La excepcional ola de calor de la primera quincena de octubre en Canarias, la de mayor duración en 60 años fuera del periodo de verano, según la Agencia Estatal de Meteorología, que disparó los termómetros por encima de los 35 grados en todas las islas, sin excepción, ha activado las alarmas sobre la falta de infraestructuras en el Archipiélago preparadas para hacer frente a un calentamiento global que pisa el acelerador. El ejemplo más evidente ha sido la suspensión de las clases por primera vez en colegios e institutos los pasados días 11 y 13 debido a las altas temperaturas.
Pero este episodio térmico anómalo también ha puesto de manifiesto el déficit de espacios acondicionados que sirvan, en un momento dado, de protección a la población frente a temperaturas extremas en ciudades, pueblos y barrios, donde este fenómeno se agrava por el denominado efecto “isla de calor”, es decir, la acumulación de radiación durante el día en el asfalto y el hormigón y su liberación por la noche, lo que aumenta aún más la sensación de bochorno.
Cada vez son más las ciudades que apuestan por refugios climáticos, que son espacios al aire libre, como parques y ramblas con abundante vegetación y fuentes, o instalaciones públicas interiores, como pueden ser polideportivos refrigerados o centros educativos abiertos en verano, donde la ciudadanía, y especialmente la población más vulnerable, pueda guarecerse del sofocante calor y de la acción directa del sol. Aunque el concepto es aún incipiente, ciudades como Barcelona, con 227 espacios públicos donde refrescarse (incluidos museos y bibliotecas), y Bilbao, con 130 (entre ellos varios centros comerciales), marcan el camino frente a la crisis climática. Es una de las respuestas de emergencia para evitar que el calor acabe por transformar las ciudades en lugares inhabitables.
En el sur de Tenerife, donde, como ya ha informado este periódico, asociaciones de vecinos, organizaciones ecologistas y arquitectos reclaman “más árboles, toldos y pérgolas y menos cemento” en plazas, paseospeatonales y aceras, se están dando algunos pasos, pero todavía insuficientes para una comarca con una elevada población (fija y flotante) y tantas horas de sol al año.
Uno de los grandes escudos vegetales frente al calentamiento global será el Parque Central de Adeje, un bosque productivo único en Canarias de más de 30.000 metros cuadrados que reunirá 25.000 especies vegetales. Es, hoy por hoy, la apuesta urbana de estas características más ambiciosa en Tenerife, que actuará como sumidero de carbono para reducir las emisiones contaminantes y ofrecerá al visitante un gran jardín botánico con una laguna de 290 metros cúbicos, humedales, árboles y palmeras.
Otros proyectos destacados de refugios climáticos en el sur de la Isla serán los dos parques de 25.000 metros cuadrados cada uno del plan parcial de El Mojón, en Arona, que se convertirán en espacios públicos desde que sean recepcionados por el Ayuntamiento; el parque sostenible de Piedra Hincada (Guía de Isora), con placas fotovoltaicas para abastecerse, que permitirá el disfrute del medio natural a través de vegetación y agua a través de acequias y una gran charca, o el bosque comestible de la Huerta Grande, en Vilaflor de Chasna, una finca agrícola abandonada que abarca una superficie de 23.500 metros cuadrados y que se convertirá en un vergel en el que la agricultura ecológica será la gran protagonista, en línea con la estrategia marcada por Naciones Unidas de promover espacios verdes que contribuyan a reducir los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera y a generar recursos alimenticios.
Pero, además de los nuevos pulmones que ayudarán a respirar un aire más limpio en el sur de Tenerife, la comarca precisa ampliar sus refugios climáticos. Cada vez se escuchan más voces reclamando nuevas zonas urbanas de sombra, ciudadanos que se preguntan cómo es posible que se instalen parques infantiles sin un simple árbol, una pérgola o una carpa que den algo de sombra en lugares en los que el sol brilla todo el día. Son los mismos ciudadanos que recuerdan a las administraciones públicas que acondicionar estos espacios no es un gasto sino una inversión en salud.
En este sentido, hay que recordar que, según un estudio del Instituto Salud Global de Barcelona (ISGlobal) publicado en la revista Nature Medicine, el año pasado se registraron 11.300 muertes atribuibles a las altas temperaturas en España.
Aunque los expertos sostienen que a medio y largo plazo se debería planificar una estrategia global para conseguir un enfriamiento de las ciudades, a nadie se le esconde que medidas como los refugios climáticos, más allá de buscar el refresco en un centro comercial (alejados, por cierto, de los barrios), son parte de la solución para dar una respuesta inmediata a la emergencia climática. La última ola de calor nos lo ha vuelto a recordar.