El 23J de 2023 será una fecha de un periodo de la historia electoral de este país que solo el tiempo dirá cómo acabó. Han pasado dos meses desde las elecciones generales celebradas ese día y hemos dado vueltas y vueltas sin movernos del mismo sitio. El candidato Núñez Feijóo puede darse con un canto en los dientes. Ayer, en el Congreso, no consiguió en primera instancia la investidura para ser presidente, pero ya parece prácticamente seguro que se ha ganado la de líder del PP para esta legislatura. Al menos salva el empleo.
Acaso ese era el primer propósito del político gallego, que la noche de aquel 23J escuchó con estupor corear el nombre de la presidenta de la comunidad de Madrid, “¡Ayuso, Ayuso!”, entre los seguidores del PP reunidos frente al balcón de Génova bajo la desolación de ser la lista más votada pero de no haber consumado, por cuatro votos, el objetivo de llegar a la Moncloa.
Feijóo afirmó en 2014 que Galicia era “una nación sin Estado”. Ahora no se le ocurriría decir tal cosa ni su partido se lo consentiría. En Tenerife fuimos testigos el 6 de septiembre de una de esas declaraciones suyas de las que no tarda en arrepentirse. Fue cuando aquel miércoles, en que se entrevistó con Clavijo en Santa Cruz para atar el voto de Cristina Valido, dijo que había que “buscar un encaje del problema territorial de Cataluña”.
Esa misma tarde, un comunicado del PP borró lo dicho porque no sentó bien en la sede catalana del partido. A Feijóo, como a Borja Sémper, lo que le apetece es hablar en gallego en la Carrera de San Jerónimo. Pero lo excomulgarían en los dominios territoriales de Ayuso. Feijóo se ha debido enmendar en varias ocasiones durante estos dos meses. Ayer perdió la primera votación (172-178), con los únicos apoyos de Vox, UPN y CC, a la espera de mañana, no sin trastabillarse en asuntos que le han podido restar credibilidad. Empezó cortejando al PNV como aliado potencial para los votos que le faltaban, pero, en vista de que no era posible, mandó hurgar en las heridas del histórico partido nacionalista vasco ahondando en las diferencias entre el lehendakari y el líder del Euzkadi Buru Batzar, entre Urkullu y Ortuzar, sin éxito.
Hizo lo mismo en el PSOE, cuando le dio al PP por invocar unos cuantos posibles tránsfugas de la línea discordante de García-Page. Ni las gruesas críticas de Felipe González y Alfonso Guerra al mantra de esta investidura (la sospecha de la amnistía que fragua Sánchez para el procés) animaron el cotarro hasta el punto de que surgieran esos pages que acudieran a su rescate. El propio presidente socialista de Castilla-La Mancha despejó cualquier duda: “Conmigo que no cuenten”.
El portavoz del PNV, Aitor Esteban, sentenció ayer el resultado de las cizañas que Feijóo ha querido sembrar en casa ajena: “Ha hecho usted más amigos”, le dijo. De manera que, a la vista del fracaso del aspirante a la hora de la verdad (salvo escandalosa sorpresa, todo apunta que mañana se repetirá la foto del escrutinio de ayer en la Cámara Baja), puede hacerse la lectura más amable para su fines: no gobernará el país, pero sí el PP. Y aun cabe extraer otro beneficio a su favor: el acercamiento a Vox.
No habían terminado bien tras dejar Feijóo a los de Abascal fuera de la Mesa del Congreso. Sin embargo, Abascal ha sabido manejar con aplomo los tiempos de esta fase de histeria en el PP. Le ofreció gratis, sin rencor, sus votos testimoniales y se mostró afectuoso con el candidato popular en su sepelio parlamentario.
En el PP ayer hablaban del funeral del viernes, pero Feijóo, al día siguiente, resucitará y seguirá siendo líder de su partido, no “un candidato de una sola bala”. Se lo ha ganado, nadie se lo puede discutir. Las expectativas de la víspera del 23J eran tan eufóricas para él que en dos meses ha tenido que moderar sensiblemente su premio: no perder el despacho en Génova. Y ahora intentar la reunificación con Vox para aspirar a esos “190 diputados” en que cifra la unidad de todo el espacio conservador.
Esta anómala investidura pasará a la historia por la confluencia de la derecha y la ultraderecha, que no es cualquier novedad, y acaso por la ley de amnistía con la que Sánchez garantice su elección dentro de unas semanas si el viernes no pasa nada y el rey designa candidato al actual presidente en funciones.
Núñez Feijóo no habrá logrado “enterrar el sanchismo” y Pedro Sánchez podrá contar a sus nietos lo del ave fénix como si fuera un genuino mito político español.