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André Heller-Lopes: “Hay que reinventar el arte; sin las cadenas de ser clásicos ni de ser contemporáneos”

El director de escena brasileño asume el nuevo montaje de 'Rusalka', la ópera de Antonín Dvorák, que estrena el Auditorio de Tenerife, en la capital de la Isla, los días 5, 7 y 9 de marzo
André Heller-Lopes, director de escena brasileño. / Sergio Méndez

El Auditorio de Tenerife pone en escena los días 5, 7 y 9 de marzo (19.30 horas) Rusalka, la ópera en tres actos con música de Antonín Dvorák y libreto de Jaroslav Kvapil que se estrenó en Praga en 1901. Se trata de una producción propia del espacio escénico de la capital tinerfeña con un elenco internacional encabezado por la soprano española Ángeles Blancas, dirección musical de Paul Daniel y escénica de André Heller-Lopes. Con este último mantuvo una charla DIARIO DE AVISOS.

-Debuta en España con ‘Rusalka’. ¿Qué significa para usted este estreno y, también, hacerlo con la ópera de Dvorák?
“He vivido muchos años en Europa, en Portugal, en Reino Unido, en Alemania…, y siempre hubo proyectos para trabajar en España, en Barcelona, en Madrid, pero por un motivo u otro, como la pandemia, no llegaron a concretarse. Ahora llega Rusalka, justo cuando se cumplen 120 años del fallecimiento de Antonín Dvorák (Nelahozeves, 1841-Praga, 1904). Es una ópera espectacular, porque tiene algo de la herencia de Wagner, posee un vínculo muy estrecho con Puccini y apunta a ciertos caminos de Debussy y el impresionismo… La historia que ofrece este título se nos presenta con una mirada nueva y quizás, me arriesgo a decir, contemporánea. Es la de dos mundos que intentan encontrarse; la de dos personas, una enamorada y otra que quiere estarlo, que se encuentran y una de ellas sacrifica su propia identidad para adaptarse a la de la otra. Esa es una cuestión que está muy presente hoy. Como en las redes sociales, por ejemplo, donde la persona que mostramos no es la que somos, y también cómo eso, esa creación de una personalidad inexistente, en ocasiones, tiene consecuencias trágicas. De modo que me parece una ópera muy contemporánea. Es hermoso cuando hablamos de cuentos de hadas, de La sirenita, de Hans Christian Andersen o, sobre todo, de Ondina, de Friedrich de la Motte Fouqué, de dos relatos antiguos, pero que nos pueden ayudar a entender el mundo actual”.

-Ha querido transformar en realidad lo que en el libreto es fantasía y viceversa. ¿Qué le aporta ese ejercicio?
“Lo primero que me planteé es que el amor de Rusalka hacia el príncipe realmente no es amor hacia él, sino una idealización. El príncipe aparece, se baña en el lago y ella lo ve, se siente atraída. Pero nunca habló con él, no sabe quién es esa persona. Sin embargo, entrega todo su destino, toda su vida, a esta ilusión. Ahí fue cuando me pregunté: ¿por qué el mundo del príncipe, el del hombre, el del héroe, es el de la realidad, y el de la mujer, el de la sirena, es el de la fantasía? Quizás, pensé, es porque Rusalka no reconoce que el mundo en el que vive es el real y no el otro, al igual que muchas veces ambicionamos cosas que no podemos ser. Es bueno tener ambiciones y poder luchar por ellas, lo mismo que por los ideales. Pero ambición no es ilusión. Así que Rusalka quizás no comprende que su mundo es el real, en el que ella puede ser feliz. Arriesga todo lo que conoce al separarse de los suyos, de su patria, de su realidad, incluso de su voz, y luego descubre que ese hombre no es el de sus sueños. Es un ser humano, como todos nosotros”.

“Es hermoso cuando los cuentos de hadas, los relatos que son antiguos, nos ayudan a entender el mundo actual”

-¿Qué quiere mostrarle al público que acuda la próxima semana al Auditorio?
“Hemos buscado una mirada nueva, y eso no significa evitar el cuento de hadas, sino mostrar lo contemporánea que puede ser esta historia. Muchos colegas han hecho trabajos hermosísimos con Rusalka. Hay, por ejemplo, una versión del Met (Metropolitan Opera House, Nueva York) a cargo de Otto Schenk, muy tradicional, con diseños románticos, que es genial, y hay también producciones modernas magníficas, como una del Teatro Real. Yo he querido ofrecerle al público esta otra mirada, porque siento que la música, la ópera, la pedía”.

-¿Cuál ha sido el mayor reto que se ha propuesto a sí mismo con este título de Dvorák?
“El primer desafío era tener muy presente el agua, el mar. No solo por la historia que se cuenta, sino también porque estamos aquí, en Tenerife, cercados por el océano, como en Río de Janeiro, de donde yo vengo. Estamos en una tierra que vive en constante diálogo con el mar. Entonces surge la idea de implicar la escenografía de Renato Theobaldo con el trabajo de vídeo de Derek Pedrós. Quería imágenes de volcanes, de rocas de Tenerife, para que la gente pueda pensar que está ante una historia cercana. Uno de los retos, entonces, es que el público contemple esa primera imagen del escenario vacío y entienda que la orquesta es un organismo tan rico como la floresta, y ese paisaje de atriles y de sillas antes de comenzar la función se asemeje, poco a poco, al de Rusalka. Quienes formamos parte de un espectáculo, participamos en un ritual. Llegas dos horas antes, te paseas por el escenario, cumples con tus supersticiones, si las tienes, justo antes de compartir el arte con el público. De manera que mi deseo es compartir también este universo de magia”.

“Creamos una producción que dialoga con las personalidades de los artistas que están sobre el escenario”

-¿Cómo conviven en usted el respeto a lo clásico, a la tradición, y, al mismo tiempo, la necesidad de innovar?
“Cuando era más joven, cuando empezaba, me gustaban más las expresiones clásicas. Luego, claro, uno pasa muchos años trabajando como asistente de personalidades que tienen miradas muy distintas y también contempla propuestas novedosas en muchos sitios. A partir de ahí, empiezo a diferenciar entre lo que quiero hacer y lo que no. Solo hago óperas. Tengo el honor de decir que me he especializado en ellas. Me encanta el teatro, el musical y el hablado, el ballet…, pero hago óperas, porque soy músico, mi formación musical es como cantante y creo que ahí puedo servirle mejor al arte. En un determinado momento, más allá de lo clásico o lo moderno, sentí que podía hacer cada propuesta de la manera en la que la música me lo demandaba. Así que depende mucho de la obra y de la comunicación que quiero establecer. Además, y me gusta mucho esta idea, vivimos en un tiempo en el que, a su vez, convergen muchos tiempos distintos, como nunca antes. No nos debemos limitar a un tiempo específico”.

-¿Cuál suele ser el punto de partida, la primera piedra, sobre la que comienza a trabajar en un nuevo proyecto operístico?
“Es algo muy variable. Por ejemplo: en 2021, en medio de la pandemia, hice La voz humana, de Francis Poulenc. La orquesta se situó en el fondo del escenario, porque debido a las medidas de seguridad sanitaria no podíamos ponerla en el foso. Un día, antes de una de las funciones, observé ese foso vacío. Ahí había unas esferas de espejos que creaban un efecto muy lindo, como si se tratase de una orquesta estrellada que estaba actuando en algún lugar del universo, en un espacio inmenso. Saqué unas fotografías de esa atmósfera y me dije: ‘Esto es algo que voy a utilizar, que quiero explorar más’. Tiempo después, el Auditorio de Tenerife me invitó a participar en esta apuesta. Y algo más tarde de esa reunión, fui a visitar a un amigo que estaba de embajador en Teherán y contemplé ese mundo antiguo de Persia, su arte, sus palacios. Así como en el mismo Auditorio de Tenerife y en otros lugares de España se puede disfrutar con una decoración de azulejos fragmentados, en Persia encontramos fragmentos de espejos. Ahí hallé una conexión para elaborar un cuento de hadas, uno de Las mil y una noches, pero también, si uno piensa en Irán hoy, uno en el que la mujer carece de muchos derechos fundamentales o un líder puede hacer lo que quiera, porque es el líder y porque es hombre. Todo esto me pareció una interesante correspondencia atemporal y, al mismo tiempo, contemporánea”.

“Solo hago óperas; eso para mí es un honor, porque creo que en ellas es donde puedo servirle mejor al arte”

-¿Cómo es su diálogo con el director musical y el resto de integrantes del equipo?
“Ahora mismo, me siento muy feliz con esta colaboración con Paul Daniel. Nunca antes habíamos trabajado juntos. Como dije, viví muchos años en Inglaterra, nos cruzamos alguna vez, tenemos amigos en común pero nunca estuvimos en un mismo proyecto. Es algo muy hermoso para un director de escena contar a su lado con uno musical que le brinda una colaboración plena. Hay momentos en los que Paul, con toda su experiencia, me dice: ‘¿Y si el piano no estuviera ahí y lo ponemos en este otro lugar? Ese es uno de los muchos ejemplos que podría mencionar para aludir a este espíritu de colaboración. Lógicamente, cada uno de nosotros tiene sus áreas de responsabilidad, de gestión, de control, pero resulta muy satisfactorio cuando se da ese diálogo. Por otra parte, tenemos un elenco internacional muy especial, muy bueno. La soprano Ángeles Blancas interpreta el rol de Rusalka, que está en el escenario todo el tiempo. Yo no podría intentar transformar a una intérprete como ella, con un carácter y una fuerza como la que tiene, en el personaje de una muchachita melancólica. Perderíamos su gloriosa personalidad de fuego, la fuerza de su canto. Eso me hizo pensar en la otra leyenda en la que se inspira Dvorák, Ondina. Ahí la figura de la ninfa no es tanto una sirenita indefensa, sino alguien con mucho carácter, una ninfa casi mala. Ese ha sido el camino por el que optamos, por crear una apuesta que pueda dialogar con las personalidades de los artistas que están sobre el escenario”.

-Si entendemos que el arte, como otras muchas facetas de la vida, es una continua enseñanza, ¿qué es para usted lo más valioso de este aprendizaje?
“Lo más valioso es ese desafío de seguir viviendo, proponiendo y creando cosas, de ir comprendiendo cómo se desarrollan los ciclos. Se trata de encontrar, pero también de dejar que las cosas te encuentren. Hay una frase de Rimbaud que me parece muy interesante: ‘El amor hay que reinventarlo’. Pero también creo que el arte, este amor por la ópera, sobre todo, después de la pandemia y de todo lo que pasó, hay que reinventarlo cada día. Es necesario que lo intentemos, de una manera muy libre. Sin las cadenas de ser clásicos, de ser contemporáneos, de ser históricos, de ser lo que sea. Y tengo muy claro que a mucha gente le va a gustar la apuesta, pero a otra mucha no. Nunca podremos agradar a todos y está bien que sea así. Lo importante es que la ópera siga en movimiento, que continúe demostrando que es una parte muy importante de nuestra sociedad, que no tiene nada de elitista, que es un espectáculo popular, que reúne a todas las artes. Esa reinvención de la que hablo consiste en comprender nuestro sitio en este espacio, en este mundo. Se trata, en suma, de ofrecer y compartir”.

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