lo que los ojos no ven... en la laguna

El convento de San Diego del Monte

Foto: Mari Cruz del Castillo Remiro

El monte de álamos próximo a la laguna fue el lugar elegido por los franciscanos descalzos de la provincia de San Diego en Canarias, para la fundación de su convento, por voluntad de don Juan de Ayala Dávila y Zúñiga (1577), que dispuso en su testamento (Garachico 1615), ante Gaspar Delgadiño, que la mitad de sus bienes y derechos fueran destinados para que en un plazo de cuatro años se fundara el monasterio, añadiendo la condición que si no se hiciera en ese tiempo, dejaba sus bienes bajo las mismas condiciones a los dominicos de Candelaria.

Al no recibir los franciscanos la voluntad prometida, pusieron un pleito en 1619 a don Luis de Interián, cuñado y administrador del fundador, donde reclamaban su herencia. El proceso judicial fue suspendido argumentando el albacea que, al no haber fallecido el testador, no se podía disponer de la herencia. El 29 de enero de 1641 se apela la sentencia favorable a los franciscanos y cinco años después la Orden recibe parte de lo prometido. El convento empezó a construirse ese mismo año.

Otros pleitos se plantearon entre las partes y se añadió uno nuevo por los dominicos de Candelaria, que argumentaron que se había sobrepasado los cuatro años que puso como condición el fundador, resuelto por el obispo ganaron por sentencia de la Real Audiencia de Canarias los dominicos el 20 de agosto de 1664, expulsando al administrador Miguel Interián de Ayala. Los dominicos empezaron a construir el convento para no incurrir en el mismo error que la otra orden religiosa. La Congregación de Cardenales reunida el 2 de abril de 1667, decretó finalmente que los bienes de don Juan de Ayala debían devolverse a los recoletos franciscanos. Las obras se terminan en 1672. Posteriormente los franciscanos iniciaron una reforma radical del templo, abriendo una puerta principal y dos colaterales, y edificando una espadaña y un presbiterio, que terminó en 1695.

Con motivo del intento de asalto a Santa Cruz del Almirante Blake el 30 de abril de 1657. En la zona conocida por la Huerta de los Melones (Cuartel de Almeida) se aproximaron tres barcas inglesas, dos de las cuales huyeron, ante la acción de las tropas del capitán don Tomás de Nava, que al estar enfermo en La Orotava ocupaba el mando el alférez don Cristóbal Lordelo. Una de las barcas fue rescatada y entregada al Señor de La Laguna (Santísimo Cristo), siendo recibida por fray Sebastián de Sanabria, con el objeto de que esta embarcación la usaran los franciscanos desde el Convento de San Diego al de San Miguel de Las Victorias (Convento de San Francisco).

EL SIERVO DE DIOS

Fray Juan de Jesús, conocido en La Laguna como el Siervo de Dios, fue un antiguo aprendiz de tonelero que nació en Icod de los Vinos. Bautizado el 20 de diciembre de 1615. Ingresó en el convento lagunero de San Diego, después de haber pasado por el del Puerto de la Cruz. Vivió humildemente en una choza que él mismo fabricó. Como fraile lego cuidaba la finca, acarreaba el agua de la fuente, ayudaba a misa, pedía limosna por las calles y despertaba todas las mañanas a sus compañeros frailes.

En el sepulcro del Siervo de Dios, que falleció el 6 de febrero de 1687, dice en una lápida: “Fue religioso de rarísima humildad y pobreza, de asombrosa penitencia y de altísima contemplación. Con el dulce encanto de su palabra y ejemplo ponía fuego de amor de Dios en los corazones más tibios y con sus fervorosos clamores sobre el juicio, terror saludable en los más obstinados”.

En 1805 el convento tenía cinco frailes y dos legos, y con motivo de la supresión de órdenes religiosas de octubre de 1820 tuvo que cerrar sus puertas el 3 de julio de 1821, aunque reabrió las mismas cuatro años más tarde. Con el Decreto de Desamortización (21-02-1836), y a pesar del intento del ayuntamiento lagunero de transformarlo en hospicio, no fue posible porque la casa convento ya había sido sacada a subasta, y en 1839 el monasterio, su iglesia y las tierras de alrededor fueron vendidas a don Juan P. Meares, según Alejandro Cioranescu.

El día 27 de marzo de 1906, con motivo de la visita a La Laguna del Rey don Alfonso XIII, acompañado de la infanta María Teresa de Borbón y Fernando de Baviera, después de ver el Santuario del Cristo, el Instituto General y Técnico de Canarias y el Palacio Episcopal, la comitiva real se trasladó al antiguo convento de San Diego por la alameda que en su día mandó plantar el Corregidor don Agustín Gabriel del Castillo Ruiz de Vergara, que conducía a través de un paraje rodeado de jardines y árboles, hoy Camino de San Diego, al pórtico de entrada que conduce a la ermita. El motivo de la visita fue que la directora del entonces colegio de las Asuncionistas, que en esa fecha ocupaba las dependencias del antiguo convento, había sido la educadora de la infanta María Teresa.

La ermita, de una sola nave, tiene 21 metros de largo por 9 de ancho, el piso es de loseta de cerámica antigua y su artesonado de teja árabe a cuatro aguas. Después de un largo periodo de abandono fue restaurada, inaugurándose para el culto el 13 de noviembre de 2009, festividad de San Diego de Alcalá.

LA FUGA DE SAN DIEGO

La conocida como Fuga de San Diego tiene su origen en el Instituto de Enseñanzas Medias de Canarias fundado en 1846, heredero de la desaparecida Universidad Literaria de San Fernando en 1845.

Aunque el comienzo de la fuga se relaciona con la llegada del profesor Diego Jiménez de Cisneros y Hervás, situándola por primera vez en el año 1919, esta fecha no pudo ser correcta dado que en ese año y en el anterior, se sufrió la tristemente pandemia conocida como “gripe española”. El profesor Jiménez Cisneros, arqueólogo y profesor de Física y Química, obtiene plaza en el Instituto lagunero en 1915, llegando a ser vicedirector de este. En 1919 ocupa la cátedra de Química, hasta 1922 que regresa a la península.

Los estudiantes de bachillerato ya se fugaban para asistir a la romería de San Diego y pasar el día en el monte que rodeaba a la ermita, antes de la llegada del profesor Cisneros. La pretensión de dicho docente de poner un examen ese día no funcionó, convirtiéndose la fuga, que hasta ese momento era algo testimonial, en una tradición que se ha mantenido hasta ahora.

A partir de los años 50, los estudiantes del último año de bachillerato, eran los encargados de organizar la fiesta con motivo de la fuga, ya no sólo para asistir a la romería, sino también a los bailes que se organizaban en los alrededores de la ermita. Más tarde los bailes se trasladaron a distintas salas del centro de la ciudad, como el Hotel Aguere, la cancha Anchieta, el Teatro Viana y posteriormente al Club A Go Go.

Lo que se entiende por la fuga de San Diego en nuestros días no tiene nada que ver con la tradición que consistía en asistir a la ermita, contar los botones del fundador del convento Juan de Ayala, y pasar un día agradable en ese bello rincón lagunero. Hoy la fuga es generalizada en casi todos los centros educativos y prácticamente no se visita la ermita.

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