En días y horas en las que, alegre, irresponsable y gratuitamente, algunos/a (énfasis en esa “a”) hablan de “golpe de Estado” y “dictadura” por no poder gobernar tras unas elecciones limpias y libres en una potencia europea, conviene recordar que el último golpe y régimen totalitario triunfantes en España (encima, de 40 años) se ideó y partió en gran parte de Tenerife. La asonada se consumó el 18 de julio de 1936 porque ciertos sectores muy marcados del Ejército, los terratenientes, la aristocracia, burguesía, iglesia y la derecha en general no habían aceptado los resultados electorales de febrero y el Gobierno del Frente Popular.
Esto se tradujo en la detención y represión de muchos canarios fieles a la II República porque, salvo algunas importantes excepciones en La Gomera y La Palma, en el Archipiélago pronto se impusieron los golpistas y la subsiguiente guerra se desarrolló básicamente en la Península con el apoyo a los sublevados de la Alemania nazi y la Italia fascista (clave para que pasaran de Marruecos a Andalucía), el tibio respaldo de Stalin al Gobierno legal y la indiferencia garrafal (luego vino lo que vino con Hitler) de Inglaterra, Francia y otras potencias, con la salvedad de las Brigadas Internacionales.
Esa imprescindible memoria se ha reforzado durante esta semana con la publicación, por fin y tras una larga espera, de un documental de 50 minutos que han editado el Cabildo de Tenerife y el Ayuntamiento de La Orotava (con casi 15.000 euros de inversión) sobre uno de los hechos más relevantes y desconocidos del conflicto fratricida en Canarias: la fuga de Villa Cisneros (1937), el campamento-fuerte situado en El Sáhara al que los golpistas llevaron a algunos de los líderes políticos y sindicales más importantes de las Islas para anularlos y evitar que se contrarrestara el ataque reaccionario a la legalidad establecida.
La fuga aglutinó a 189 personas, con soldados y la tripulación del Viera y Clavijo
Como se concluye al final del documental, se trata de una historia que, de haber ocurrido en EE.UU., podría ser ya un incunable del cine si la dirección, producción y demás estuvieran a la altura. De momento, y tras un libro pionero (no hay más) del historiador orotavense José Manuel Hernández, lo que hay es un documental que dignifica la vida de hasta 189 personas que, entre los deportados, soldados que se sumaron a su fuga y la mayoría de la tripulación del buque Viera y Clavijo (no los oficiales), acabaron arribando en Dakar (Senegal). Desde allí, 153 se embarcaron hasta Marsella, cruzaron los Pirineos y se unieron a la República, a sus frentes, retaguardia o administración.
Según recalca Hernández en declaraciones a DIARIO DE AVISOS, se trata de la huida más importante de la guerra civil por haber tenido éxito (las hubo con más personas, pero fracasaron) y por su relevancia simbólica. Encima, “no ha sido nunca tenida en cuenta en la historiografía de la guerra española”.
Aunque cada uno de los 47 deportados iniciales son claves y pese a que los 189 finales demuestran el peso de lo ocurrido, el documental se centra en dos orotavenses luchadores de los más desfavorecidos: los hermanos Lucio y Manuel Illada.
Aparte de Hernández, en el documental (disponible ya en YouTube) participan de forma protagónica Cecilia Domínguez Luis, sobrina nieta de Lucio y Manolo, y Ramiro Vivas, doctor en Historia que no para de remarcar la relevancia de estos hechos, que por fin se puedan difundir en formato audiovisual, de su potencial cinematográfico y de que Hernández los sacara a la luz con su libro Villa Cisneros 1937, la gran evasión de los antifascistas canarios.
Los Illada pertenecían a una familia adelantada a su época. Su padre, Emiliano (procurador en Cortes), era masón y su madre, Cecilia, también entró en la masonería, sabía francés y, según subraya su sobrina nieta, tenía una gran cultura general. Más allá de la masonería, que da para infinitos debates, lo que tenían claro eran las ideas republicanas y la igualdad, libertad y fraternidad de la Revolución francesa.
Esto marca a los hijos y Lucio ya deja muestras al desertar del ejército en 1923 durante las guerras coloniales en África. Encima, lo hace pese a que su familia le propuso pagar para librarse del cuartel (así era cierto “patriotismo” entonces y también después), pero, por principios, se negó y se exilia en Cuba bajo el argumento de que no debía pagarse “para que muriese otro en mi lugar”. “Es de una honestidad impresionante”, remarca su sobrina nieta en el documental.
Regresa a Tenerife con gran conciencia política y empieza a comprometerse con los movimientos sociales. Dirige el periódico Decimos, editado en el Valle de La Orotava, “uno de los arietes para luchar contra el caciquismo, la monarquía y por la instauración de la república”. Se convierte en uno de los líderes de la izquierda del Valle, es uno de los fundadores de la Agrupación Socialista orotavense, secretario de la Federación de Trabajadores, edil local desde el 31 y primer teniente de Alcalde hasta el 33.
En 1934, hay una huelga de un mes y medio en el Valle que paralizó la producción platanera (5.000 jornaleros) y él estuvo al frente, lo que le costó un destierro a Fuerteventura. A su vuelta, formó parte del Frente Popular (ya en el PCE) y fue clave en la campaña de febrero de 1936, tras la que es elegido compromisario para la elección de presidente y gestor, consejero del Cabildo y presidente de la Mancomunidad Interprovincial de Cabildos.
Manolo, por el contrario, era maestro y “mucho más tranquilo. Tenía una visión casi idealista de la educación, de la que creía que lo era todo”, explica Cecilia. Lo designan delegado regional del Trabajo y, desde 1934, ejerce la enseñanza en Los Silos. “Lo primero que hizo al llegar fue meter el crucifijo en una gaveta. No lo tiró, pues era respetuoso con las ideas de los demás, pero estaba muy convencido de lo que hacía”.
Según explica Vivas, el golpe de Estado se había preparado muy bien y los militares reaccionarios sabían que debían controlar las capitales y municipios claves, como La Laguna y La Orotava, para capturar a los principales líderes obreros. Así, a Manolo lo detienen el 19 de julio en Los Silos y a Lucio, ese mismo día en Santa Cruz. Son trasladados a cárceles de la capital y, al poco, a barcos prisión que se habían llevado al puerto, “lo que se conoció como el Archipiélago fantasma”, según Hernández.
Con informes previos, se hace una criba (sobre todo de los principales cargos del Frente Popular) y se decide deportar a 37 presos políticos porque no había más capacidad en las posesiones españolas en el norte de África. Se les traslada a Villa Cisneros, campamento-fuerte de Sajla (Sáhara español). Entre los deportados se encuentran, entre otros, los hermanos Illada y Pedro García Cabrera, el poeta, concejal y dirigente clave del PSOE. También los hay de la CNT, un pequeño grupo de comunistas y de Izquierda Republicana. Esto ocurrió el 19 de agosto, cumpleaños de Cabrera, tal y como reflejó en sus poemas.
Tras un mes en condiciones durísimas, los llevan en el buque Viera y Clavijo a Villa Cisneros, “campamento con un día a día muy duro, donde los albergan en jaimas a las afueras, rodeados de alambradas y custodiados por saharauis”, dice Hernández.
Allí fueron sometidos a trabajos forzados. Siempre tuvieron la sensación de que los iban a fusilar y que nadie se enteraría, por lo que pensaron desde el principio en fugarse. Al poco, a 14 los trajeron de vuelta a Tenerife para ser juzgados y, tras consejos de guerra, hubo dos fusilamientos: el de Francisco Sosa y Rodrigo Coello, líderes anarquistas. En febrero de 1937, solo quedaban 23 y un pequeño grupo de comunistas, liderado por Lucio, empezó a idear una fuga.
Entre los soldados (de 22 y 23 años y la mayoría jornaleros), había un cabo del Puerto, Luciano Minguillón, barbero que hacía la mili, que conocía a Lucio por estar en los sindicatos y que pertenecía a los soldados que aspiraban a pasarse a los republicanos. “Los soldados sabían que el Viera y Clavijo arribaría en la madrugada del 14 de marzo y se organiza el plan para ese día. Los cabos encargados de la vigilancia logran sacar algunas armas para dárselas a los deportados y empieza la toma del fuerte. Un grupo se dirige a controlar a los oficiales y el alférez, jefe accidental del destacamento, Francisco Malo Esteban, ofrece resistencia, sale con una pistola, empieza a disparar a bocajarro, mata al soldado Virgilio Munuera. Lucio se coloca a su espalda, intenta inmovilizarlo y quitarle el arma y, en el forcejeo, hiere a Lucio en un brazo y una pierna, pero, como era muy corpulento, logra paralizar al militar, que recibe un disparo desde una azotea de soldados francotiradores que apoyaban la sublevación y cae muerto”, detalla Hernández.
Una vez apresados los oficiales, controlada la radio y el aeródromo, y destruido el campamento saharaui, los huidos se hacen con el Viera y Clavijo, detienen a los oficiales y el resto de la tripulación se les suma. Los hechos no se conocen en Canarias hasta varios días después y la reacción más dura de los golpistas fue contra los familiares, pues se retiene como rehenes a muchos, entre otros a Emiliano Illada, hermano de Lucio y Manolo. Se intensifica el proceso represivo contra los militantes de las organizaciones obreras y, en La Orotava, seis personas son trasladadas al cuartelillo de Falange, torturadas y mueren dos.
Con el barco, los huidos (ya 189) se dirigieron a Dakar (Senegal), pero sin bandera republicana, sino la adoptada por los reaccionarios golpistas (aún vigente por la Transición). Sin embargo, una de las pasajeras del barco se ofrece a confeccionar un paño republicano con su traje “y así poder ser reconocidos con ese pabellón”, indica Hernández. Desde Dakar, se fueron en cuatro expediciones a Marsella un total de 152, que pasaron a zona republicana y se unieron al Frente Antifascista de Canarias, que presidió Lucio, designado jefe de cooperativas del Ministerio de Agricultura. Mientras, Manolo se incorporó a las colonias escolares en Alicante.
Al acabar la guerra, casi todos son ingresados en campos de concentración. La madre de Cecilia le contó que Lucio se había cambiado el nombre, pero alguien lo reconoce y “lo delata sin querer”. Se los traen a Canarias, se les abre juicio militar y a Lucio se le fusila enseguida por la fuga y por atribuirle la muerte del alférez. Lucio se defiende porque tenía nociones de derecho, pudo demostrar que no lo había matado, el propio fiscal lo corrobora, pero el juicio fue una venganza de los terratenientes, la sentencia estaba prefijada y lo fusilan el 13 de enero de 1940.
En el caso de Manuel, se tarda más y, aunque la familia recoge firmas para salvarle y las lleva, incluso, al Estado Mayor en Madrid, un oficial les dice que el Generalísimo (el ya dictador, vaya) “no firma ningún indulto hasta que se ha cumplido la sentencia”. Vuelven desolados y, llegando el barco aquí, fusilan a Lucio. Encima, “mi abuela decía que a Manolo lo habían puesto como telegrafista por ser maestro y recibió el telegrama de su propio fusilamiento, que tuvo que entregar y que se cumpliría al día siguiente. Tuvo que ser de lo más duro”, lamenta su sobrina. Su muerte fue en noviembre del 40.
Como resume Cecilia, “sus muertes nos sirvieron de acicate para seguir en la lucha”.