo de ti los jueces que se han ido a la política y han vuelto a la judicatura. Tipo Garzón.

“Debería prohibirse a los jueces que entran en política volver a ser jueces. Porque, además, ser imparcial no consiste sólo en serlo, sino en parecerlo. A mí la ley me obligaba a volver, pero había cumplido 65 años y me pude jubilar como magistrado. Y pude también cumplir mi otro sueño: ejercer la abogacía”.

-Ya no pasas por el despacho.

“No, mi hijo Saúl lleva los despachos de Tenerife y Las Palmas. Las cosas han cambiado en este mundo. Ahora la gente no acude a consultarte en persona, todo se hace por teléfono o por videoconferencia. Y los abogados tampoco compran libros de Derecho, sino que existen bases de datos en donde está todo”.

-Tú siempre quisiste ser juez. Lo tenías claro desde chico.

“Sí, pero con los años me he dado cuenta de que soy más humanista que jurista”.

-Eligio. Sigo sin comprender cómo el juez y el fiscal aparecen en la sala por la misma puerta.

“Nuestro sistema no es perfecto. No lo es, desde que no instruye un fiscal los procedimientos, ni tampoco existe un juez de garantías que vigila; y ahora ya sí un juzgado que emite un veredicto. El sistema norteamericano es el más perfecto que ha creado el Estado moderno. A Trump le han allanado su casa y Trump ha sido hasta hace poco presidente. A nadie le ha temblado el pulso”.

-Has denunciado muchas veces el excesivo poder del juez de instrucción en España.

“Por eso no puede ser imparcial, porque te puede enviar a prisión, porque puede allanar tu casa y porque puede intervenir tu teléfono. Muchas veces, el defensor está vendido ante el juez de instrucción”.

-Pero ahora el fiscal tiene algunas prerrogativas más adecuadas a los tiempos.

“Sí, por ejemplo, el juez difícilmente te mandaría a prisión si el fiscal no lo pide. En esto hemos avanzado”.

-¿Llegaste a entender por qué mataba ETA?

“Yo tenía 32 años cuando tomé posesión como magistrado del Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional. Cuando llegaba un etarra ordenaba secreto del sumario y mandaba a la Guardia Civil a quitarle las esposas al detenido. Confesaban enseguida. Eran unos auténticos burros, ni siquiera sabían por qué mataban. Y yo quería averiguar por qué lo hacían pero ninguno lo supo explicar”.

-Recordarás casos que te impactaron en tu vida como magistrado.

“Sí, claro. Te voy a contar uno. Hubo un delito de falsedad, en la Casa de la Moneda. Acusaron a un hombre que se iba a jubilar en esos días, le pedían varios años de prisión. Apareció por el juzgado un chico de 16 años, su hijo, llorando. Le dije: “¿Usted está pensando que le vamos a arruinar la vida a su padre, no?”. Yo no dormía pensando en esa familia. La policía no me presentaba pruebas suficientes; se las pedí varias veces, pero no llegaban. Lo puse en libertad y creo que hice bien”.

-¿Existe soberbia en los jueces?

“Sí. Yo les pedía a los abogados que discutieran mis decisiones penales. Evitaba la prisión de los acusados a toda costa. Y es que algunos jueces no se dan cuenta de que si metes a una persona en la cárcel estás metiendo también a toda su familia”.

-Perdona que sea tan directo, pero no me quito de la cabeza, Eligio, la muerte de Ignacio González en prisión. Me gustaría saber tu opinión. Era mi amigo.

“¿De verdad que la quieres? Era mi amigo también. Mantener a Ignacio González en prisión y dejarlo morir allí fue una arbitrariedad”.

(Le comenté a Eligio que yo estoy de acuerdo con las medidas que dejan a Griñán fuera de la cárcel y coincidimos. Hablamos del poder: “Yo me di cuenta”, me dice Eligio, “de que el poder me estaba destrozando. A Garzón le ocurrió lo mismo, lo endiosaron”. Me habla de las desobediencias de los fiscales (en dos ocasiones) y en ambas la Junta de Fiscales de Sala le dio la razón. Habla de vez en cuando con un anciano Alejandro Nieto, que fue su profesor en La Laguna y por el que siente veneración. Eligio pertenece, como miembro fundador, al Círculo de Opinión Salvador de Madariaga, que ahora está dando entrada a miembros más jóvenes, cuando antes se reservaba a figuras consagradas de distintos ámbitos).

-El poder corrompe, ¿verdad?

“Sí, y te diré algo que ya he comentado en algún artículo o conferencia. A mí me salvaron de la corrupción del poder mis orígenes campesinos y mi raza de viejos luchadores”.

-¿Te consideras un ferviente republicano?

“Es que ahora no existe la necesidad de este debate. El PSOE era republicano en la Transición, pero porque pensaba en Alfonso XIII y sabía que ese rey no supo defender la monarquía. Ahora no hay necesidad de ese debate para preservar el sistema democrático. Así que…, ¿qué más da?”.

-¿Y de las últimas aventuras del rey Juan Carlos?

“A Juan Carlos I nadie pudo negarle lo que hizo bien. Y si nos referimos a los asuntos de bragueta, no hablemos de ellos, porque excepto Churchill y Roosevelt me parece que todos tendrían que tener la boca cerrada”.

(Le advierto a Eligio que a Roosevelt hay que meterlo en la lista, porque una serie noruega acaba de revelar sus devaneos con la princesa Marta, esposa del rey noruego Olaf, que residió en Estados Unidos durante parte de la Segunda Guerra Mundial. “Pues más me das la razón”, apunta mi interlocutor).

– Felipe González no siempre fue tratado con justicia.

“Felipe González fue un gran estadista y ¿sabes cuál fue una de sus obsesiones?: pues no manchar la memoria de Adolfo Suárez. Cuando Felipe tomó el poder ya había más de 20 muertos de los GAL. Felipe no se defendió de las acusaciones falsas contra él para no manchar la memoria de una de las personas que hizo posible la Transición”.

-Felipe es uno de tus referentes. Ya me lo has dicho.

“Fuentes Quintana, que no es sospechoso, uno de los padres de la economía moderna en España, dijo en cierta ocasión que Felipe, como estadista, era superior a Azaña. Y que aprendió sus lecciones de economía a la velocidad del rayo. El historiador Santos Juliá opinaba lo mismo”.

-¿Y esa moda que hay ahora de cierta izquierda de amenazar con la ultraderecha?

“La ultraderecha no viene. ¿Vamos a caer otra vez en lo mismo? ¿Por qué no con Vox y sí con Bildu? Que me lo explique alguien. Vox no ha matado a nadie y esto mismo lo ha dicho en varias ocasiones Joaquín Leguina. ¿Por qué el alcalde de Barcelona es del PSOE? Porque lo ha permitido la derecha. El miedo a la extrema derecha me parece injustificado. Hay que mirar por el interés de los españoles, no por los intereses de una sola persona. Y Sánchez ha traicionado al socialismo liberal”.

(Eligio Hernández estuvo a punto de ser director general de la Guardia Civil y ministro del Interior. Las dos veces se truncó su nombramiento y la segunda vez, siendo fiscal general, porque Felipe le dijo: “Para ministro del Interior tengo varios candidatos, pero para sustituirte a ti en la Fiscalía General del Estado no tengo ninguno”. Hubo otra oportunidad, esta vez diplomática: ocupar la Embajada de España en Cuba).

“Me la ofrecieron, pero yo le dije al ministro de Exteriores que me sentía incapaz de abandonar a Felipe en unos momentos tan duros en la historia de España. Y ese cargo sí que me apetecía; conocía a Fidel y me habría gustado muchísimo charlar con él, tratarlo a fondo. No fue Felipe quien me pidió ser embajador y por eso me negué. Me habría gustado”.

-De los personajes nuestros a los que trataste, tú siempre hablas de José Padrón Machín, cronista, procurador de los tribunales en El Hierro, viejo socialista.

“Íbamos charlando por el monte de El Pinar, solos, y él miraba para todos lados, bajaba la voz, como si pudieran escucharnos. Era un tipo estupendo. Aprendí mucho de él. Machín siempre decía: primero, Cervantes, luego, política”.

-Ya eres un viejo luchador. ¿Quién fue el mejor?

“Barbuzano”.

-¿Y Garampín y Camurria?

“Sí, pero Barbuzano fue el más completo de todos”.

-Para terminar, vuelvo al mundo de la justicia. ¿Está desprestigiada la nuestra?

“No, la carrera judicial española es honesta y competente, pero el Consejo General del Poder Judicial ha sido un desastre. Vuelvo a los Estados Unidos y digo que no hay más que adoptar este sistema, donde el presidente propone a los magistrados del Tribunal Supremo y el Senado los ratifica o no. Son cargos vitalicios. Y lo mismo en los tribunales superiores de los principales estados, en los que el gobernador propone a los jueces y la Asamblea Legislativa los ratifica o no, siempre evaluados por una comisión de sabios que estudia las sentencias de los candidatos de una manera anónima y luego recomienda a los mejores”.

(No nos ha dado tiempo de hablar de Juan Negrín, ni del trabajo de la Fundación, ni de aspectos reservadísimos de la República, ni de su liquidación. Siempre con este hombre se me quedan cosas en el tintero, pero ya habrá ocasión. Tampoco somos tan viejos).

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