El Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de la Cruz, Periplo, dedica su undécima edición a los rituales, “un rasgo básico y compartido del ser humano, presente en todas las culturas del mundo”. Eso lo sabe bien Ignacio Jáuregui, arquitecto urbanista de profesión y aventurero de vocación, que presentará este lunes, 16 de octubre, bajo la carpa instalada en el Museo Arqueológico y junto a la periodista Rosa María Calaf, su libro Rituales. Un viaje por el hilo que nos une (Fórcola, 2023). De los bar mitzvá celebrados junto al Muro de las Lamentaciones al funeral por un magistrado inglés, o de la puesta de largo de unas adolescentes birmanas a un partido de fútbol de máxima rivalidad en Chiapas, el autor describe en su libro las ceremonias religiosas y civiles que le salen al encuentro.
-Los rituales son tema central del libro que presenta en Periplo 2023. ¿Cómo surge?
“Este libro es consecuencia de la acumulación de cuadernos de viaje a lo largo del tiempo. Poco a poco me di cuenta de que me iba fijando en determinados momentos que se podían agrupar desde el punto de vista de la ritualidad. No es tanto que yo haya ido buscándolos por el mundo, sino que me los he encontrado, y a la hora de recopilar las experiencias, el hilo conductor más interesante que he encontrado para ellos ha sido, precisamente, el de las ceremonias entendidas de una manera muy amplia. Esto me ha permitido introducir todos los rituales religiosos, pero también otros extremos, como el comercio, celebraciones familiares e incluso deportes como el fútbol, que tienen un evidente carácter comunitario”.
-¿Se podría decir que los rituales tienen cierta carga de espiritualidad?
“Este libro no es de espiritualidad, pero sí de religiones establecidas. Estas dan ese componente de ritual: son comunitarias, tienen tradición, transmiten sentimientos e ideas de una generación a otra y promueven el reconocimiento de la propia comunidad. Creo que todos estos factores son más importantes que el espiritual. En los rituales, el ser humano tiene una manera de asegurarse y de prevenirse ante los horrores del destino. Hay una necesidad de sentirse arropado, y esa necesidad la cubre el ritual. Tal y como yo lo describo, el ritual es siempre colectivo y, por tanto, es expresión de la colectividad que los realiza. Por ello, tiene mucha importancia la transmisión, cómo se forma esa cadena que va de los antepasados hasta las futuras generaciones”.
-De todos las ceremonias que reúne en ‘Rituales. Un viaje por el hilo que nos une’, ¿cuál le resultó más fascinante?
“Puedo destacar una, quizá por su lejanía y por la dificultad de acceder a ella: las celebraciones del Timkat en Etiopía. Para mí fue un privilegio conocer ese ritual. El cristianismo etíope es considerado el más antiguo del mundo. Junto a Armenia, fue de los primeros reinos que adoptaron esta religión, incluso antes que Roma. El Timkat, dentro del calendario eclesiástico, es la Epifanía, el equivalente a nuestra fiesta de los Reyes Magos. Ellos celebran la Navidad, pero, como todas las Iglesias de rama ortodoxa, el día grande no es el del nacimiento (Nochebuena), sino el de la Epifanía. Además, como ellos se rigen por el calendario antiguo, esta festividad se desarrolla sobre el 20 de enero, y no el 6, como lo hacemos nosotros. La celebración consiste en que en cada templo cristiano etíope hay un sancta sanctórum al que solo accede el sacerdote, donde hay una representación sagrada del Tabot (réplica de las Tablas de la Ley, en las que se inscribieron los Diez Mandamientos bíblicos). En uno de esos templos está el que ellos consideran el Tabot verdadero y el Arca de la Alianza (según las creencias judías y cristianas, un cofre que contiene tablas grabadas con los Diez Mandamientos). Según la tradición etíope, el Rey Salomón le confió este arca al Rey Menelik I para que lo custodiara y, desde entonces, lo tienen allí. La tradición hace que este objeto de veneración se saque en procesión una vez al año junto a todas las réplicas sagradas. Es un acto muy exótico y recuerda un poco a la Semana Santa”.
-Es curioso el apartado dedicado al fútbol como ritual…
“El fútbol tiene todas las características para ello. De hecho, este deporte tiene ese componente impráctico que también es característico de los rituales. No tiene utilidad inmediata. Por ejemplo, no es lo mismo bañarse como lo hacemos diariamente a hacer una ablución, hay un giro: haces lo mismo, pero es distinto. En las abluciones, las cadencias son diferentes, el objeto no es limpiarse literalmente, sino una experiencia más espiritual. El fútbol tiene este componente. Además, es una vivencia comunitaria, un nosotros contra ellos, que se repite semanalmente, unos cánticos, unas banderas”.
–Las fiestas de 15 años en Latinoamérica y el ‘bar mitzvá’ de los judíos, dos rituales distintos, pero con un mismo propósito: la presentación en sociedad de los adolescentes. Como estas ceremonias, ¿hay similitudes en los rituales de pueblos completamente distintos?
“Hay una parte del libro dedicada exclusivamente a los rituales familiares, es decir, las bodas, bautizos y comuniones. Podemos constatar que cada civilización tiene su manera de recibir al recién nacido, una manera de bendecir la unión de las parejas y de despedir a los muertos. Son rituales que están muy en el inicio del ser humano, son antropología, solo diferenciados por la cultura o el idioma. De hecho, es muy difícil encontrar una cultura que no festeje esos acontecimientos con un ritual. En el libro trato el bar mitzvá en el Muro de las Lamentaciones y una puesta de largo delirante de dos jóvenes en Birmania. Al final son lo mismo, adolescentes que pasan al mundo adulto”.
-En su libro, el viajero es el protagonista. Y usted, ¿viajero o turista?
“No me gusta distinguir entre viajero y turista. Este libro está escrito en tercera persona y es el viajero el protagonista, pero más allá de eso, reniego de esa distinción. De hecho, creo que todos somos turistas, porque ya está todo descubierto y porque vamos por el mundo con agencias, con aerolíneas, con seguros, con plazos limitados. Solo podemos distinguir entre los que viajan mejor y peor. Yo creo que viajo mejor porque visito ciudades con deseos de aprender y respetando cada cultura y cada ritual que encuentro”.