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Lydia Cacho: “La cultura es ‘peligrosa’ porque nos hace pensar, comprometernos y querer cambiar las cosas”

La periodista, escritora y activista por los derechos humanos ha presentado en Puerto de la Cruz 'Cartas de amor y rebeldía'
La escritora y periodista mexicana Lydia Cacho. / Isabel Infantes (EP)

Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963) es periodista, escritora y activista por los derechos humanos. Ha sido amenazada de muerte en México, por lo que vive exiliada en España. Por sus denuncias de cuestiones como el tráfico sexual, la pederastia o la violencia contra las mujeres y los niños ha sufrido atentados y ha sido secuestrada, encarcelada y torturada. Sobre todo, debido a que el periodismo la ha llevado a desvelar vínculos con el crimen organizado de algunos responsables políticos de su país. Lydia Cacho ha estado en Tenerife, en el reciente Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras de Puerto de la Cruz, Periplo.

-Ha acudido a Tenerife para participar en un festival de literatura de viajes y aventuras. ¿Cómo describiría usted su viaje, el del periodismo, la literatura y el compromiso social?
“Mi viaje por la vida es una aventura absoluta de búsqueda de la verdad, la pasión y el amor”.

-‘Cartas de amor y rebeldía’, el libro con el que ha visitado Puerto de la Cruz, es una autobiografía escrita, en gran medida, a partir de diarios y de cartas. ¿Cuándo surge la necesidad de echar la mirada atrás?
“Siempre que he necesitado recordar por qué hago lo que hago, cuando he tenido la sensación de perder la esperanza o las ganas de seguir adelante con el periodismo de investigación y la defensa de los derechos humanos de las víctimas, he regresado a mis diarios de juventud. Un poco para recuperar ese espíritu de la niña rebelde que fui. Mi editor me dijo, cuando llegué a España, que le parecía interesante que publicase una autobiografía. Mi respuesta fue que las autobiografías eran a menudo no solo un ejercicio de ego, sino que también tenían algo de travesura. Es difícil que alguien escriba una y no se mejore a sí mismo. Sentía pudor. Sin embargo, cuando mi hermana me trajo una maleta con todas mis cartas y diarios, con mis libretas de periodista, me dije que con todo eso sí podía escribir la mía: tomaré retazos de mi vida y haré una especie de autobiografía periodística. Sin retocar nada, sin reinventar nada. Mostrando a esa niña que fue creciendo hasta convertirse en la mujer que ahora soy”.

“Cuando descubres injusticias, tu historia personal pierde importancia y las de los demás ocupan el centro de la narrativa”

-¿Y qué ha sido lo más difícil de expresar con palabras en ese itinerario personal?
“La relectura de los textos despertó la añoranza. De mi familia, de mis amores, de mis amistades… Mientras lo hacía, estaba atravesando un proceso muy duro. Había llegado a España y era consciente de que pasaría mucho tiempo antes de poder volver a pisar mi país debido a las circunstancias en las que me hallaba y me hallo: denunciando a delincuentes, a políticos… Al releer extrañé a mi madre, que ya no vive… Eché de menos, en suma, a los amores más importantes de mi vida, que hoy están muy lejos de mí”.

-Ha denunciado la ‘ruta de la impunidad’ en México. La violencia contra la mujer y la infancia, el tráfico sexual, la pederastia… que consienten, o incluso son partícipes, los poderosos. Ante un enemigo con más recursos, ¿cuáles son las armas de una periodista, de una activista por los derechos humanos?
“Una de las herramientas principales que desarrollamos como periodistas de investigación es justamente entender la diferencia monumental de poder que hay entre ellos, los que cometen los crímenes, y nosotros, que intentamos documentarlos. Mis instrumentos siempre han sido la capacidad de infiltrarme en lugares donde no soy vista, o al menos intentarlo, para dar cuenta de esas realidades. Nunca he querido sentarme con un delincuente a cambio de que me cuente su historia. No me dedico a darles voz a ellos, mi misión es dársela a las víctimas. Otra herramienta es la pasión por mi trabajo, la pasión por la verdad y por respetar la dignidad de los seres humanos a quienes entrevisto”.

-Dar voz a las personas que no la tienen a veces, lamentablemente, no es un ejercicio que salga gratis. Usted ha sufrido las consecuencias, estando incluso en riesgo su vida. ¿Ha tenido algún momento de duda, de desesperanza, de pensar que igual era mejor dar un paso atrás?
“Sí, por supuesto. Muchas veces en la vida he pensado que sería imposible lograr tal o cual cosa, investigar a una red criminal en la que estaban implicados gobernadores o los narcotraficantes más poderosos del continente americano… Pero esas dudas desaparecen inmediatamente, o casi, en el momento en el que recuerdo que mi trabajo tiene un impacto real en la sociedad y que es útil para los demás. Aparte de que es muy divertido documentar qué están haciendo quienes infringen la ley: lo demuestras y aportas evidencias, ellos mienten cuando son exhibidos y tú los vas desmintiendo una y otra vez. Sí, es muy divertido poder mostrar la fragilidad que exhiben los malos en sus mentiras. Cuando hacemos bien nuestro trabajo, ellos quedan expuestos, pero hay un coste para el periodista que es enorme. He vivido con amenazas de muerte durante más de 20 años, he sufrido varios atentados, he sido torturada, he estado encarcelada y secuestrada… Pero, en fin, esa es la realidad de un periodista que vive en un país en el que tiene que cubrir una especie de guerra perenne”.

-¿Y cómo convive uno con esas presiones de quienes no quieren que hable y que escriba, de los que no desean que dé cuenta de la injusticia?
“De la misma manera en la que convive la gran mayoría de personas. No son solamente los periodistas, sino la sociedad en general. Soportamos un nivel de impunidad brutal. Cuando eres capaz de mirar a tu propio entorno, a tu comunidad, y descubres las injusticias, aprendes que tu historia personal pierde importancia en el momento en el que las historias de los demás son el centro de la narrativa”.

“No me siento ante un delincuente para que me cuente su historia; no le doy voz a ellos, sino a las víctimas”

-Usted tuvo que abandonar México para salvaguardar su seguridad. Hace menos de dos años obtuvo la nacionalidad española. ¿De qué manera siente la experiencia del exilio?
“Es muy compleja. Soy una persona que difícilmente tiene miedo, ya desde niña me di cuenta de que era poco miedosa. Pero ha sido necesario un trabajo emocional muy profundo, importante, terapéutico. He tenido que buscar una nueva forma de vida. Quería estar cerca del mar, no podía alejarme de él. Toda mi vida he estado junto al mar y los dos primeros años en Madrid han sido muy complicados, a pesar de que me parece una ciudad hermosa. Siempre he buscado la calma, estar en un contacto muy directo con la naturaleza. De manera que, poco a poco, estoy reconstruyendo mi vida. No es sencillo. A los 60 años, lo que quieres es seguir trabajando, continuar creando, pero ya no quieres volver a empezar; pero la vida me ha llevado aquí y es lo que hay”.

-¿Ha cambiado su mirada sobre México desde España?
“Sí. Siempre he sido muy realista con respecto a cómo funcionan los sistemas políticos y cómo se limita nuestra mirada sobre un país determinado, ya sea el mío o cualquier otro, a partir de los clichés, de lo que algunos medios comunican… Se exacerban casi siempre los males y se minimizan todas las cosas buenas… Viviendo en España he podido comprobar que, a pesar de todos sus problemas y crisis, los mexicanos y las mexicanas son personas que gozan mucho de la vida cada día. A veces tengo la impresión de que aquí, en España, una gran mayoría de personas se quejan mucho y dan por hecho libertades, privilegios y elementos de protección que les ofrece el Estado que en muchos otros países no tenemos. Todo esto me ha hecho volver a valorar esa parte del temperamento mexicano, y latinoamericano en general. Tal vez porque aprendimos muy pronto a convivir con tanta desgracia y sabemos disfrutar las pequeñas felicidades cotidianas”.

“La pregunta esencial es qué estoy dispuesto a sacrificar de lo mío para que otros sin esos privilegios puedan vivir mejor”

-Estamos en el siglo XXI y, sin embargo, en Estados que asumimos como democráticos siguen produciéndose violaciones de derechos esenciales de las personas. ¿Qué nos falta, a qué hemos renunciado?
“Hay muchos elementos para una discusión de ese calibre. Aún no hemos discutido a fondo hasta dónde estamos dispuestos a sacrificar aspectos de nuestra seguridad personal y de nuestra tranquilidad económica para luchar contra el capitalismo salvaje, que promueve las guerras que necesita para sobrevivir y crea un entorno de inseguridad perenne, que a su vez nos hace sentir un miedo constante. El pánico que generan todos estos líderes mundiales lo estamos viendo en este momento con Israel y la ocupación de Palestina, lo vemos en Ucrania con Rusia, con el posicionamiento de esos líderes del mundo… La pregunta esencial, a partir de la cual yo también comencé a hacer periodismo, tiene que ver con todo esto. ¿Qué estoy yo dispuesta a sacrificar de lo mío para que otras personas, que no tienen mis habilidades o mis privilegios, puedan vivir mejor? Si nos situamos en el privilegio sin mirar a nuestro alrededor, suceden esas cosas. Hay políticos que saben muy bien que pueden continuar haciendo con el mundo lo que quieran porque no nos implicamos todos y todas de la misma manera, con la misma contundencia y con la misma estabilidad. No es lo mismo salir a manifestarte un día al año que hacer un trabajo diario, por pequeño que parezca, para sostener la defensa de las libertades y de la igualdad”.

-En agosto denunció la censura de una obra teatral suya, ‘Infamia’, que se iba a representar en Toledo, cuyo Ayuntamiento gobiernan PP y Vox. Parece que nada ni nadie garantiza que esa lucha por la libertad y la igualdad se haya ganado en Europa.
“Creo que no hay un solo país en el mundo donde la libertad y la igualdad estén garantizadas. Siempre estamos sujetos a la fragilidad, que responde a los valores de la ultraderecha y del capitalismo salvaje… Es el péndulo en el que vivimos los seres humanos. Se debe intentar vivir con tranquilidad y disfrutar del estado de bienestar. Eso es importante, sin duda: tenemos una sola vida. Pero debemos hallar un equilibrio entre ese goce de la vida cotidiana y el compromiso con nuestra comunidad, el compromiso social y, en mi caso, el compromiso con el trabajo periodístico. En cuanto a Infamia, jamás me imaginé que pudieran llegar a censurar esta obra que lleva más de año y medio girando por España. Y eso tiene que ver con prejuicios ridículos de unos funcionarios públicos de medio pelo, que creen que este tipo de historias sobre la libertad son peligrosas. Para todos los políticos retrógrados del mundo, la cultura resulta peligrosa, porque nos hace pensar. Y pensar nos lleva a comprometernos. Y comprometernos nos lleva a cambiar las cosas”.

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